Cisneros, modelo incómodo
Casi desapercibida ha pasado entre nosotros la conmemoración del Quinto Centenario de la muerte del Cardenal Cisneros, una figura esencial en la historia española. Referente, además, de uno de nuestros momentos de mayor esplendor, la época de los Reyes Católicos, en cuyo tramo final Francisco Jiménez Cisneros jugó un papel decisivo. Un periodo en el que España servía de modelo al mundo, como atestigua la admiración que su figura despertó en Francia. “Richelieu remedó lo que hizo Cisneros sin llegar a lo que él llegó; y Talleyrand lee la biografía de Cisneros para aprender el oficio de hombre de Estado”, afirma el hispanista Joseph Pérez, autor de una biografía sobre el cardenal.
Probablemente no haya más causa que nuestra desidia hacia lo propio, o nuestros complejos nacionales, que justifique la grisura con que se ha recordado -incluso desde los medios públicos- a este hombre emblemático. Con todo, es tentador pensar que puede haber otras razones. Cisneros fue un religioso ejemplar y un Gran Inquisidor tolerante que desmonta, al menos en parte, algunos tópicos históricos tan amados por nuestro tiempo.
Pero también fue un servidor del Estado que luchó contra la corrupción, el nepotismo y la injusticia desde el ejercicio de una austeridad personal ejemplar. Por estas razones, Cisneros no puede ser un modelo cómodo para los políticos de nuestro presente. Y eso que no hay necesidad de exigirles que duerman en jergón, coman frugalmente, vistan sayal, o se desplacen en burra, como hacía él cuando ya era el tercer hombre más poderoso del país. Bastaría con que mantuvieran su celo en la defensa del bien común frente a los intereses de los más privilegiados -que hoy tanto pueden estar representados por las eléctricas como por el separatismo catalán u otros grupos de poder- o sus escrúpulos para favorecer a la familia, o un sentido de la justicia que no se rendía fácilmente ante las dificultades.
Cisneros dedicó su vida a la práctica del reformismo, a corregir lo que va mal en el presente para anticiparse a los problemas del futuro. No hay atisbo de resignación, ni de fatalismo, en su figura. Él, que hizo de la acción una filosofía de vida, no hubiera entendido a quienes hoy confían en el paso del tiempo como bálsamo para los problemas políticos. Tampoco hubiera aceptado Cisneros humillarse ante los enemigos del Estado. Ni hubiera consentido de buen grado dejar sin castigo los abusos y enriquecimientos desmesurados de trabajadores públicos.
El historiador Pierre Vilar dice del Cardenal que fue el político más progresista que tuvo Europa, lo que seguramente agradará a quienes creen que sólo en el progresismo está la virtud. Pero fue sobre todo un hombre de convicciones -también un hombre de fe- íntegro, fuerte, riguroso, desinteresado y amante del saber. De esos que no abundan en nuestra historia, ni en la de ningún otro país, y que en estos momentos tanto echamos de menos.
Publicado en El Norte de Castilla