¿De verdad es el voto un deber moral del católico?
Uno de los debates entre católicos que no son poco recurrentes (aunque razón llevan quienes advierten de la distorsión que pueden causar en el ideal de sociedad moralmente sana, marcada por la unidad entre hermanos de catolicidad) es la cuestión de la participación electoral.
El tema podría no ser tan apropiado si no fuera por la relativamente próxima convocatoria electoral del próximo día 10 de noviembre (hablando con términos oficiales, renovación de las Cortes Generales), fruto de las luchas fratricidas de ego y poder entre dos enemigos de la libertad y la cristiandad como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Pero en este ensayo no vamos a analizar claves y cuestiones sobre el móvil de asesoría de Iván Redondo, sino a aprovechar la ventaja que supone un portal de información católica para aportar constructiva y humildemente a un debate entre católicos sobre las siguientes cuestiones: ¿votar o no votar? ¿entrar o no en política?
La política como mecanismo de consecución del bien común
Cuando se entiende la misma como el conjunto de medidas que afectan "en un todo" a una comunidad de distinto orden (por ejemplo, el municipio, la región o un país completo), es cuando ya comienzan los debates, si bien la consecución del bien común es algo a lo que una sociedad con cuerpos intermedios y agentes de mercado ha de llegar.La política no es el Estado (distinto es que este ejecute políticas de un determinado calado, bastante expansivo, como bien hemos de saber), sino la mera toma de decisiones que pueden afectar a un entorno (por ejemplo, una comunidad de vecinos puede fijar una política de higiene y une empresa puede establecer otra sobre horarios de entrada y salida).
San Juan Pablo II fue uno de aquellos que veía en la política una herramienta de consecución del bien común. Precisamente, en el Jubileo de los gobernantes, parlamentarios y políticos, impartido el pasado día cuatro de noviembre del año 2000.
[...] La actividad política, por tanto, debe realizarse con espíritu de servicio. Muy oportunamente, mi predecesor Pablo VI, ha afirmado que “La política es un aspecto [...] que exige vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás” (Octogesima adveniens, 46). Por tanto, el cristiano que actúa en política —y quiere hacerlo “como cristiano”— ha de trabajar desinteresadamente, no buscando la propia utilidad, ni la de su propio grupo o partido, sino el bien de todos y de cada uno y, por lo tanto, y en primer lugar, el de los más desfavorecidos de la sociedad. [...]
¿Entonces no hay que preocuparse por estar representados en el sistema de partidos?
Sería lo suyo que cada cual pudiera elegir libremente a aquel candidato que respetara escrupulosamente los principios no negociables de la moral eclesiástica (vida, familia, tradición, libertad de educación...). De hecho, la existencia, en cierto grado, de ofertas aproximadas en el mercado electoral, uno se siente aliviado aunque incurra en malminorismo.
Siempre será de agradecer que pueda haber representantes legislativos y dirigentes políticos que defendieran si complejos la dignidad humana, la familia, la tradición católica y la economía de mercado. Pero hay que tener en cuenta el efecto "trituradora" de nuestro sistema de partidos.
España está instalada bajo un régimen partitocrático: la única vía de participación política fomentada son estructuras oligárquico-jerárquicas como los partidos políticos (encima, el sistema electoral las favorece como tal, en la medida en la que no existen fórmulas como el mandato imperativo y el diputado de distrito).
Además, hablamos de una componente fundamental de la hegemonía de la izquierda en general en nuestro país, con sus mecanismos de salvaguarda de la susodicha corrección política (secularismo, mentira antifranquista, feminismo, multiculturalismo, homosexualismo, ecologismo...)., bajo blindaje del artificio del 78".
¿Fórmulas alternativas?
Si alguien marca el rumbo de los países y de otra clases de comunidades, no se trata, ni más ni menos, que de la sociedad: en base a un efecto desde abajo hacia arriba (lo que, en inglés, se conoce como efecto bottom-up). Nada que en mayor o en menor medida pueda jugar en pro de nosotros vendrá por azar o "gracia divina" sin más.
Como ocurre con las disciplinas técnicas en la enseñanza (por ejemplo, las estructuras selectivas en un lenguaje de programación de alto nivel o la comprensión de la composición de la cadena del ADN), la ilustración, bueno, el ejemplo, viene a ser el mejor método de comprensión de lo que se pretende explicar.
Si Jair Bolsonaro arrasó en las elecciones presidenciales, no solo se debio a gente que pudiera estar harta de los estragos del socialismo del Foro de Sao Paulo, sino a que hubo una intensa y previa movilización a pie de calle, en Internet y en las esferas intelectuales de católicos y de conservadores morales.
En Hungría, FIDESZ está lejísimos de la caída libre electoral dado que existe una sociedad más o menos conservadora y muy nacionalista que ha velado por sus compromisos políticos, especialmente, en materias de inmigración y natalidad. Ni en las legislativas de 2018 ni en las comunitarias de 2019, estos socios de Santiago Abascal se han hundido.
Si en Polonia van con retraso en cuanto a la promoción de la ideología de género y, pese a los esfuerzos de alcaldías liberales y progres como la varsoviana, resulta imposible que se legalice el matrimonio entre personas del mismo sexo y se establezcan leyes LGTBI, no será sino gracias a que sigue existiendo una mayoría social católica, especialmente aguerrida.
Así pues, en España, con la finalidad de que, a largo plazo, se tenga también una mayoría social católica activa y vigilante (que sea pionera en esa parte de Europa Occidental que pese a no ser excepción del suicidio cultural fue clave en la evangelización de las Américas y la promoción de valores de libertad, propiedad y respeto a la dignidad humana), han surgido iniciativas que persiguen estos fines.
[...] La reflexión exige el estudio y difusión de la Doctrina Social y Política de la Iglesia con las particularidades propias de nuestra Tradición jurídica. Por ello, el estudio de las doctrinas de la Iglesia en los ámbitos social y político se combina con el estudio de las soluciones propias que el Tradicionalismo Hispánico alumbró en cada momento. Ahora bien, esta labor de estudio y reflexión es con miras prácticas, por lo que en los Grupos de Propaganda Carlista sometemos aquellas doctrinas a la debida adaptación a nuestro tiempo (sin traicionar sus esencias). [...]
La más reciente es una inciativa social de laicos católicos -que pretende restaurar el orden católico que alcanzó su cénit en el siglo trece- impulsada por el área de propaganda de la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC), destinada a reivindicar la catolicidad sin la cual no se puede entender la Hispanidad, ni en Europa ni en América.
Todo esto ha de ser plenamente celebrado (de hecho, cabe destacar que, según indican, cualquier católico, no necesariamente tradicionalista/carlista, está llamado, mejor dicho, tiene las puertas abiertas a participar en grupos de esta índole). No se va a perder el tiempo con divisiones que puedan beneficiar al enemigo revolucionario.
Dejando a un lado simpatías estrictamente personales, la Patria natal de San Juan Pablo II, de San Maximiliano Kolbe y de Witold Pilecki, nos marca el camino: férrea defensa de la vida, de la libertad, de la tradición y apuesta en auge por el libre mercado.
Ya concluyendo, lo importante es que sigan emanando iniciativas similares en la Hispanidad peninsular. Muchos avances de los herederos de la Revolución son culpa nostra. El miedo y el "no quiero líos" (así como otras actitudes "acomodaticias") no son aquello que un católico ha de procurar (hay que ser, más bien, martiriales).