Esta vez me voy a permitir hablarles de las pequeñas cosas que he aprendido estas vacaciones con sólo mirar a mi alrededor. Fíjense, un caluroso día de agosto, con las pantorrillas introducidas en las gratificantes aguas de una piscina, me percaté de que todas las piscinas del mundo son azules. Parece una tontería ¿verdad? Pues bien, aprendí que para que los seres humanos alcancemos un acuerdo, no tiene porque mediar inevitablemente una ley. En los tiempos actuales no son muchos los que así lo creen y de hecho, no tuve que ir muy lejos para comprobarlo: en la misma piscina, un cartel (al final, parece que fueran los carteles los que prohiben las cosas) prohibía tirarse de cabeza y bucear, por ser, según explicaba, peligroso. Celebré que no estuviera prohibido mojarse, y eso que, eventualmente, -pensé- podría llegar a ser, también, muy peligroso.
Una noche de agosto, compartí con mi hija un maravilloso eclipse lunar. La luna estaba en cuarto creciente, se puso roja, y poco a poco, desapareció. ¿Sabe alguien si efectivamente ha habido algún eclipse este verano? Yo no lo ví anunciado. Aprendí que las cosas pueden ser importantes y sin embargo, no aparecer en los periódicos.
Mi cuñado fue un mañana a la playa y la vio llena de latas y cristales, algún botellón nocturno, pensó. Se dirigió al vigilante de la playa aduciendo que dichos objetos podrían dañar a los bañistas. Un indolente jovencito –la indolencia es el hecho diferencial de la primera generación de jóvenes del s. XXI-, sentado en una silla alta como la de un árbitro de tenis, le invitó a dirigir una instancia al Ayuntamiento. Aunque se privó de exhibirlo -¡faltaría más, semejante atentado al buen rollito!- la respuesta produjo a mi cuñado un buen “rebote”. Poco tardó, sin embargo, en reconciliarse con el mundo, cosa que ocurrió apenas miró atrás y vió a un diligente guiri y su hijo armados con una bolsita en la que introducían las latas y cristales. Aprendió mi cuñado, y yo con él, que no tenemos porque esperar a que lo hagan los demás, para empezar nosotros a mejorar el mundo.
En fin, amigos, mucho me gustaría que el verano hubiera sido para todos tan aleccionador como para mí. Y si quieren contar lo que hayan aprendido, no duden en hacerlo. Aprenderé con Vds..