Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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El siempre difícil ecumenismo intraeclesial

por José Alberto Barrera

Me lo decía la responsable de Alpha para Católicos en Latinoamérica, pues en su trabajo trata con gente de la Iglesia Católica de todos los grupos habidos y por haber, y siempre sale el comentario típico de “sí pero ten cuidado porque aquellos son un poco así o asá…”.

Por supuesto el mal es generalizado y en España, como en todas partes, la tentación primera que tiene todo grupo, parroquia o movimiento es pensarse que lo suyo es lo mejor- y hasta el único camino - por lo que los demás tienen que estar si no equivocados, un poco desviados.

En la Iglesia tenemos parroquias, órdenes religiosas, movimientos, asociaciones y grupos de vida, un poco de todo como en  botica. Tenemos desde el  Opus Dei que es una prelatura personal, hasta movimientos como los Neocatecumenales, los Focolares, y  Comunión y Liberación; también hay corrientes como la Renovación Carismática, métodos de evangelización con vocación diocesana como los  Cursillos de Cristiandad y comunidades tan particulares como Taizé, sin olvidar nombrar a algunas de las órdenes más conocidas, como Franciscanos, Jesuitas, Dominicos, Agustinos y Salesianos….la lista es interminable, y si fuéramos parroquia por parroquia nunca acabaríamos, espero que todos se den por citados.

Hasta aquí todo es bonito, porque a todos nos gusta hacer gala de nuestra familia. Pero si empiezo a hablar de Tradicionalitas y de Comunidades de Base, por poner dos ejemplos que mezclan como el agua y el aceite, más de uno empieza a sentir aquello  de “sí pero ten cuidado porque aquellos son un poco así o asá…” y me acusarán de buenista si digo que en la Iglesia puede y debe haber sitio para todos.

 Hasta donde yo entiendo la Iglesia es madre, y como tal guarda a sus polluelos bajo sus alas, por más que a veces estos polluelos no sean unos hijos ejemplares (y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra). Es función de ella corregir, animar y enseñar; y de Dios separar el trigo de la cizaña cuando llegue el juicio; pero tantas veces parece que nos arrogamos estas dos funciones, diciendo quién es del “club” y quién no.

El problema es que nos encanta lo de ir por la vida diciendo “yo soy de Apolo, de Pablo o de Pedro” (1 Cor 1,12)  y pelearnos por ello, y así nos luce el pelo a la hora de presentar un frente común ante un mundo que, para creer, necesita del testimonio del amor de los cristianos: “Que todos sean uno: como tú, Padre, están en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).

Personalmente estaré siempre agradecido al P. Julio Sainz, claretiano enamorado de María, que estando al frente de la capellanía de la Facultad de Derecho de la Complutense, tuvo siempre la preocupación de unir a los cristianos de los diferentes movimientos y parroquias, y así lo consiguió.

 En esos años aprendimos a transcender la apretada agenda de estudiantes y miembros de un grupo, para dedicar todos los miércoles un tiempo a un ágape fraterno después de una minúscula reunión de diez minutos. El P. Julio sabía que bastaba poner a cien cristianos juntos para que estos se conocieran, se amaran, y se animaran en la fe vivida en torno a una capilla que se convirtió en nuestra casa y nuestro punto de referencia en la facultad.

De alguna manera no nos permitió quedarnos en ir a nuestros propios grupos, y usar la facultad para nuestra misa a diario, hacer oración en la capilla, confesarnos con él, y vivir para  nuestra formación académica. El amor a Cristo nos unía teóricamente, pero no empezamos a profesarnos amor mutuamente hasta que no le pusimos rostro al hermano, y eso lo consiguió en las famosas comidas de Derecho a las que también venían alumnos de otras facultades.

Fueron tiempos de conocer a muchas personas de diferentes realidades de la Iglesia, y de este encuentro brotó naturalmente un apostolado que atrajo a muchos al grupo de la capilla, y siempre le agradeceré lo que nos dio, porque a día de hoy son relaciones y amistades que siguen estando ahí, y me hacen más hijo de la Iglesia.

Volviendo al tema que nos ocupa, creo que en la Iglesia actual hay signos de esperanza y de unión, a la vez que tenemos que entonar un mea culpa por todas las veces que nos hemos dedicado a hacer la guerra por cuenta propia. No podemos olvidar la bendición de Dios que supone el que nos amemos, y la responsabilidad que tenemos ante el mundo de hacerlo.

Personalmente sueño con poder trabajar junto a tantos amigos y hermanos que he conocido a lo largo del camino en pos de la evangelización, para llevar a Cristo a todas las almas. Creo que estamos en un momento en el que Dios está llamando a una comunión eclesial nueva, en la que transcendamos nuestras identidades y ocupaciones, para dar testimonio de unidad evangelizando juntos.

La tarea es difícil, porque humanos somos y como en toda familia, siempre habrá tensiones y peleas, que empiezan a ser un lujo que no nos podemos permitir. “Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se mantendrá en pie (Mateo 12:25)

El ecumenismo intraeclesial es una tarea apasionante, y nada sencilla. Sin ir más lejos me acaban de hacer un comentario en un post anterior, insinuando que no debieran haberme dado un blog en ReL. Si tratamos así a los de dentro, no quiero ni pensar en cómo trataremos a los de fuera…

 Gracias al cielo que Jesús nos dejó el Espíritu Santo, ese que ahora llega en Pentecostés, para suplir todo aquello que nos falta y darnos la fuerza que no tenemos. A Él le pido que nos renueve a todos, empezando por mí, para ensancharnos el corazón y las miras para poder respirar y vivir según Su corazón.

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