Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Cultura de la vida & cultura de la muerte

por Cocreadores

“Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia” Dt 30, 19

Tengo vago recuerdo de cuando escuche por primera vez al papa San Juan Pablo II la expresión “cultura de la muerte”. Creo que, aunque lo entendí, me parecía un concepto muy abstracto, no algo concreto que pudiera yo palpar claramente. Eran los años 90, estaba yo estudiando en la universidad y vivía feliz mi noviazgo con la mirada puesta en un futuro prometedor de felicidad junto a Guillermo, el que sería mi marido. Creo que me parecía algo muy ajeno a mi vida. Como algo que piensas que a ti no te va a afectar.

Los métodos anticonceptivos artificiales, el divorcio y el aborto había irrumpido en España, pero aún no se hablaba mucho sobre sus consecuencias, no era tan visible, estaba todo muy escondido. El pensamiento que tenía yo era muy cómodo: “al fin y al cabo, cada uno es libre de su vida y ya Dios juzgará”.

Al cabo de unos dos años de matrimonio, cuando ya había nacido nuestro primer hijo, nos enteramos de que una pareja bastante cercana estaba pasando un proceso de separación. Ellos llevaban conviviendo varios años y tenían un niño de cinco añitos; bueno, no fue algo amistoso precisamente, ella le denunció para que se fuera de casa; sí, eso, vaya, literalmente le echó de casa, sin ningún motivo justificado, simplemente que como no quería convivir con él, y el hijo en caso de separación se debe quedar con la madre, él, simple y llanamente, sobraba. En el juicio, el juez le dio la razón a ella y él se tuvo que marchar de su propia casa dejando a su hijo. Los cercanos lo aceptamos: así es la vida, al fin y al cabo, ella había encontrado otro amor, otro hombre que en poco tiempo ocupó esa casa que pertenecía a la pareja.

Fue muy doloroso, para todos. Una mujer que había denunciado a su propio compañero y padre de su hijo, con el que ¡en teoría iba a pasar el resto de su vida! para poder echarle de su casa. Dolía todo: dolía esa denuncia sin fundamento; dolía ver un padre dejando a un hijo; dolía esa separación; dolía verle a él destrozado; dolía ver al hijo que echaba de menos a un padre que necesitaba a su lado; dolía ver una familia rota y dolía pensar en las consecuencias que eso traería en el futuro, tanto para los padres como para ese niño. Somos poco conscientes de las heridas que quedan en un niño con la separación de sus padres, heridas para toda la vida. Pero “hay que aceptarlo, si es que el amor se acaba, ¿no?”.

En ese momento empecé a comprender lo que significa la expresión cultura de la muerte, empezaba a afectarme a mí directamente y me di cuenta de que el mal se va inoculando y va “infiltrándose” poco a poco en la sociedad cuando es aceptado.

Se había puesto la semilla de esa cultura de la muerte el día que fue aprobada la píldora anticonceptiva y sería como una pequeña célula cancerosa que empieza a dividirse, es muy pequeñita pero poco a poco va a ir creciendo y formando un tumor que va a invadir todo el cuerpo.

¿Qué tiene que ver la separación de una parejita joven con un niño de cinco años con la aprobación de la píldora anticonceptiva? Muchos pensarán: “¡nada! Se llevarían mal y ya está, o eran incompatibles o se termino el sentimiento o hubo una infidelidad…” Pues yo digo que, de esos polvos, estos lodos.

Es verdad que a primera vista puede no tener que ver, pero nos damos cuenta de que sí, si profundizamos en la antropología de la mirada, es decir, en el cómo miramos al otro, en quien es para mí, que significa realmente la persona con la que a mí me gustaría compartir mi vida. Quiero decir: puedo ver simplemente un cuerpo con el que gozar momentáneamente, temporalmente o una persona con alma a la que entregar mi vida y a la que amar y servir. Son dos miradas muy diferentes y esa mirada claro que influye en las conductas y en las relaciones entre los hombres y las mujeres.

Esas dos miradas tan opuestas, esas dos concepciones del ser humano conviven hoy en la sociedad moderna. Esa visión de la “persona cosificada” ha ido ganando terreno, gracias al apoyo mediático y a las grandes cantidades de dinero invertido en políticas contraceptivas tanto de propaganda como sanitarias. Han ido conformando esa mentalidad que San Juan Pablo II llamaba cultura de la muerte y que tanto dolor va dejando a su paso: infertilidad, matrimonios rotos, abortos... No nos podemos culpar los católicos de haber estado de brazos cruzados, somos David contra Goliat. Demasiado gigantesco para poder hacerle frente con nuestros pequeños medios.

Ya el papa San Pablo VI lo veía venir. Impresiona leer la Humanae Vitae de este gran profeta, tal cual, está llena de advertencias que se han ido cumpliendo una tras otra. Para él las consecuencias del uso generalizado de los métodos anticonceptivos serían las siguientes:

  1. Se abriría un camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal. Es debido a que el uso de los anticonceptivos exime al hombre de la responsabilidad de asumir la llegada de los hijos.

Esto se ha producido indudablemente y no hay más que ver las estadísticas. Hay una relación muy estrecha entre el uso de la anticoncepción artificial y el incremento de las tasas de divorcio. En EEUU está por debajo del 2% en las parejas que no practican la contracepción. Mientras que la tasa de divorcio en la población general ronda el 50%.

  1. Y a la degradación moral. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia.
  2. El hombre perderá el respeto a la mujer. Y esto lo estamos comprobando, desgraciadamente con la llamada violencia machista. Cuando un hombre observa a la mujer como un simple objeto de placer de su propiedad y que no le invita a asumir las consecuencias de sus actos.

De hecho, es la mayor arma del hombre machista contra la mujer, ya que puede negar a la mujer mediante chantaje emocional, la posibilidad de la maternidad. Disponiendo del cuerpo de la mujer para su satisfacción siempre que le convenga y sin ningún tipo de freno. Así el hombre empieza a observar a la mujer como un simple cuerpo, un trozo de carne: la deshumaniza y cosifica.

  1. Podría llegar a ser un arma poderosa en manos de las autoridades. ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgasen más eficaz? Podríamos dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.

No hay más que ver las leyes que se están queriendo aprobar sobre la transexualidad. Va a afectarnos muy directamente porque va dirigida a la educación de nuestros hijos y a su vida afectiva y los padres nos veremos con las manos atadas ante las decisiones de los menores.

(He escrito en cursiva las partes que he copiado literalmente de la encíclica).

Nosotros estamos llamados a vivir la Cultura de la Vida, y hay que recordar que David venció a Goliat. Tenemos nuestras cinco piedrecitas, son pequeñas pero efectivas. Sabemos bien con quien nos enfrentamos y sabemos, sobre todo, que el Señor camina de nuestro lado ¡Está de nuestra parte! Por eso esta entrada, aunque realista, quiero que esté llena de esperanza y de confianza, porque no depende todo de nosotros, Dios hará su parte.

La Naprotecnología, con lo que conlleva de ayuda a los matrimonios en la vivencia de su fertilidad y su vida afectiva en santidad y como alternativa válida, efectiva y real a los procedimientos de fecundación in vitro y a los métodos anticonceptivos puede ayudar mucho en este sentido. Es una pequeña piedrecita que podemos disparar los católicos contra ese Goliat que es la cultura de la muerte.

 

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