Jueves, 21 de noviembre de 2024

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¡Señor, despiértate por favor!

por Canta y camina

Hay 2 pasajes del Evangelio que me vienen a la cabeza últimamente porque me interpelan con fuerza:

Mc 4, 35-40

Aquel día, llegada la tarde, les dice: Crucemos a la otra orilla.

Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

Y, puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece!

Y se calmó el viento y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo:

¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?

Mt 14, 22-23

Y enseguida Jesús mandó a los discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedirla, subió al monte a orar a solas. Cuando se hizo de noche seguía él solo allí. Mientras tanto, la barca ya se había alejado de tierra muchos estadios, sacudida por las olas, porque el viento le era contrario. En la cuarta vigilia de la noche vino hacia ellos caminando sobre el mar. Y cuando le vieron los discípulos andando sobre el mar, se asustaron y dijeron: ¡Es un fantasma!, y llenos de miedo empezaron a gritar.

Pero al instante Jesús les habló: Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo.

Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.

Ven, le dijo él. Y Pedro se bajó de la barca y comenzó a andar sobre las aguas en dirección a Jesús. Pero al ver que el viento era muy fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, se puso a gritar: ¡Señor, sálvame!

Al instante Jesús alargó la mano, lo sujetó y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?

Y cuando subieron a la barca se calmó el viento. Los que estaban en la barca le adoraron diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.

Entiendo el miedo de los discípulos en la barca que se inunda en medio de una tormenta en el mar, y me asombra que Jesús estuviera durmiendo. Yo también le habría despertado y me habría quedado sobrecogida al verle gritar al viento ¡y que el viento enmudeciera!

Me identifico con Pedro en la barca: al principio alucinando al ver a alguien caminando sobre el agua, después admitiendo a medias que es el Señor el que camina sobre el mar, atreviéndome a desafiarle a que me haga caminar sobre las aguas a mí y, sobre todo, asustándome ante el hecho de que me hundo y suplicándole que me socorra.  Me imagino perfectamente haciendo todo eso.

Pero lo más auténtico, lo más fácil de admitir para mí es el hecho de que, aun teniendo una fe que considero muy firme, muy gorda… tengo dudas y tengo miedos. Porque en el caso de Pedro, “al instante Jesús alargó la mano, lo sujetó”; pero en mi caso no sucede al instante, más bien parece que Jesús sigue dormido a pesar de que yo le sacudo y le zarandeo para que se despierte y me atienda. Yo siento que las olas me van a ahogar, ya me estoy ahogando en medio de la tormenta de las cosas “malas” que me pasan y que no puedo controlar. Y Jesús parece que no se entera de nada, ¡está durmiendo!

Pero no. No está durmiendo, yo creo que se hace el dormido para fortalecer mi fe, para robustecer mi confianza en Él. Pero ¿y si le sale el tiro por la culata y al sentir que no me hace caso me aparto de Él? Pues podría pasarle a alguien, yo sé que a mí no. Yo confío en Él en medio de mis miedos y mis dudas.

Me cuesta un Congo belga tener que esperar a que me atienda, tener que esperar a que se despierte y restablezca la calma en la tormenta de mi presente, tener que adaptar mi impaciencia y mi urgencia a sus tiempos y a su modo de hacer las cosas.

Pero así soy y así estoy: impaciente, con dudas, con miedos, con angustias, con sufrimientos, con una fe imperfecta, viendo todo con ojos humanos. Estoy tan cerca del árbol que no puedo ver el bosque, por muy tópico que suene.

Hay una película cristiana basada en una novela que me impactó y cada vez que la veo descubro cosas nuevas. La recomiendo, aunque a veces mis recomendaciones no tienen en los demás el mismo efecto que en mí, pero me arriesgaré: “La cabaña”, basada en la novela del mismo título escrita por William Paul Young.

En esta película se muestran situaciones que nos pueden pasar a todos en mayor o menor medida en nuestra relación personal con Dios, y los diálogos y las imágenes no tienen precio. Hay frases que me tocan especialmente:

 “Yo siempre estaré contigo, sientas mi presencia o no.”

“Habla con Dios, siempre está escuchando.”

“Hijo, cuando lo único que ves es tu dolor, me pierdes de vista.”

“Todos coleccionamos cosas de valor, yo colecciono lágrimas.”

Reconozco que a mí me pasa, a veces mi dolor es tan grande que no veo nada más. Y sobre todo en esos momentos, cuando más necesito sentir a Dios a mi lado, pues no parece que esté. Y me canso de rezar y pedirle ayuda porque parece que está por ahí a otras cosas y que no me escucha.

¡Y debe de tener bidones y bidones llenos con mis lágrimas!, soy muy llorona, lloro de pena, de alegría, de emoción, de miedo, de nervios, de risa… pero si para Dios mis lágrimas son cosas de valor dignas de coleccionar, ¡pues adelante!

Dios nunca deja de estar pendiente de ti, es como las madres, que parece que tienen ojos en la nuca y lo ven todo aunque se hagan las tontas.

No te preocupes si sientes que tu fe flaquea, ¡pídele al Señor que la fortalezca! Y no pasa nada si te impacientas y le zarandeas un poco, eso es ejercitar la fe. Y a poquita que tengas, correrás con Jesús sobre las aguas.

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