Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Vivimos la fe en un gueto europeo ajeno a la realidad mundial

por José Alberto Barrera

 Acabo de llegar a República Dominicana donde espero pasar los próximos días ocupado en quehaceres varios que, entre otras cosas, me llevarán a tomarle el pulso a lo que se vive en la Iglesia en este país y en parte del continente americano.

Antes de conocer más en profundidad la idiosincrasia de este pueblo, y aún a riesgo de ser un poco precipitado, no puedo evitar empezar por esbozar estas notas acerca de la universalidad de la Iglesia y la manera en la que vemos las cosas desde lugares como España, Francia e Italia, que se consideran históricamente el epicentro del catolicismo. 


La estadística actual nos muestra como un 50% por ciento del catolicismo se encuentra en el continente americano. Ya comentaba en otro post cómo sólo los Estados Unidos albergan a más de 68 millones de católicos, de los cuales una parte provienen del empuje migratorio de los países latinoamericanos.

 Si seguimos hacia abajo en el mapa, nos encontramos una cantidad ingente de católicos que ha llegado a hacer del español la lengua universal más hablada en la Iglesia católica. La estadística nominal nos indica que al menos ocho de cada diez latinoamericanos están bautizados.

Todo esto me lleva a recordar cómo en Ciencias Políticas algunos hablan de la existencia del eurocentrismo, una especie de mal consistente en considerar el mundo entero a través de las lentes de Europa, debido desde los tiempos modernos y no tan modernos. Como curiosidad la imagen siguiente muestra cómo hasta algunos mapas geográficos tienden a reflejar esta tendencia presentando una Europa más grande que Latinoamérica, cuando en realidad casi la dobla en extensión.


Al poner el pie en estas tierras americanas, uno se da cuenta de lo minoritario y privilegiado que es al pertenecer a un mundo que funciona y se siente el epicentro cultural y político de todo.

Todos los esquemas que uno trae sobre la pobreza y la justicia social se ven profundamente sacudidos al contacto con esta realidad tan diferente y turbadora para quien como yo, viene de no conocer más que países occidentales desarrollados.

Pero no se trata de hablar de política y de sociedad, sino de eclesiología, pues me empieza a resultar sumamente interesante considerar la Iglesia desde la perspectiva de esta mayoría sociológica latinoamericana y no desde mi acostumbrada visión de católico nacido en España y familiarizado con lugares de tanto peso como Francia e Italia.

La reflexión que me ronda es pensar con qué poco conocimiento categorizamos y juzgamos lo que pasa en un 80% del planeta, dando por supuesto que las reglas del juego son las mismas que en nuestros cómodos, pero en un sentido espiritual, depauperados países, que así los llamaba la Madre Teresa explicando por qué había fundado una casa en el Bronx.


El caso es que en las tres veces que estuve a la puerta de la casa de la Madre Teresa en el Bronx, visitando a un sacerdote neocatecumenal entrañable que estaba a cargo de la vecina parroquia de Santa Rita (la de la foto), por más que estuviera rodeado de la pobreza y la dureza en la que vive la inmigración latinoamericana en Nueva York, no pude ni intuir de qué realidad venían aquellas gentes.

Al acabar de aterrizar en esta maravillosa isla que fue bautizada La Española, la primera pregunta que me hago, y que espero resolver en estos días, es si puedo utilizar las categorías con las que trabajo normalmente, conceptos como el de Nueva Evangelización que igual no tienen el mismo sentido aquí.

Pero no es la única, me pregunto hasta qué punto pecamos de la ceguera de considerar nuestro gueto europeo el centro de la Iglesia y nos cerramos a ver y entender otras realidades que tienen un peso y una pujanza eclesial, y las queremos conformar a nuestra cultura y nuestra forma de ver las cosas.

Ver un país donde la realidad social es tan distinta y desigual me hace sobrecogerme, no sólo por lo que veo, sino por ser un privilegiado que viene de donde vengo, y quizás un ciego voluntario de los que nunca ha querido ver otra cosa, pues estaba muy a gusto en mi comodidad occidental.

Y esto se aplica de lleno también a la Iglesia, y me pregunto hasta qué punto es equilibrado estar pegándonos de tortas por matices del rito romano, cuando la misma Iglesia es la que siempre ha intentado hablar otros idiomas y encontrarse con otras culturas, aggiornando el contenido de la fe a las mismas sin variar la esencia de las cosas.


Recuerdo la ilusión con la que asistí a una misa en Latín en Londres con el delegado de evangelización de la diócesis de Nueva Delhi, un laico que se sintió frustrado por no entender nada, mientras yo disfrutaba recordando mis años de latín y hacía gala de mi pronunciación eclesiástica.

El cristianismo empezó en arameo, se transmitió en griego y se universalizó con el latín de los romanos, pero a día de hoy, al menos en lo que se refiere al catolicismo, se vive mayoritariamente en español, y no precisamente en el español de España.

Espero en estos días resolver estas preguntas y muchas otras que me suscita el hecho de ver el planeta desde otras lentes, y para ello cuento con abrirme a esta realidad del Nuevo Continente.

Desde luego la primera impresión que tengo es la de pensar que la catolicidad y la verdad de la Iglesia no están reñidas con el hecho de entender que igual que hay diversidad de carismas, existen diversidad de culturas, y el Evangelio, como decía San Pablo, consiste en hacerse todo a todos (1 Cor 9,22).



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