Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Munilla y las mujeres

por Soy católico, ¿pasa algo?

Escribo este artículo en un restaurante, rodeado de mujeres felices que toman café como si tomaran la Bastilla: con el ímpetu de quienes se sienten protagonistas de un tiempo nuevo. Imagino que han secundado la huelga feminista porque, además de relativamente jóvenes, tienen pinta de funcionarias. Al funcionario, como al futbolista, se le nota la profesión. Los carrileros tienen las piernas arqueadas y los funcionarios caminan, hablan y piensan con la seguridad que no tiene el autónomo porque éste desconoce si llegará a final de mes. De modo que el hecho de que las funcionarias secunden la huelga no es un acto heroico. Heroico es que lo haga la secretaria personal de Chuck Norris. 

O que la secunden las asalariadas a las que, según las organizaciones convocantes, sojuzga el capital. El comunismo, no, por lo visto. En el comunismo todas las mujeres son Fidel, esto es, comandantes en jefe y libertadoras. En caso contrario, las organizaciones convocantes harían pagar al comunismo su desprecio a la mujer. Como todo el mundo sabe en China manda la nieta de Mao y en Cuba la nuera de Raúl Castro, la que se casó con el primogénito. En ambos países, además, se respetan los derechos laborales femeninos: no hay niñas explotadas en talleres de Pekín ni jineteras en La Habana. 

El feminismo es a la mujer lo que el salario base al obrero: una conquista. Pero cuando lo manipula la ideología de género se convierte en el arma trucada de cacerías organizadas contra quienes, como el obispo de San Sebastián, Juan Ignacio Munilla, denuncia la radicalidad de un movimiento que ha pervertido su sentido original. Tras el tiroteo, Munilla arguye que se han sacado de contexto sus palabras, lo que es cierto, y se reafirma en la idea. Hace bien. Munilla debe ser consciente de que el feminismo radical no quiere acabar con el machismo, sino con la masculinidad, que no es el pelo en el pecho, sino un modelo, no de conducta, que eso es la caballerosidad, sino de vida. Con el que comulgo, por cierto. En otras palabras, me gusta, después del afeitado, masajearme la cara con Floid.
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