De las diferencias entre católicos y anglicanos, a propósito de Harry
por En cuerpo y alma
Es de sobra conocido que la secesión de la Iglesia inglesa o anglicana –de hecho es así llamada incluso antes del cisma- de Roma ocurre cuando el rey inglés Enrique VIII solicita del Papa que declare nulo su matrimonio con la princesa española Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena, de la que, en expresión que hace muy al caso, se había "encoñado", y la Iglesia no accede. La reacción de Enrique VIII consiste en hacerse anular su matrimonio por el Obispo de Inglaterra Thomas Cranmer y rebelarse contra Roma, emitiendo el Act in Restraint of appeals de 1533 y el Acts of Supremacy de 1534, por los que se establece que la Corona de Inglaterra es “la única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra” y que el Obispo de Roma (el Papa, por más señas) no tenía “mayor jurisdicción en Inglaterra que cualquier otro obispo extranjero”.
Luego vendrán, ya en tiempos de Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, la mujer que reemplazó en el trono a Catalina de Aragón, el Acts of Uniformity y los Treinta y nueve artículos de religión, documento que marca, por decirlo de alguna manera, el resumen del credo anglicano. Trátase de un documento breve, poco más de cuatro mil palabras. Para que el lector se haga una idea, apenas cinco artículos como éste. Y establecen las diferencias con el catolicismo romano, -llamémoslo así pues los anglicanos también se llaman a sí mismos católicos-, entre las cuales las más importantes las siguientes:
- En la controversia entre Lutero y Erasmo sobre el debate justificación por la fe-libre albedrío, se toma partido por la primera. Se da por buena también la teoría luterana de la predestinación, por la que los seres humanos nacen predestinados a la salvación o a la condenación.
- Sobre la Iglesia de Roma se hace la siguiente declaración: “Así como las Iglesias de Jerusalén, de Alejandría y de Antioquía erraron, así también ha errado la Iglesia de Roma, no sólo en cuanto a la práctica, ritos y ceremonias; sino también en materias de fe”.
- Se declara la ilegitimidad de la convocatoria de concilios sin el consentimiento de los príncipes (mandatarios civiles) y la capacidad de los mismos de errar. De hecho, sólo se reconoce validez a los cuatro primeros concilios de la Iglesia.
- Se declara la falsedad de la existencia del purgatorio.
- Sólo se reconocen dos sacramentos en cuanto ordenados por Jesucristo, el bautismo y la eucaristía. Sobre los otros cinco se dice: “Aquellos otros cinco comúnmente llamados sacramentos, a saber: confirmación, penitencia, orden, matrimonio y extremaunción, no deben reputarse sacramentos del Evangelio, habiendo en parte emanado de una imitación pervertida de los Apóstoles, y siendo en parte estados de vida aprobados en las Escrituras; pero que no tienen la esencia de sacramentos”.
- Por lo que se refiere a la eucaristía, se niega la teoría de la transustanciación por la que el pan se convierte verdaderamente en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. De ella se dice: “El Cuerpo de Cristo se da, se toma, y se come en la Cena de un modo celestial y espiritual únicamente; y el medio por el cual el Cuerpo de Cristo se recibe y se come en la Cena es la fe”.
- Sobre el celibato sacerdotal se afirma: “Ningún precepto de ley divina manda a los obispos, presbíteros y diáconos vivir en el estado de celibato o abstenerse del matrimonio”.
Fuera del documento, se dan también otras diferencias significativas. Así, se rechazan las indulgencias, y aunque no se rechaza de plano el culto de la Virgen María o de los santos, sí se rechaza la invocación a los mismos.
En su momento se habían producido otras diferencias doctrinales que hoy día están prácticamente superadas: así por ejemplo la recomendación de leer los textos canónicos y hacerlo en las lenguas vernáculas, la comunión de los laicos bajo la forma de la doble especie.
Por último, por lo que se refiere a la ordenación de mujeres, se practica entre los anglicanos desde los años 70, si bien el tema es cuestionado incluso dentro del propio anglicanismo.
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