Una historia de amor
La historia de la humanidad es, globalmente hablando, la historia del amor de los hombres hacia las mujeres. También del amor de ellas hacia los varones, pero esto último raramente se pone en cuestión. Es la primera afirmación la que resulta hoy insolente, polémica y hasta hiriente, porque de un tiempo a esta parte se ha impuesto la idea de que, hasta anteayer, las mujeres han vivido universalmente sometidas y vejadas, mientras los varones gozaban, al parecer, de una despreocupada y jovial libertad, y no se dedicaban a trabajar los campos o a morir en las guerras.
La sufragista norteamericana Elisabeth Cady Stanton expone la idea en términos dramáticos: "La prolongada esclavitud de las mujeres es la página más negra de la historia de la humanidad". Y la feminista Betty Friedman, en expresión más doméstica: "Ninguna mujer tiene un orgasmo abrillantando el suelo de la cocina". Por lo que se ve, en cambio, los varones que trabajan en las minas o en la cadena de Fasa gozan de ellos en abundancia.
Quizás por haberse impuesto estas convicciones tan negativas, quien invoca el amor en un contexto feminista corre el riesgo de salir escaldado. Ya lo advirtió Kate Millet: "El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas". Y desde entonces una parte del feminismo embiste sin piedad contra el mito del 'príncipe azul'.
Sin embargo, aún aceptando que muchos han tratado mal a sus parejas -y viceversa- es mucho más cierto que la inmensa mayoría de ellos las han querido, aunque no siempre con acierto, ni con cordura, y que han desgastado sus vidas intentando protegerlas a ellas y a sus hijos. La historia de la relación entre hombres y mujeres es una historia de amor compleja que no acepta relatos chatos ni simplificaciones. Sin duda marcada por frecuentes conflictos y dramas, pero llena también de generosidad y momentos de magnífica grandeza.
La prueba última de que la mayoría de los varones sí han querido a las mujeres la tenemos en la cultura y en el arte, a poco que se miren con mente abierta y sin prejuicios. Pero, sobre todo, salta a la vista en la vida diaria de nuestro Occidente.
Si algo caracteriza la aventura de la humanidad es la conquista de espacios de libertad frente a los condicionantes biológicos y los del instinto, y basta comparar la vida de nuestros parientes simios con la propia para constatar lo avanzado. Quizás alguien envidie la sencilla existencia del chimpancé, pero creo que la mayoría preferirá la enredada complejidad de nuestro mundo, aún con sus muchas miserias y tareas pendientes.
Esta conquista de la libertad es la misión en la que hemos estado embarcados. En esa y en la de construir una convivencia cada vez más amigable entre los seres humanos, y especialmente entre los machos y las hembras de nuestra especie. Y es que, a pesar de los pesares, unos y otras seguimos entregando nuestras vidas cada día en las brasas vivificantes y peligrosas del amor.
Publicado en El Norte de Castilla