La paradoja de las pensiones, el aborto y la eutanasia
por En cuerpo y alma
Lo llamamos el estado del bienestar. Consiste en que cada uno aporta parte de sus ingresos a un fondo común y al final de su vida laboral, cuando se produce su jubilación, cobra de ese fondo que se ha creado con su dinero una pensión que le permite vivir el resto de sus días con unos niveles adecuados a los fondos que aportó.
Hasta aquí todo más o menos aceptable: desde el punto de vista del que paga sus cotizaciones, se trata de una manera de obligarse él (o un tercero, el estado) a guardar un fondo para cuando vienen peor dadas, esto es, cuando ya no está en situación de trabajar y no gastarlo todo cuando lo gana sin previsión de ningún tipo.
Esta es la teoría. La realidad es que uno no cobra del dinero que él aporta, sino que con el dinero que él aporta paga la pensión de los que entran en la jubilación antes que él, y que él cobrará la suya con el de los que se pongan a trabajar después que él. Como también es real que en el sistema mejor administrado, en el mejor administrado (que desde luego y por desgracia, no es España), algo tiene que quedar para el que realiza la transacción, esto es, el que detrae las cuotas de la seguridad social y el que la entrega a los pensionistas, que como es lógico, no trabaja de balde: es el estado. Hasta aquí todavía aceptable.
Así las cosas, y dado que uno no recibe del sistema lo que el aportó sino lo que están aportando los que trabajan después que él, el sistema sólo funciona mientras haya cotizantes hoy para pagar las pensiones de los que trabajaron ayer. Pero ahora irrumpe el estado con una ley de aborto que desfigura completamente la pirámide demográfica, imagínense Vds., en España, 100.000 abortos anuales, ¡sólo en abortos quirúrgicos! Los que tienen que pagar las pensiones cada vez son menos, y por lo tanto, matemáticas puras, no hay para pagarlas.
Se nos ha ido de las manos, hay que hacer algo, y lo único que al “sistema” se le ocurre es proponer como solución la muerte del beneficiario, del que le cuesta dinero, -el viejo, el incapacitado para trabajar-, o sea, el que le confió ayer su dinero para que se lo devolviera hoy: son las leyes de eutanasia, que como ya tuvimos ocasión de ver (pinche aquí si le interesa el tema), no vienen para dar una solución al moribundo irreversible, al que la medicina ya sabía bien cómo tratar -y mejor que trataría si se le dieran más medios (paliativos), en los que el estado se niega invertir-, sino para poner la muerte del que ya resulta demasiado caro a la sociedad sobre la mesa de negociaciones.
Llegados a este punto, uno se pregunta: para llegar a este punto de destino, ¿no habría sido mejor dejar a cada uno con su propio dinero en el bolsillo gestionando su propio futuro en vez de crear un estado del bienestar que lo único que es capaz de ofrecer, al final, es la muerte como solución? Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas, ¿o sí?
Y con esta noticia que hoy es una reflexión, me despido por hoy, no sin desearles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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