Los ecos de Narciso
Nunca antes los individuos habían tenido tanto margen de elección. Podemos escoger quien nos gobierna (hasta cierto punto, claro, siempre entre las opciones que hay), podemos decidir sobre nuestra esfera personal, elegir qué compramos, qué canal de televisión o periódico preferimos, con quiénes nos asociamos, qué estudiamos, qué películas vemos, qué música escuchamos, con quién nos relacionamos… El único límite es el dinero, y en muchos ámbitos ni siquiera éste freno es decisivo.
En cierto sentido, nuestro mundo es el reino de la libertad personal. Y aunque es verdad que persisten problemas muy graves -abusos, injusticias, excesos…- no son una exclusiva del presente. Casi todo lo que nos horroriza de nuestro hoy estaba ya en nuestro ayer. Y casi siempre en mayor grado, y sometido a más arbitrariedad, y con menos cauces de discusión y arreglo. Así que no estaría de más templar un poco los ánimos.
En realidad, algunos de los problemas mayores que padecemos no nacen, como algunos piensan, de la falta de libertad, sino que son directa y paradójica consecuencia del ejercicio mismo de esa libertad.
La burbuja inmobiliaria que hoy tanto lamentamos fue el resultado de la suma de muchos actos particulares de libertad. Basados, ciertamente, en convicciones erróneas, alimentados por un irracional efecto de imitación, y con resultados nefastos. Pero libres. Y es que nadie dijo nunca que decidir con libertad garantice decidir con acierto. Y lo que no vale, o no debería valer, es escurrir el bulto cuando nos encontramos los efectos indeseados de nuestras decisiones.
La clave está en nuestro ego. Todos alimentamos, en mayor o menor medida, la ficción de que sabemos lo que queremos y hacia dónde vamos, ignorando que en la mayor parte de las ocasiones lo mejor que nos ocurrió surgió justamente en el recodo inesperado del camino, en aquel encuentro, o presencia, que no habíamos elegido, que se nos impuso con la fuerza de los hechos. Despreciamos la importancia de la duda. Y preferimos masajearnos con falsas certezas, convenciéndonos de que somos dueños de nuestro destino. Lo que es una verdad a medias.
Por eso me preocupa esa tendencia tan de nuestros días que lleva a muchos a informarse sólo en aquellos medios, libros, redes sociales, o colectivos que piensan como ellos. Es un nefasto ejercicio del derecho a elegir. Pero, sobre todo, es una claudicación: la renuncia a la condición más viajera, más aventurera, de la libertad, la que nos lleva a esos lugares imprevistos, que son siempre los mejores, pero que implican el riesgo de descolocar el edificio de nuestras convicciones.
Como esto da mucha pereza, y miedo, cada vez más preferimos relacionarnos sólo con nuestro propio eco, y mirarnos, como Narciso, en el espejo de los que piensan como nosotros. Para concluir, felices, y sin margen de duda posible, que somos los más bellos.
Publicado en El Norte de Castilla