De católicos y fachas
Tengo la seguridad de que dentro de cinco siglos se hablará aún de Dios y la certeza de que Franco seguirá también presente en esas conversaciones en las que las dos Españas se citan en Belchite. Conozco mejor a Dios que a Franco porque el primero me ha perdonado y al segundo no lo encontré en el confesionario, pero a la izquierda le conviene que las nuevas generaciones sepan más del generalísimo que del Todopoderoso. Por puro pragmatismo: la izquierda requiere para sobrevivir soltar un cocodrilo en el lago, o lo que es lo mismo, una tea en la transición.
Esto es así porque la izquierda sólo genera entusiasmo en las barricadas, dado que su proyecto para el hombre es el proyecto de la pradera para la vaca: que coma hasta que se hinche. La vaca pasta, pero no se emociona, y el hombre zampa, pero no picotea. El picoteo es el reflejo gastronómico del entusiasmo, es decir, de las ganas de vivir, que, en el ámbito político, no se alcanzan mediante la afrenta, sino a través de la concordia. A la izquierda le cuesta entender que el español sale menos guapo del escrache de que la peluquería.
Por eso, porque nos quiere feos, o sea, guapos por abajo, siembra cizaña, el césped de los ladinos, cada vez que le dejan, tal que ahora con la memoria histórica. Como para la izquierda ambos, Dios y el invicto, convergen en el Valle de los Caídos ha ideado una estrategia para molestar a la vez al católico y al facha, que, aunque ella lo crea, no se parecen en nada, consistente en retirar la tumba de Franco de la basílica, lo que, ya puesta, le servirá para ganar la batalla del Ebro, nombrar a Negrín comandante en jefe y declarar el 18 de julio día de la República.