La polarización frente al discurso veraz clásico
El otro es el enemigo
La polarización que se vive hoy en Occidente es un asunto multifacético que puede ser entendido desde muchos planos y que se está convirtiendo en un problema real para la democracia y la convivencia cívica. Sin embargo, dejemos constancia primero de un denominador común: sus efectos. La polarización está exacerbando las divisiones y dificultando la cohesión social dentro de muchos países y entre algunos países. Y dentro de los Estados Unidos, por ejemplo, como señalan algunos analistas, existen signos de un enfrentamiento social latente nada halagüeño. Y creemos, desde estas líneas, que el tramposo uso de la palabra, entendida como lenguaje, logos, razón, inteligencia, está detrás del problema de la polarización. En el lenguaje, en el discurso, en la comunicación social, progresivamente se ha ido degradando el uso de la palabra con un sesgo tergiversador, falaz, y muy agresivo. Un tono desaprensivo que puede generar mucha violencia simbólica y que además se podría desbordar si no recuperamos el manejo más noble de la palabra cuyo horizonte es la verdad.
Planos de la polarización
Ofrezcamos algunos rasgos de contexto. Propongamos, entonces, algunos planos de la polarización sin agotar este complejo tema.
- Desde el mundo digital crece la radicalización que generan los algoritmos que solo promueven las creencias de los usuarios y todo ello se traduce en auténticas batallas dialécticas en las redes sociales.
- La desinformación y las Fake News, presentes en la prensa impresa y digital, no solo alimentan una corrosiva desconfianza entre las diferentes posturas en liza, sino que contribuyen a la confusión y al desprestigio de la verdad (posverdad).
- La búsqueda de rendimientos económicos (publicitarios) en la información digital alimenta un sensacionalismo extremo que busca el clic a cualquier precio.
- Políticamente se ha producido una fragmentación de algunos partidos que cada vez se encaraman más hacia posiciones y proclamas extremas y agresivas para movilizar a sus posibles electores.
- Esta movilización recurre cada vez menos a la deliberación racional y cada vez más a la adhesión a un identitarismo que enfrenta a los partidarios de las distintas opciones: identitarismo de género, identitarismo nacionalista, identitarismo étnico, ecologista, etc.
- En economía, en el marco de una globalización y deslocalización rampante, se produce una caída de los salarios, una precariedad laboral y un aumento de los precios del alquiler y la vivienda que afectan a grandes capas de la población y que forjan un gran escepticismo que se convierte en caldo de cultivo de la polarización. La creciente desigualdad no augura soluciones fáciles. La dinámica interna de los mercados no ayuda como señala Karl Polanyi.
- Hablamos también de un escepticismo que degenera en un corrosivo cinismo capaz de dar lugar a una búsqueda de chivos expiatorios (la migración, entre otros) que crean gran tensión ciudadana.
- Ante el vacío que ha dejado el increencia, el indiferentismo, el rechazo de un Dios que da sentido a la vida (secularización), crece la desesperanza que azuza los conflictos ante los problemas mencionados más arriba.
- Caen drásticamente las expectativas sobre un futuro mejor y con ellas la capacidad de reflexionar, pensar. A partir de ahí, entonces, crece un enconamiento atado a soluciones fáciles que no hacen más que culpar al otro, a los otros, a los que se convierte, mecánica y simplistamente, en enemigos.
- Ahí el populismo, el tribalismo encuentran terreno fértil no solo en la política, sino también en la cultura (un ejemplo claro es la guerra cultural), la prensa amarilla, el deporte que ya no habla de adversarios sino de enemigos.
- La polarización se vale de la desinformación y el sensacionalismo como palancas.
Isócrates mediaba con las palabras más sabias
Isócrates (436 a. C. - 338 a. C.) fue un renombrado ateniense y uno de los primeros grandes retóricos capaz de reflexionar con una afinada filosofía, sobre la vida, la educación, el bien, la virtud. Asimismo, fue también un gran educador en estos campos. Sin embargo, se destaca menos que en sus inicios fue un reconocido logógrafo. ¿Qué hacían los logógrafos? Pues estos hombres, diestros con las palabras, escribían y se expresaban con elocuencia y precisión. En función de esas destrezas eran contratados para crear discursos que servían como base para que sus clientes pudieran argumentar sabiamente en la defensa de sus intereses ante la justicia, en los debates en la asamblea o también en celebraciones o ceremonias especiales.
Lo que les sucedía a sus clientes es que carecían de las habilidades retóricas que resplandecían en Isócrates. Él era tímido y apocado y no destacaba en sus inicios como retórico hasta que, con el paso del tiempo, fundó su escuela de oratoria en Atenas donde ya se educaba a los jóvenes en estas lides de tal forma que, con su labor, se fueron conformando algunos elementos básicos de la Paideia clásica. El objetivo de su magisterio y de su escuela no era un dominio sofista del lenguaje al servicio de cualquier objetivo sino enseñar a hablar bien y a la vez pensar bien y actuar correctamente a tenor de los objetivos de la Paideia: la sabiduría, la verdad, educación integral, la virtud y la belleza.
Isócrates quería superar las miras de los sofistas que solo apostaban por la persuasión y quizá infringían ciertos códigos. A estos sofistas Platón y Aristóteles les acusaron también de ir en contra del bien común y de crear enfrentamiento desde una retórica adulterada. Isócrates defendía una retórica desplegada en favor de valores éticos y políticas justas, en definitiva, en favor de la cohesión de la polis (ciudad-estado en aquella época).
Los sofistas y los oradores éticos
Isócrates, Lisias, Demóstenes (tres de lo diez logógrafos más renombrados) tenían como objetivo no solo escribir discursos para persuadir y alcanzar una elocuencia brillante para sus clientes, vencer en los debates de la asamblea y ante los tribunales sino también contribuir a una sociedad más honrada. Y en sus escritos se proponían formar a los futuros ciudadanos, como personas íntegras, de una pieza, sin dobleces.
Pero la retórica se convirtió muy pronto en un arma de doble filo: en manos de los sofistas alimentaba solo el interés de convencer sin reparar en los medios y en los daños. El individualismo de aquellos sofistas los llevaba a afirmar que el hombre era la medida de todas las cosas y con este tenor disertaban. Platón, en su diálogo Gorgias (también en otros diálogos como Fedro o en La República) criticaba esta retórica utilitarista, relativista y pragmática en el peor sentido de la palabra. Desautorizaba una retórica sin fundamentos, demagógica, llena de adulación, sin atención ninguna por alcanzar o hacer resplandecer la verdad. La retórica más reprobable para Platón era la que podía defender la injusticia, engañar a las audiencias e incluso corromper la nobleza de los procesos judiciales y políticos. Era una retórica que buscaba el poder, el éxito en detrimento de la vida virtuosa y la defensa de la justicia.
Pero vayamos también a Aristóteles y su reivindicación de la nobleza de la retórica en este clima enrarecido por los sofistas: pare él la mejor retórica es aquella forma de discurso capaz de convencer teniendo como divisas el ethos (la credibilidad del orador: ético, prudente y benevolente), el pathos (apelación a las emociones de la audiencia a la que se debe persuadir pero no manipular) y el logos (que debe basarse en la argumentación racional desde los hechos y las evidencias que respaldan la posición del orador en una exposición estructurada, coherente, inteligible y veraz). Aristóteles, frente al menoscabo de la retórica como una forma demagógica de defender los propios intereses, apoya una retórica noble que integra el ethos, el pathos y el logos siempre en el horizonte de la justicia y el bien común que reclaman el concurso de la verdad.
La palabra es un don que el hombre ha recibido para vivir bien
Aristóteles señala, en el primer libro de su obra Política (libro I. cap. 2), que “el hombre es el único animal que tiene palabra”. Y continúa defendiendo que el hombre, animal social, es, por su naturaleza, un ser llamado a vivir en sociedad. Creo que podemos inferir que el mejor uso de la palabra, el más racional, es una responsabilidad para el hombre que quiere vivir en sociedad:
"El hombre es, por naturaleza, un animal político. Y es el único entre los animales que tiene el don de la palabra. La voz, en efecto, expresa el dolor y el placer; por eso la tienen también los otros animales (su naturaleza llega hasta percibir dolor y placer y comunicarse entre ellos). Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y es que esta es la característica propia del ser humano respecto de los otros animales: solo él tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, y de otras cualidades; y la participación comunitaria en estas cosas constituye la familia y la ciudad".
En la polarización actual no se intercambian las palabras justas, entendidas como logos, no se construyen pensamientos. Ahí solo actúa el ser insocial (retomando el concepto aristotélico) que solo mercadea con exabruptos e invenciones. La palabra, logos, entendida como razón, inteligencia, discurso capacita al hombre para pensar, deliberar y tomar decisiones éticas. La verdad cohesiona. La mentira desune, enfrenta, polariza. ¿Se están educando en las escuelas y en las universidades estudiantes veraces que, más allá de los intereses, del cálculo inmediato, saben defender la verdad?
Isócrates, conciencia de los que no sabían expresarse
Nos adentramos en el campo de la ética cívica. Isócrates, en su función de logógrafo, se convertía en la conciencia de los que no sabían expresarse adecuadamente. A través de él, sus clientes se acercaban a los argumentos verdaderos y más justos. “Consideramos que, entre todas las cualidades humanas, la mayor es la habilidad de usar el discurso de manera correcta” (Antídosis, Sección 253-255).
¿Necesitamos hoy un logógrafo honesto, o muchos, como él que nos enseñen a disertar de la mano de la verdad? Alguien que susurre en nuestro oído las claves del respeto y el bien común. O, ¿nos empeñaremos en mentir obstinadamente en función de los intereses propios convirtiéndonos en seres insociales?
Recuperemos a Isócrates cuando reflexiona, de nuevo en su obra Antídosis (Sección 255), sobre el poder de la palabra:
"Pues ella [la palabra, el logos] estableció normas acerca de las cosas justas y las injustas, las bellas y las vergonzosas; no estando determinadas estas cosas, no seríamos capaces de habitar en compañía de los demás. Con la palabra reprendemos a los malvados y elogiamos a los buenos. Mediante ella educamos a los incultos y ponemos a prueba a los sensatos. Pues el hablar como se debe lo convertimos en el mayor signo del pensar bien; y la palabra verdadera, acorde a la ley y justa, es reflejo de un alma buena y fiable".
La función verdadera de la palabra como logos, discurso, razón
¿Recuperaremos la función de la palabra verdadera que nos hace capaces de habitar en compañía, comunitariamente, cerca de los demás? La palabra sabia, el discurso razonado, la deliberación racional deben evitar la utilización del lenguaje como arma arrojadiza para dañar, insultar, destruir con vistas a intereses a menudo abyectos. La palabra sirve para pensar (pensar bien dice Isócrates) y convivir, pero la actual polarización está convirtiendo este don recibido en un instrumento al servicio de la mentira y la tensión social. La palabra, el lenguaje, un don de Dios (Agustín de Hipona, Tomás de Aquino), no sirve para destruir. Sirve para construir. La nobleza de la palabra, del logos, está siendo pervertida al servicio desaprensivo del poder: económico, político, social, ideológico, etc.
¿Qué están haciendo las escuelas para educar en el uso de la palabra justa? Quizá las escuelas no están preocupadas por estos temas. Quizá en las escuelas ni siquiera se está enseñando a leer con profundidad, a escribir con argumentos, razonar oralmente con criterio, pensar sabiamente. Por ejemplo leyendo a los clásicos. Quizá las escuelas -también las universidades- no están civilizando, ante un mundo polarizado, como debieran y se ocupan de otros asuntos mucho menos importantes. Mientras tanto Occidente sigue coqueteando con la polarización que es un paso más hacia la barbarie.
Despidámonos desde Roma con Cicerón (106 - 43 a. C): "Nada es tan rápido como una calumnia; nada se emite con mayor facilidad, nada se capta con mayor rapidez, nada se difunde con mayor amplitud." (De Oratore, II, 58, 236)