Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Mujeres y hombres, y viceversa

por La mirada impertinente

Solo una vez en la vida le he dado un puñetazo a alguien. Era un crío y golpeé a otro crío, para defender a un tercero que estaba siendo acosado. Fue un gesto noble, pero con consecuencias. Había tenido la desafortunada idea de pegar al hermano del líder de la pandilla juvenil de mi barrio y fui objeto de una estricta persecución en busca de venganza.

Posiblemente aquello durara unas pocas semanas, pero las viví como un infierno. Cada viaje de ida y vuelta al colegio debía hacerlo vigilando la calle con los cinco sentidos, pegándome a adultos que pudieran protegerme, evitando encerronas... Me arrepentí muchas veces de aquel puñetazo justiciero.

Un día, mi madre averiguó lo que ocurría. Y, sin yo saberlo, localizó a la de aquellos chicos y la pidió que intercediera para que me dejaran tranquilo. Y así ocurrió. El día que me contó cómo había resuelto mi problema descubrí una faceta desconocida del poder de las madres, y del carácter auxiliador de la feminidad.

He recordado este episodio en esta semana de sobredosis reivindicativa al releer una entrevista con la psicóloga Susan Pinker en la que opina que los varones somos el verdadero sexo débil. Quizás conozcan las razones: por ceñirnos a España, tenemos entre un 50%y un 60% más de posibilidades de morir asesinados, y seis veces más de hacerlo en un accidente laboral; nos suicidamos el triple; tenemos más riesgo de caer en adicciones; y vivimos 7 años menos. Pinker llega a decir que no está claro qué sexo sufre más. Aunque el jueves parecía haber unanimidad al respecto.

También me ha venido a la memoria estos días la figura de mi padre, que nunca necesitó usar la palabra igualdad para enseñarnos el respeto y la valía de las mujeres. Mi padre nunca esperó que su mujer le llevara las zapatillas. Al llegar del trabajo revisaba enchufes y grifos, hacía muebles, encolaba sillas… no paraba. Ambos trabajaban en común en beneficio de su gran proyecto vital, que eran sus hijos; podían discutir, pero no hacían listas de agravios. Nos enseñaron el valor de la entrega, la generosidad y la dignidad del otro. No hizo falta más.

Hoy, en cambio, nos hemos entregado a una guerra de sexos estéril, que no fortalece a nadie y debilita a todos, y que sólo sirve para instalarnos en el victimismo permanente. Y para que se acomoden entre nosotros, como dogmas indiscutibles, discursos falaces que no han demostrado en ninguna parte capacidad real de lograr lo que prometen. En España, los asesinatos de mujeres (no sólo a manos de sus parejas) han aumentado un 18% mientras descendían un 30% los de los varones. Y esto ocurría en una época en la que, paradójicamente, todos los medios, y los políticos, se volcaban con los primeros e ignoraban los segundos. Lo lógico sería pensar que algo falla en la estrategia, y también en el análisis. Pero a ver quién es el valiente que se atreve a pinchar un globo que los medios de comunicación llevamos hinchando durante más de diez años.

Publicado en El Norte de Castilla

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