Cuánto darían aquellos peregrinos por vivir en estos días
por Jesús García
Hoy es 11 de febrero, 152 aniversario de la primera aparición de la Virgen María a Bernadette, en la gruta de Lourdes. No hace mucho tiempo, conmemorando aquel aconteciminto, escribí un texto que ahora rescato para colgarlo en este blog. Espero que os guste. Lo titulé “Cuannto darían aquellos peregrinos por vivir en estos días”.
El 16 de julio de aquel año, la Santísima Virgen apareció en Lourdes “más hermosa y sonriente que nunca e, inclinando la cabeza en señal de despedida”, desapareció de la vista de Bernardita, que nunca más volvió a verla en esta tierra. No hubo previo aviso, no hubo anuncio ni despedida. Solo sabemos que Bernadette, durante el resto de su vida, añoró con tremenda nostalgia aquellas visitas. La pregunta que asalta al corazón y a la cabeza cuando se medita sobre este acontecimiento es cuantos serían los peregrinos que llegaron los siguientes días, una vez acabadas las apariciones, y no pudieron participar de tanta alegría… ¿Cuanto hubiesen dado aquellos rezagados porque las apariciones de la Virgen María hubiesen ocurrido durante 29 años más? ¿Qué cálculos hubiesen hecho? ¿Cuánto hubiesen escatimado? ¿Cuantos días de vacaciones no se hubiesen gastado? ¿Cuántos ahorros hubiesen empleado? ¿Cuantos kilómetros recorridos, en carro o a pie, bajo el sol y la lluvia, no hubiesen caminado con tal de estar solo una tarde junto a Bernadette ante María? ¿Cuánto amor hubiesen mostrado en su peregrinar? ¿Cuánta confianza?
Hoy, en este año 2010, cuentan que la historia de Bernadette se repite en una aldea de Herzegovina, pero a diferencia que en Lourdes, en la aldea de Medjugorje las apariciones perduran hasta nuestros días, y eso permite al hombre de hoy viajar a ese lugar y participar de esa gracia: organizar viajes, encuentros y actividades en el Lourdes de Bosnia y Herzegovina.
Es verdad que, aunque los testimonios de cosas maravillosas, de encuentros reales con el amor entrañable de Dios, son incontables, es posible que no se aparezca allí la Virgen María. Que las miles de confesiones no se deban más que a la excelente pastoral de unos sacerdotes que más que frailes deben parecer ángeles, a juzgar por el éxito de su apostolado. Tal vez esos montes llenos de gentes rezando sin parar, llegadas desde países tan lejanos como Canadá, Korea, Vietnam, Nicaragua, Sierra Leona, Líbano, Nigeria, Chile, Perú… no sea más que el producto de una histeria colectiva, que nada tenga que ver con la búsqueda sincera, sin importar la vergüenza, de Cristo en sus vidas. El fruto del entusiasmo exagerado de quien busca lo innecesario.
“No quiero vivir ni un instante de mi vida sin amar” (Bernadette Soubirous).
Hace 152 años, en 1858, una pequeña aldea del sur de Francia fue epicentro de un acontecimiento espiritual, asombroso y difícil de creer, y es que el cielo se hizo presente en la Tierra a través de los ojos de una pobre y humilde aldeana llamada Bernadette. La chiquilla era apenas una analfabeta, poco ducha en materia espiritual, que apoyaba la precaria economía familiar con trabajos domésticos reservados para las sirvientas: fregar, cuidar niños, recoger leña, pastorear ganado… tal era su ignorancia y pobreza que a sus catorce años aún no le había sido permitido hacer la Primea Comunión. Y fue precisamente a esta niña, a Bernadette, a quien se le apareció nada menos que la Virgen María en 17 ocasiones desde ese 11 de febrero de 1858 hasta el 16 de julio siguiente.
Los acontecimientos que acompañaron a las apariciones de Bernadette cruzaron las fronteras de Francia en unos tiempos en que no existía ni la tele por cable ni Internet y, sin embargo, muchos miles de peregrinos pudieron compartir y participar de aquella gracia extraordinaria de Dios, que derramaba su amor entrañable a quien, llamado por su Madre, se hacía presente en la aldea francesa junto a Bernadette.
Hace 152 años, en 1858, una pequeña aldea del sur de Francia fue epicentro de un acontecimiento espiritual, asombroso y difícil de creer, y es que el cielo se hizo presente en la Tierra a través de los ojos de una pobre y humilde aldeana llamada Bernadette. La chiquilla era apenas una analfabeta, poco ducha en materia espiritual, que apoyaba la precaria economía familiar con trabajos domésticos reservados para las sirvientas: fregar, cuidar niños, recoger leña, pastorear ganado… tal era su ignorancia y pobreza que a sus catorce años aún no le había sido permitido hacer la Primea Comunión. Y fue precisamente a esta niña, a Bernadette, a quien se le apareció nada menos que la Virgen María en 17 ocasiones desde ese 11 de febrero de 1858 hasta el 16 de julio siguiente.
Los acontecimientos que acompañaron a las apariciones de Bernadette cruzaron las fronteras de Francia en unos tiempos en que no existía ni la tele por cable ni Internet y, sin embargo, muchos miles de peregrinos pudieron compartir y participar de aquella gracia extraordinaria de Dios, que derramaba su amor entrañable a quien, llamado por su Madre, se hacía presente en la aldea francesa junto a Bernadette.
El 16 de julio de aquel año, la Santísima Virgen apareció en Lourdes “más hermosa y sonriente que nunca e, inclinando la cabeza en señal de despedida”, desapareció de la vista de Bernardita, que nunca más volvió a verla en esta tierra. No hubo previo aviso, no hubo anuncio ni despedida. Solo sabemos que Bernadette, durante el resto de su vida, añoró con tremenda nostalgia aquellas visitas. La pregunta que asalta al corazón y a la cabeza cuando se medita sobre este acontecimiento es cuantos serían los peregrinos que llegaron los siguientes días, una vez acabadas las apariciones, y no pudieron participar de tanta alegría… ¿Cuanto hubiesen dado aquellos rezagados porque las apariciones de la Virgen María hubiesen ocurrido durante 29 años más? ¿Qué cálculos hubiesen hecho? ¿Cuánto hubiesen escatimado? ¿Cuantos días de vacaciones no se hubiesen gastado? ¿Cuántos ahorros hubiesen empleado? ¿Cuantos kilómetros recorridos, en carro o a pie, bajo el sol y la lluvia, no hubiesen caminado con tal de estar solo una tarde junto a Bernadette ante María? ¿Cuánto amor hubiesen mostrado en su peregrinar? ¿Cuánta confianza?
Hoy, en este año 2010, cuentan que la historia de Bernadette se repite en una aldea de Herzegovina, pero a diferencia que en Lourdes, en la aldea de Medjugorje las apariciones perduran hasta nuestros días, y eso permite al hombre de hoy viajar a ese lugar y participar de esa gracia: organizar viajes, encuentros y actividades en el Lourdes de Bosnia y Herzegovina.
Es verdad que, aunque los testimonios de cosas maravillosas, de encuentros reales con el amor entrañable de Dios, son incontables, es posible que no se aparezca allí la Virgen María. Que las miles de confesiones no se deban más que a la excelente pastoral de unos sacerdotes que más que frailes deben parecer ángeles, a juzgar por el éxito de su apostolado. Tal vez esos montes llenos de gentes rezando sin parar, llegadas desde países tan lejanos como Canadá, Korea, Vietnam, Nicaragua, Sierra Leona, Líbano, Nigeria, Chile, Perú… no sea más que el producto de una histeria colectiva, que nada tenga que ver con la búsqueda sincera, sin importar la vergüenza, de Cristo en sus vidas. El fruto del entusiasmo exagerado de quien busca lo innecesario.
Es posible y probable que las curaciones médicas, inexplicables, que de allí se cuentan y se tiene constancia, no sean más que un chisme inventado por aquellos aldeanos yugoslavos que han abierto una pensión o una tienda en la que vender rosarios y estampitas. Y también es posible que los chicos que, como en tiempos contó Bernardita, dicen ver a la Virgen María, digan la verdad. Es posible que los incontables análisis e interrogatorios que han superado no hayan sido amañados. Que los comunistas que les persiguieron en tiempos y finalmente se convirtieron fueran en realidad enemigos del Sistema. Puede ser que la inmensa controversia surgida en torno a ellos no sea más que la confusión del mal que intenta, como ya sucedió con Bernadette, confundir a la buena gente que se cierra en banda ante la posibilidad de un viaje hasta esa tierra. Sí, todo eso es posible. Son cábalas que se escapan del peregrino, del hombre de a pie, del que busca con confianza y esperanza la presencia de Dios en su vidas. Pero entre cábalas, dudas y preguntas, una certeza es la que queda: ¿Qué no darían aquellos que no llegaron a Lourdes por vivir un día, un solo día más, aquel fenómeno en que Dios se hizo presente a través del corazón maternal de María en la experiencia mística de una niña?
Cualquier día de estos, los videntes de Medjugorje nos dirán que aquella a la que dicen ver, vino más bella que nunca, hizo un gesto de despedida y que ya no la volverán a ver. Y sin saber con absoluta certeza si fue cierto o no, al menos a unos cuantos millones de peregrinos nos quedará la alegría de saber que le dimos a Dios, a corazón abierto, la oportunidad de sorprendernos ante la presencia amorosa de su Madre, la Virgen María.
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