Etica y religión
El código más antiguo del mundo
por Piedras vivas
Legisladores sin ley natural
La joven alemana Sophie Scholl contribuyó con su sacrificio a la caída del nazismo, actuando como una nueva Antígona que se opone a las leyes injustas con la ley más antigua del mundo, la ley natural. En febrero de 1943 Sophie y su hermano Hans fueron detenidos por lanzar hojas de propaganda antinazi en la universidad. Después de tres días de interrogatorio fueron juzgados, junto un amigo suyo, y condenados los tres a muerte en la guillotina. La sentencia se ejecutó al día siguiente. Este suceso real ha sido llevado recientemente a la pantalla cosechando importantes premios. En el interrogatorio ella pregunta: «¿Por qué me castigan?» Y a la respuesta: «¡Es la ley!» ella replica: «La ley se puede cambiar, la conciencia no». Mientras el interrogador la tacha de ser poco realista, ella responde: «Lo que digo tiene que ver con la realidad y la costumbre, con la moral y con Dios», pero sólo recibe la tajante respuesta: «Dios no existe». Y así vemos que, por encima de las apariencias, queda una vencedora y un vencido, a la vez que advertimos que la violencia procede de la falta de religión.
Si miramos al siglo V antes de Cristo encontramos al personaje de Antígona, tantas veces citado, que se enfrenta al tirano Creonte porque reconoce el valor trascendente de las leyes de naturaleza que sostienen el desarrollo histórico. Entre el tirano y la valerosa joven se produce un diálogo que hace chocar la ley natural con la voluntad arbitraria del poder: «No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron». Esa actuación de Antígona muestra que las normas éticas no son creación de los hombres ni dependen esencialmente de una época determinada de la historia, puesto que aparecen como una realidad anterior objetiva fundada en la ordenación de la naturaleza y de la condición humana, que remiten a los dioses.
Ética común y creencias religiosas
El pensamiento moderno ha cuestionado la ley natural como algo heterónomo cuando piensa que impediría la realización del hombre, como afirmaba el filósofo Sartre: «No existe naturaleza humana, porque no hay Dios que la pueda haber pensado» (L’existencislisme est un humanisme). Otros pensadores han planteado la necesidad de una ética común por consenso, pero ajena a las creencias religiosas, para orientar nuestro mundo globalizado, aunque paradójicamente está más fragmentado en los bienes y valores básicos. Sostienen que nninguna verdad privada puede aducirse para criticar una verdad pública, con la intención de lograr la convivencia entre distintas religiones, y naturalmente también para poner orden en el comportamiento humano. Algunos consideran que deberíamos evolucionar hacia una nueva generación de religiones sin pretensiones de verdad, quedando sometidas al principio ético de verdad; sin embargo, pienso que los presupuestos ideológicos que los sustentan tienen un concepto reductivo de la religión como un hecho cultural sin trascendencia alguna.
El entendimiento entre religiones y culturas me parece más bien una cuestión de diálogo sincero sobre la base de la identidad y del sentido. Se parece a lo que ocurre con las vidrieras de las catedrales vistas desde fuera o desde dentro, y por tanto de modo distinto, de lo cual no se puede deducir que todas las perspectivas y opiniones serían equivalentes porque cada uno vería una parte de la verdad. Ahora bien, para no hacer del diálogo un engañoso relativismo sobre la verdad es preciso añadir que las dos posturas no son equivalentes, porque las vidrieras son una realidad con un sentido determinado por su finalidad en el ámbito religioso de la catedral. No están para ser vistas por fuera, ni siquiera por dentro como en un museo, porque son sencillamente un elemento más de un conjunto de significado religioso para contribuir a las celebraciones litúrgicas de esa comunidad cristiana en la catedral. Si se prescinde de su naturaleza, de su finalidad, y de su función, pierden su sentido y se convierten en una pieza de museo. En definitiva, hay que reconocer que no todo es relativo y por eso el creyente puede razonar a cualquiera que su «verdad privada» puede ser verdad universal, a condición de razonar con seriedad y buscar sinceramente la visión de conjunto, como ha hecho Ratzinger con Habermas, D’Arcais o M.Pera, entre otros muchos, incluidos judíos y musulmanes durante su primer año de pontificado.
El código más antiguo del mundo
En realidad, las mal llamadas «guerras de religión» han sido guerras del poder humano que utiliza la religión y la ley positiva ignorando la ley natural y la naturaleza misma de la religión. Por ejemplo, hablando de las guerras europeas en el siglo XVI, el historiador L.Suárez reconoce que: «Los príncipes mostraron interés en sostener a los grupos diferentes porque en ellos veían la posibilidad de aumentar su propio poder. Frente a Carlos V los luteranos esgrimieron el principio de “cuius regio eius religio” que autorizaba a los poderes temporales a asumir la dirección y gobierno en las cuestiones espirituales. Esta tendencia no se dio únicamente en las Iglesias reformadas; también los monarcas católicos aspiraban a que se les sometieran las estructuras eclesiásticas» (Cristianismo y europeidad).
No se trata entonces de inventar una ética común a todas las religiones y civlizaciones porque ya está inventada y se conoce como ley natural. Como hemso visto, es el código más antiguo del mundo, anterior a cualquier ley positiva porque está inserta en la realidad de las personas; y por ello esa ley natural es ordenación de la razón y no puro biologismo, que debe ser entendida desde una antropología trascendental. Cicerón, en el siglo I antes de Cristo, consideraba la ley natural como ley suprema que fundamenta el derecho «que es común a todos los tiempos y ha nacido antes de haberse escrito ninguna ley ni constituido ninguna ciudadanía». Por ello esta ley conocida por los hombres es la medida para valorar las leyes humanas, y así unas serán justas y otras sólo serán utilitarias: «De manera que no hay en absoluto justicia si no hay naturaleza y la que se establece por razón de una utilidad, se anula por otra utilidad» (De legibus). Vemos, en definitiva, que en toda época el derecho se apoya en la naturaleza humana y sólo por excepción intenta contradecirla, con grave riesgo para la sociedad y para la libertad de las personas, como ocurre en nuestra época al intentar aislar el derecho positivo de la ley natural.
Jesús Ortiz López
La joven alemana Sophie Scholl contribuyó con su sacrificio a la caída del nazismo, actuando como una nueva Antígona que se opone a las leyes injustas con la ley más antigua del mundo, la ley natural. En febrero de 1943 Sophie y su hermano Hans fueron detenidos por lanzar hojas de propaganda antinazi en la universidad. Después de tres días de interrogatorio fueron juzgados, junto un amigo suyo, y condenados los tres a muerte en la guillotina. La sentencia se ejecutó al día siguiente. Este suceso real ha sido llevado recientemente a la pantalla cosechando importantes premios. En el interrogatorio ella pregunta: «¿Por qué me castigan?» Y a la respuesta: «¡Es la ley!» ella replica: «La ley se puede cambiar, la conciencia no». Mientras el interrogador la tacha de ser poco realista, ella responde: «Lo que digo tiene que ver con la realidad y la costumbre, con la moral y con Dios», pero sólo recibe la tajante respuesta: «Dios no existe». Y así vemos que, por encima de las apariencias, queda una vencedora y un vencido, a la vez que advertimos que la violencia procede de la falta de religión.
Si miramos al siglo V antes de Cristo encontramos al personaje de Antígona, tantas veces citado, que se enfrenta al tirano Creonte porque reconoce el valor trascendente de las leyes de naturaleza que sostienen el desarrollo histórico. Entre el tirano y la valerosa joven se produce un diálogo que hace chocar la ley natural con la voluntad arbitraria del poder: «No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron». Esa actuación de Antígona muestra que las normas éticas no son creación de los hombres ni dependen esencialmente de una época determinada de la historia, puesto que aparecen como una realidad anterior objetiva fundada en la ordenación de la naturaleza y de la condición humana, que remiten a los dioses.
Ética común y creencias religiosas
El pensamiento moderno ha cuestionado la ley natural como algo heterónomo cuando piensa que impediría la realización del hombre, como afirmaba el filósofo Sartre: «No existe naturaleza humana, porque no hay Dios que la pueda haber pensado» (L’existencislisme est un humanisme). Otros pensadores han planteado la necesidad de una ética común por consenso, pero ajena a las creencias religiosas, para orientar nuestro mundo globalizado, aunque paradójicamente está más fragmentado en los bienes y valores básicos. Sostienen que nninguna verdad privada puede aducirse para criticar una verdad pública, con la intención de lograr la convivencia entre distintas religiones, y naturalmente también para poner orden en el comportamiento humano. Algunos consideran que deberíamos evolucionar hacia una nueva generación de religiones sin pretensiones de verdad, quedando sometidas al principio ético de verdad; sin embargo, pienso que los presupuestos ideológicos que los sustentan tienen un concepto reductivo de la religión como un hecho cultural sin trascendencia alguna.
El entendimiento entre religiones y culturas me parece más bien una cuestión de diálogo sincero sobre la base de la identidad y del sentido. Se parece a lo que ocurre con las vidrieras de las catedrales vistas desde fuera o desde dentro, y por tanto de modo distinto, de lo cual no se puede deducir que todas las perspectivas y opiniones serían equivalentes porque cada uno vería una parte de la verdad. Ahora bien, para no hacer del diálogo un engañoso relativismo sobre la verdad es preciso añadir que las dos posturas no son equivalentes, porque las vidrieras son una realidad con un sentido determinado por su finalidad en el ámbito religioso de la catedral. No están para ser vistas por fuera, ni siquiera por dentro como en un museo, porque son sencillamente un elemento más de un conjunto de significado religioso para contribuir a las celebraciones litúrgicas de esa comunidad cristiana en la catedral. Si se prescinde de su naturaleza, de su finalidad, y de su función, pierden su sentido y se convierten en una pieza de museo. En definitiva, hay que reconocer que no todo es relativo y por eso el creyente puede razonar a cualquiera que su «verdad privada» puede ser verdad universal, a condición de razonar con seriedad y buscar sinceramente la visión de conjunto, como ha hecho Ratzinger con Habermas, D’Arcais o M.Pera, entre otros muchos, incluidos judíos y musulmanes durante su primer año de pontificado.
El código más antiguo del mundo
En realidad, las mal llamadas «guerras de religión» han sido guerras del poder humano que utiliza la religión y la ley positiva ignorando la ley natural y la naturaleza misma de la religión. Por ejemplo, hablando de las guerras europeas en el siglo XVI, el historiador L.Suárez reconoce que: «Los príncipes mostraron interés en sostener a los grupos diferentes porque en ellos veían la posibilidad de aumentar su propio poder. Frente a Carlos V los luteranos esgrimieron el principio de “cuius regio eius religio” que autorizaba a los poderes temporales a asumir la dirección y gobierno en las cuestiones espirituales. Esta tendencia no se dio únicamente en las Iglesias reformadas; también los monarcas católicos aspiraban a que se les sometieran las estructuras eclesiásticas» (Cristianismo y europeidad).
No se trata entonces de inventar una ética común a todas las religiones y civlizaciones porque ya está inventada y se conoce como ley natural. Como hemso visto, es el código más antiguo del mundo, anterior a cualquier ley positiva porque está inserta en la realidad de las personas; y por ello esa ley natural es ordenación de la razón y no puro biologismo, que debe ser entendida desde una antropología trascendental. Cicerón, en el siglo I antes de Cristo, consideraba la ley natural como ley suprema que fundamenta el derecho «que es común a todos los tiempos y ha nacido antes de haberse escrito ninguna ley ni constituido ninguna ciudadanía». Por ello esta ley conocida por los hombres es la medida para valorar las leyes humanas, y así unas serán justas y otras sólo serán utilitarias: «De manera que no hay en absoluto justicia si no hay naturaleza y la que se establece por razón de una utilidad, se anula por otra utilidad» (De legibus). Vemos, en definitiva, que en toda época el derecho se apoya en la naturaleza humana y sólo por excepción intenta contradecirla, con grave riesgo para la sociedad y para la libertad de las personas, como ocurre en nuestra época al intentar aislar el derecho positivo de la ley natural.
Jesús Ortiz López
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