Jueves, 21 de noviembre de 2024

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La gruta del mundo

por Cerca de ti

En muchos templos podrá escucharse el canto del solemne pregón de navidad con el que comienza la misa de nochebuena:

«La solemnidad de esta noche nos recuerda aquella otra, la más importante del año: la Vigilia Pascual. El nacimiento de Cristo presagia su pasión y su resurrección gloriosa».

No hay un lugar adecuado donde María pueda dar a luz. Hay lugar para otros, sí. No para ellos. Hay que arreglárselas. Una gruta de techos bajos y sucia, porque allí se refugian los animales. El olor apesta. El bebé es acomodado en una cavidad donde comen las bestias. Dios entró de modo poco glamuroso en escena. Seguramente hubo gente aquella noche que se preguntó, ante tal o cual problema o injusticia: ¿y dónde está Dios? Estaba allí, echado a un lado, entre las piedras frías, sintiendo la incomodidad y rigidez algo aliviadas por un montoncito de paja, pero arropado por la mano de su madre y protegido por una voz más grave, la de su padre José.

Sobre el final de su vida breve, el pesebre se hará más angosto y duro, y el mundo volverá a decirle que no hay lugar, y decidirá desembarazarse de él de una buena vez, y será ejecutado en la cruz. Sin embargo, Jesús fue glorificado en el madero, es decir, su amor incondicional por nosotros alcanzó las alturas más deseadas por Dios, brillando en el rechazo más radical, y resucitó.



Así sigue manifestándose hoy entre nosotros. En la gruta del mundo. En la cruz del mundo. En la humillación de los hombres, de cada uno de nosotros. Es allí donde nos ama, donde lo encontramos. Días pasados, el papa Francisco recordaba que no se puede ser cristiano sin aceptar las humillaciones, sin buscar al niño Dios cuando somos arrinconados en la gruta de nuestra vida por esto o aquello, y sobre todo, por nuestro pecado. Somos nosotros la gruta ruda y agreste que Jesús busca iluminar con su presencia. Él se hace pequeño, se humilla, se aloja en nuestro pesebre.

(La navidad del mundo es otra cosa. Es el estrépito ritual de cohetes de todo precio y calibre, son los escaparates nerviosos de ofertas y chiches para grandes y chicos, son las manos insaciables que hurgan los bolsillos de damas y caballeros hasta dejarlos exhaustos, son los mensajes inanes y almibarados del consumo. Esas fiestas que en que se desvanece el alma entre dolidas melancolías, cuando ceden las rutilancias y la saciedad te deja a solas en la gruta penumbrosa, más insatisfecho que nunca).
 
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