Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Blog

Empezando un blog sobre la Napro, el Matrimonio y Dios

por Cocreadores

Me presento, soy Pilar, hace unos cuantos años me casé con Guillermo y construimos juntos casi lo que más valoro en esta vida: mi familia; digo “casi” porque va después de Dios, sin el cual no habríamos podido hacerla realidad. Este blog quiere ser un homenaje a mi esposo que me ha acompañado durante 23 años y medio en esta maravillosa aventura del matrimonio.

Y es que Jesús me conquistó cuando era una adolescente, mostrándome la inmensidad de su amor por mí y desde entonces intento vivir la vocación que imprimió fuerte en mi corazón y esta, una llamada que sentí fuerte y clara en mí, es el matrimonio, la familia, ese ser cocreadores, y llegar a comprender y compartir con los demás su significado como camino de felicidad plena que nos lleva hasta Dios.

Conocí a Guille con 18 años, ¡una pipiola!, y empezamos a salir unos meses después, cuando ya habíamos cumplido ambos los 19, me enamoré locamente de su persona, de su alma y de su cuerpo, estaba saliendo de la niñez y entraba en la vida con asombro. Nos casamos después de un largo noviazgo de 7 años. Y Dios nos fue regalando 5 maravillosos hijos que nos llenaban de alegría a la vez que hacían que saliéramos de nuestra comodidad y egoísmo.

Nuestro matrimonio ya habría cumplido hoy 24 años, pero la enfermedad Covid-19 se llevó a Guille hace diez meses truncando nuestra felicidad, nuestro matrimonio. Pero nuestra familia sigue adelante. El Amor es más fuerte que la muerte. Ahora él nos acompaña con un amor más puro y eterno.

Éramos un desastre, ambos; nuestro noviazgo fue un desastre, también. Intentábamos hacer las cosas bien, querernos bien pero no nos salía siempre. Muchas veces me he culpado porque hicimos muchas cosas mal. Pero hoy me reconcilio con todo, porque mucho de lo que fallaba era causado por las heridas que ambos llevábamos y porque Dios, en ese momento, nos amaba inmensamente en ese ser imperfectos y contaba con nosotros, aceptándonos tan pecadores, y así, sin rendirnos, seguíamos adelante a pesar de los tropiezos. A veces Dios nos quiere así, pequeños, débiles para que lleguemos a darnos cuenta de que tenemos que agarrarnos a él para poder llegar a hacer las cosas “como él quiere”.

Aún recuerdo la ilusión del noviazgo, la admiración que sentíamos el uno por el otro. El asombro de lo nuevo y de la promesa de plenitud que había entre los dos. Como me perdía en sus ojos verdes igual que alguien se puede perder mirando la inmensidad del mar o un hermoso paisaje. Como disfrutaba escuchando sus inquietudes o simplemente cuando me contaba lo que había estado haciendo en el día o los detalles de su trabajo. Como me entusiasmaba cuando planificábamos nuestro futuro juntos, ese futuro que sentía yo, sería un para siempre. Todo nos hablaba de esa entrega en totalidad, en cuerpo y alma. Compartíamos con entusiasmo esa necesidad de darnos porque teníamos muy escrita en nuestros corazones esa promesa de plenitud.

Porque Dios nos ha hecho muy bien, ha sido él quien ha puesto en nuestro corazón esa ansia de eternidad y plenitud y al unirnos en cuerpo y alma nos sentimos completos y es como un adelanto del cielo. Es el gustar el amor de Dios en nuestro propio cuerpo. Cuando nos entregamos sin reservas, sin miedo y desconfianza, Dios se hace claramente presente en ese momento. El acto conyugal por tanto es un acto sagrado en sí mismo que debe situarse siempre en el marco del matrimonio, pero por el significado que tiene este, de entrega total “hasta que la muerte nos separe”. Porque si no, lo descafeinamos, hacemos un sucedáneo al que le falta su verdadera esencia, lo manchamos y mancillamos a la vez de que nos manchamos y mancillamos nosotros. Por eso los católicos lo llamamos así, que nombre tan bonito: “acto conyugal” porque va en el mismo pack del matrimonio. Una de las razones de comenzar este blog es el poder explicar las razones por las cuales creo que la sexualidad vivida en el matrimonio puede hacernos mucho más felices y plenos.

Y empiezo este blog también con mucha ilusión para hablaros de la Naprotecnología y del método Creighton, una revolución, que no va a montar follón, es tranquila y silenciosa, es la ciencia trabajando al servicio del hombre, del matrimonio, de la familia y la vida. Al servicio de la felicidad porque cuida su salud y su alma, no hay una separación entre la ciencia y la esencia del hombre, sino que trabajan juntas.

Os cuento un poco más de mí: estudié Magisterio y después entré en Biología, que me apasionaba, aunque no la terminé porque llegó mi primer hijo y opté por dedicarme a la maternidad que también me apasionaba, todo hay que decirlo. Con lo cual esa renuncia no me costó especialmente, no fue un trauma ni una dificultad, el Señor me estaba mostrando un camino más pleno. Sin embargo, siempre he tenido esa inquietud por la ciencia, por la naturaleza de las cosas, por como Dios nos ha hecho. Porque cuando estudiaba en la universidad cada cosa que aprendía: cómo crece y se desarrolla cada célula de nuestro cuerpo; los procesos bioquímicos que se dan para que todo funcione; nuestro código genético y como está escrito en él cada rasgo de nuestra persona, desde lo más minúsculo como puede ser el color de una pestaña a lo más visible como puede ser nuestra altura; cada hermosa criatura que podemos encontrarnos cuando salimos a pasear por el campo; cada paisaje que podemos contemplar; todo, me hablaba de la creación de Dios y de su amor por nosotros.

Así que cuando llegó la Napro y el método Creighton a mi vida, fui la mujer más feliz del mundo, Dios me estaba diciendo: “Ves, Pilar, yo contaba contigo y con tu amor por la biología”. Dios no da puntada sin hilo.

La Naprotecnología (Tecnología de la procreación natural) es el cuidado de la mujer (¡pero también del hombre!), de su salud ginecológica, de su alma, de sus ilusiones, de su felicidad, de una parte ¡tan importante! de su ser: la fertilidad; por ello la Napro cuida de la pareja, del matrimonio, de la familia. No se puede hablar de la mujer y su felicidad sin hablar del hombre que le acompaña en el camino de la vida. Que importante es nuestra fecundidad, tanto que cuando falta, o está deteriorada causa mucha inquietud, tristeza, desasosiego o incluso depresión. Pues toca muy profundamente lo que estamos llamados a ser, ese ser cocreadores con Dios de vida.

¡¡Tener un hijo no se puede equiparar a plantar un árbol o a escribir un libro!! Creo que quien se inventó esa expresión metió la pata, pero bien, en fin… Un hijo no es una cosa más que hacemos en la vida, como otra cualquiera, como tener una casa o una mascota, es algo sagrado, es un don de Dios, pero Dios nos lo regala con nuestro permiso, nos hace partícipes, trabajamos en equipo, el hombre, la mujer y Dios, por eso elegía el nombre de “cocreadores” para el blog, porque expresa, con mucha claridad lo que quiero defender y transmitir aquí.

Solo le pido a Dios, que pueda ayudarte a quien me lees hoy. Espero ir desarrollando todas las ideas que he lanzado en esta entrada para que las puedas comprender mejor, porque son muchas cosas y estaría horas y horas escribiendo y ya es demasiado por hoy. Así que espero haber sembrado en ti la semillita de la curiosidad y del interés por saber más sobre la vida en matrimonio, que es maravillosa (aunque nos quieran convencer de lo contrario), por la Naprotecnología y el Método Creighton, que puede ayudar hoy a tantas parejas que sufren infertilidad a cumplir sus sueños, sus ilusiones su vocación, esa que ha imprimido Dios en sus corazones y que los va a llevar a la plenitud.

 

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