Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Dickens y otros cuentos de Navidad

por La mirada impertinente

Un año más, Dickens vuelve a casa por Nochebuena. Su ‘Canción de Navidad’ es el clásico literario de estas fechas, como “Qué bello es vivir” es la referencia cinematográfica inevitable. Y este año el retorno de Dickens viene acompañado de novedad, pues la editorial Nocturna ha lanzado una nueva edición de su más célebre relato ilustrada por los dibujos inocentemente paródicos y desgarbados del ilustrador Quentin Blake, conocido especialmente por su trabajo para las obras de Roald Dahl.

Pero para que quede claro que el regreso de Charles Dickens no es una casualidad, sino que debe considerarse más bien un ‘eterno retorno’, Alianza Editorial relanzó el año pasado sus ‘Cuentos de Navidad’, una edición que incluye no sólo su célebre Canción, sino otras cuatro historias ambientadas en estas fechas. Y la misma editorial ha publicado este año “Cuentos victorianos de Navidad”, que recoge no sólo historias suyas sino también de autores como Anthony Trollope, Charlotte Riddell, Juliana Erwing, Wilkie Collins y el mismismo Arthur Conan Doyle, que acude a la cita con una historia navideña de Sherlock Holmes.

Pero tanta es la popularidad de Dickens, y tan grande su impacto y su asociación con estas fiestas, que son muchos los que le atribuyen la invención del ‘espíritu navideño’, o, al menos, de la variante más moderna de tal expresión festiva. Se trata de una indudable exageración, si bien no puede ocultarse el papel fundamental que el escritor británico jugó en el renacimiento de la fiesta. Especialmente en las sociedades anglosajonas, en las que el protestantismo no veía con buenos ojos convertir en celebración religiosa el nacimiento de Cristo. El novelista, al ofrecer una versión de la fiesta ‘humanística’ -no estrictamente teológica, aunque sin excluir lo sobrenatural-  ofreció un camino alternativo para la Navidad, que se vio reforzado por su inmenso éxito popular. El acierto de Dickens fue mantener el sentido del asombro y de la sorpresa, propio de la celebración original cristiana, así como su reivindicación de la humildad frente a la soberbia, y el poder transformador del acontecimiento navideño, y adaptarlo a un mundo en el que la fe religiosa había dejado de ser una realidad que debía darse por supuesta. Y en el que, en caso de darse, no tenía por qué interpretarse de un único modo. La gran virtud del clásico navideño de Charles Dickens es que puede ser disfrutado por públicos muy diversos, y todos ellos encontrarán sobrados elementos para el gozo y la diversión.  

Quentin Blake, en el prólogo a la edición de Nocturna, explica que el mayor logro del novelista británico fue ser capaz de crear, a sus 31 años, un relato moderno capaz de incorporarse con naturalidad al gran acervo de la tradición de los cuentos de hadas, fábulas y leyendas, privilegio al alcance de muy pocos narradores. “Quería, en la pudiente Inglaterra industrial de la época, hacer algo que conminase a ser generosos, y a preocuparse por los pobres y menos afortunados”, explica Blake.

El también novelista Chesterton, en uno de sus ensayos incluidos en ‘El espíritu de la Navidad’ lo explica de este otro provocador modo: “Lo importante en la vida no es mantener un sistema continuo de bienestar y compostura (cosa que se puede hacer endureciendo el corazón o la cabeza) sino mantener vivo en uno mismo el poder inmortal del asombro y la risa, y una especie de reverencia juvenil. Es por eso que la religión siempre insiste en los días especiales, como la Navidad, mientras que la filosofía tiende a despreciarlos”. Y apostilla: “A la religión no le interesa la felicidad de un hombre, sino que le interesa si está vivo, si sigue siendo capaz de reaccionar de una manera normal ante las cosas nuevas, si pestañea ante una luz cegadora, o se ríe cuando le hacen cosquillas. Eso es lo mejor de la Navidad, que es una felicidad sorprendente e inquietante, un consuelo incómodo”.

Con ser importante el papel de Dickens, lo cierto es que la relación entre la Navidad y la literatura es muy abundante y se remonta muy atrás. Podríamos incluso situarla en el siglo II, cuando el filósofo neoplatónico Celsio se inventa un cuento según el cual Cristo es hijo de una campesina adúltera y un soldado romano llamado Pantero, tal y como recuerda Marta Salís en el prólogo de su recopilación de relatos navideños ‘Cuentos de Navidad. De los hermanos Grimm a Paul Auster’.

Pero no es el único antecedente. A partir del siglo XI surgen los autos de fe, muchos de los cuales representan escenas de asunto navideño. En España, el Auto de los Reyes Magos, del siglo XII, está considerado nuestra obra teatral más antigua y todavía hoy se representa, sin perder el carácter popular que siempre tuvo.

E incluso antes surgen los villancicos, que son, a un tiempo, música y poesía popular.  José Luis Alonso Ponga y José Luis Chacel, en ‘Ecos de Navidad’, explican que la canción navideña más antigua que se conoce está fechada en el siglo IV: ‘Jesús refulsit ómnium’, de San Hilary de Poitiers, con una estructura musical próxima al canto gregoriano. No obstante, en el siglo XVI los villancicos derivarán hacia fórmulas musicales más próximas a los que conocemos. De esta fecha datan las primeras colecciones de textos y partituras recopilados en colecciones como el ‘Cancionero de Upsala’, el ‘Cancionero de Palacio’, el ‘Cancionero de Medinaceli’ o el ‘Cancionero de la Colombina’.

Otros relatos, como la ‘Leyenda mayor’, de Tomás de Celano, son también esenciales para configurar la fisonomía actual de la Navidad. En esta biografía de San Francisco de Asís, Celano cuenta cómo montó el primer belén viviente de la historia, en Greccio, en 1223, y el milagro que lo acompañó: en un momento de la celebración, durante la Misa del Gallo, San Francisco tomó una imagen del niño Jesús en sus manos y ésta cobró vida durante unos momentos. El gesto, y el impacto popular de los pesebres, como recordatorio del Nacimiento de Cristo en la pobreza, fueron decisivos para que el belenismo tomara asiento popular.

La poesía barroca tampoco eludió el argumento navideño, como muestra ‘¡Navidad, Navidad! Antología literaria’, en el que Fernando Carratalá recopila textos de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Lope de Vega o Sor Juana Inés de la Cruz, junto a otros escritores españoles más modernos y contemporáneos (Rubén Darío, Borges, Machado, Cernuda, Salinas, Guillén...). La santa viajera resume de este modo el acontecimiento: “Danos el Padre / a su único Hijo / hoy viene al mundo / en pobre cortijo. / ¡Oh gran regocijo / que ya el hombre es Dios! / no hay que temer, / muramos los dos”. Y San Juan de la Cruz condensa en esta estrofa el trueque que se produce en el momento de la encarnación: “el llanto del hombre en Dios / y en el hombre la alegría, / lo cual del uno y del otro / tan ajeno ser solía”. La alegría como el regalo que la Navidad le hace al hombre.

Con todo hay que reconocer que es en el siglo XIX, justamente cuando el tema navideño se desliga del enfoque confesional, cuando se produce un auténtico momento de esplendor literario. Antes incluso que Dickens, habría que mencionar a Washington Irving, quien, en ‘Historia de Nueva York según Knickerbocker’, elaboraría una figura de San Nicolás que ya anticipa algunos rasgos de su futura mutación en Santa Claus: su aspecto bonachón y su afición a desplazarse en un caballo volador y a repartir regalos. El teólogo Clement C. Moore en ‘Un relato sobre la visita de San Nicolás’, compuesto inicialmente para consumo doméstico, pero finalmente publicado con gran éxito popular, convierte el caballo en un trineo de renos. Con todo, la imagen definitiva del personaje la elaborará el ilustrador Habdon Sundblom, en 1931, dentro de una campaña publicitaria de Coca Cola. Él es quien fijó la estética definitiva del personaje que luego hemos visto repetida mil veces en películas y dibujos.

La estudiosa Marta Salís constata que la Navidad ha inspirado, a lo largo de la historia, “una variedad sorprendente de estilos y de tonos”, entre los que no faltan “ni el humor, ni la lobreguez, ni la crítica social, ni la fantasía, ni lo más tremendo”. El contenido de su antología ‘Cuentos de Navidad’ es una demostración de tal aserto pues incluye relatos de los hermanos Grimm, Hoffman, Andersen, Dostoievski, Maupassant, Stevenson, Chejov, Hardy, Clarín, Valle-Inclán, Pirandello, Joyce, Pardo Bazán, Chesterton, Auster o Truman Capote, entre otros muchos escritores. No todos los novelistas juegan a favor de la Navidad; a menudo la fiesta es utilizada como mera referencia, o como elemento de contraste, o como excusa para propiciar una reflexión irónica, o una crítica social. Incluso puede usarse para la crítica de la superstición, como en la breve novela ‘Nochebuena’, de Nikolai Gogol, también reeditada justamente en estas fechas.

Con todo, los relatos más inequívocamente navideños tienen en común ser historias de transformación, fundamentalmente moral, casi siempre acompañadas por algún elemento mágico o sobrenatural. Este tipo de relatos, asegura Salís, son muy representativos “de la visión de la Navidad como una oportunidad para reconsiderar y rehacer la vida, una ocasión especial para cambiar”.  Algo que está ya en la médula de la ‘Canción de Navidad’ de Dickens, de una forma especialmente brillante, lo que quizás explique su permanente vigencia.

Publicado en El Norte de Castilla

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