Tlacatlaolli, el guiso azteca a base de carne humana
por En cuerpo y alma
Sí señor, la comida estelar de esa civilización de delicados gustos y refinadas costumbres que era la de los aztecas, a la que los rudos y analfabetos conquistadores españoles pusieron fin sin consideración, miramiento ni derecho alguno.
Les estoy hablando del “tlacatlaolli” (de tlaca=hombre, y tlaolli=maíz), literalmente “maíz de hombre” en náhuatl, la lengua de los nahuas, o si lo prefieren Vds. "hombre al maíz", aunque según aseguran otros lingüistas, provendría del español “tracatrá y a la olla”.
Era el plato estelar de la gastronomía azteca o mexica, realizado a base de carne humana hervida en un caldo de maíz. Por cierto, no piense Vd. en las hermosas mazorcas bien amarillas que llegan hoy día a nuestras mesas, después del intolerable trabajo de ingeniería medioambiental realizado por los seres humanos para convertirlas en lo que hoy son, sino más bien en una pequeña baya de la longitud de una cerilla, de grano pequeño y apretado, algún ejemplar de lo cual puede Vd. apreciar en el maravilloso Museo Antropológico de Méjico.
Sí, porque el avanzado pueblo azteca no se cobraba el tributo en oro, o en especie, o en trabajo, no, se lo cobraba en carne. Conocedores de los nocivos efectos que para el planeta representaban los desagradables pedos de las vacas, -en su caso, los berrendos, único antílope existente en Méjico antes de que los españoles llevaran a esos lares la variada fauna gastronómica europea- los amables y refinados aztecas no perdían el tiempo en criar ganado de ningún tipo, y directamente, se servían de la fauna más local y salvaje -como hoy, cinco siglos después, recomienda la Agenda 2030-, capturando un soldado de los pueblos más cercanos y comiéndoselo hervido con maíz cuando el hambre apretaba y se veían necesitados de algún tipo de proteína elaborada.
Andrés de Tapia (1498-1561) conquistador de Méjico que acompaña a Cortés y escribe la crónica de los hechos titulada "La conquista de Tenochtitlan", relata:
"[Los nuestros] hallaron alguna gente con quien pelearon, e trajeron ciertos indios; e llegados al real dijeron cómo ellos se andaban juntando para nos dar batalla e pelear a todo su poder para nos matar e comernos".
Fray Bernardino de Sahagún, el primer cronista de la historia de México, -pues la avanzada civilización azteca iba tan sobrada que ni siquiera escribía su historia, en realidad, de sobrados que iban, ni siquiera escribían-, en la “Historia General de las Cosas de Nueva España” de su autoría, que escribe en doce volúmenes entre 1540 y 1585, nos hace este relato que se puede leer en el Códice de Florencia, conservado en la Biblioteca Laurenciana de la preciosa ciudad italiana , el ejemplar más antiguo conservado de la citada obra:
“Después de desollados [...] llevaban los cuerpos al calpulco [...] allí le dividían y enviaban a Moctezuma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes [...]. Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo de aquella carne en una escudilla o caxete, con su caldo y su maíz cocido, y llamaban a aquella sopa tlacatlaolli”.
Según el mismo autor, los sacrificios no se limitaban a los adultos:
“Estos tristes niños antes que los llevasen a matar aderezábanlos con piedras preciosas, con plumas ricas y con mantas y maxtles muy curiosas y labradas [...]. Y si iban llorando y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los veían llorar porque decían que era señal que llovería muy presto”.
El conquistador español Nuño Beltrán de Guzmán fue agasajado en la ciudad de Tonalá por su refinada jefa, Irzoapilli Tzapontzintli, con un delicioso tlacatlaolli preparado para la ocasión. Y con toda desconsideración y descortesía, al constatar la ostentosa presencia en la sopa de partes del cuerpo humano, desenfundó su maravillosa espada de templado acero, toledano sin duda alguna, y de un solo tajo partió la olla en dos, prohibiendo a los indios volver a prepararla. ¡Tamaña desconsideración para una cultura ancestral como la mexica, azteca o nahua! Se comprende todo rencor que los descendientes de los aztecas puedan profesar, al día de hoy, a los españoles.
El Tzompantli, altar recubierto de calaveras humanas en el Huey Teuccalli,o Templo Mayor de los Aztecas, en Ciudad de México.
Parece ser que la preparación del delicioso manjar venía revestido de un aspecto sagrado, algo que ningún exégeta de la avanzada cultura azteca dejará de recalcarle a Vd. cuando le explique las delicias del mismo –a mí mismo me lo han explicado en varias ocasiones cuando presento mi libro sobre el tema, “Historia desconocida del Descubrimiento de América”-, y que, después de todo, sólo se trataba de algo así como “extraer la energía vital e intrínseca del soldado sacrificado”, (“zin ninguna acritú”, como decía aquél), algo que, según parece, causaba mucho alivio a éste cuando se lo explicaban, haciéndole adquirir conciencia del gran beneficio que a la Humanidad reportaba su sacrificio. Y sobre todo, a los que se lo comían, porque si no, de no tratarse de “soldado cocido”... ¡a ver qué iban a comer los pobrecitos! Que eso es lo que tiene formar parte de una civilización tan avanzada y tan progresista... que no puedes comer de nada porque todo perjudica al medio ambiente y puede producir cambio climático.
Fíjense Vds. con qué delicadeza nos lo cuenta, sólo a modo de ejemplo, Stan Declerq, arqueólogo belga, profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, en su documentado artículo “De las múltiples variantes de canibalismo en el México antiguo”.
“El consumo de carne humana se integra en un modelo más amplio que incorpora también dioses, animales, paisajes y hasta objetos. Se considera que la antropofagia no se puede entender si nos enfocamos únicamente en el hombre (y, por lo tanto, el término 'antropofagia' no es realmente muy adecuado)”.
O sea, que no lo llame Vd. antropofagia o canibalismo, porque entonces es que no se ha enterado Vd. de nada.
En cuanto al sacrificio de la res humana –perdón, el afortunado protagonista de la oblación - se producía mediante una escisión del vientre realizada con los avanzados instrumentos de corte aztecas gracias a la cual el matarife –perdón, el cirujano- introducía las manos en su cavidad torácica y le extraía el corazón, en una operación que los más expertos realizarían en escasos minutos, pero que a los aprendices igual llevaba algo más de tiempo, prolongando así el disfrute y gozo del sujeto pasivo de la intervención.
El tlacatlaolli no fue un plato excepcional. Formaba parte de la dieta común de los aztecas, con toda seguridad la parte más nutritiva de la misma, aunque naturalmente, los músculos y vísceras más selectos del cuerpo humano le quedaban reservadas al Tlatoani y a los ministros y sacerdotes que conformaban su corte.
Los cálculos realizados por los historiadores hablan de cifras muy dispares, -que llegan hasta los ochenta mil- por lo que se refiere al número de seres humanos capturados para el sacrificio ¡cada año! Ginés de Sepúlveda establece una cifra, 20.000 seres humanos al año, que es la que se maneja con mayor asiduidad. Y ello, en un imperio que duró casi cien, desde el 1430 hasta el 1521, en que los rudos y desconsiderados españoles le ponen fin. Por lo que cabe hablar del genocidio –perdón, del sacrificio ritual en ningún caso antropofágico y de una cierta entidad demográfica- de entre dos y ocho millones de personas. Dos y ocho millones de personas que constituyeron el ingrediente principal de la dieta y gastronomía aztecas durante el tiempo que duró el Gran Imperio Mexica.
Se comprende perfectamente que cuando, dirigidos por Cortés, los tlascaltecas entraron en Tenochtitlan derrotando a sus enemigos ancestrales, lo primero que quisieran hacer fuera, precisamente, comerse a esos aztecas que tantos tlascaltecas se habían engullido a lo largo de la Historia. Algo que, una vez más, impidieron los groseros y desaprensivos españoles, carentes de cualquier sensibilidad hacía una cultura tan ancestral y unas costumbres tan saludables y sostenibles.
Y con esta noticia, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera
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Sacrificios humanos en México. Códice Magliabechiano. Biblioteca Florentina.