Mirar a los ojos significa cuidar
Mirar a los ojos en la escuela y en familia
Como subtítulo de este artículo podría proponer: mirar detenidamente a los ojos del otro en la escuela y en la familia sigue siendo necesario y valioso. Mirar a los ojos sin prisas, y en actitud de escucha, estrecha las relaciones. Somos seres relacionales, somos seres conversacionales donde el lenguaje es casi la sustancia de nuestra relación que necesita ser alimentado y subrayado también por el lenguaje no-verbal. Necesitamos estar muy atentos, con todo el cuerpo, ante el otro para ser plenamente humanos.
Pero no podemos ignorar que la mirada también puede ser evasiva, entrecortada o sencillamente inexistente.
Si la mirada es atenta descubre la presencia del rostro del otro y de ese modo el otro cobra vida y puede convertirse en un reto, una posibilidad o una demanda que nos responsabiliza moralmente. Este contacto visual puede acrecentar el amor, la amistad, la confianza, el aprendizaje. La mirada a los ojos entraña un lenguaje no-verbal que hay que cuidar dada la alta expresividad que supone. Pero esta mirada también puede restar con su correspondiente escala de grises. Porque lejos de la mirada sincera y atenta de uno hacia el otro también puede emerger la distancia, la aversión y el miedo. Y quien no se atreve a mirar quizá está hablando de estrés, de angustia e incluso de enfermedad.
Sin embargo en estas líneas nos ocupamos de la mirada grata a los ojos que invita a profundizar en el mutuo conocimiento. Mirada directa que llena el contacto visual de credibilidad, autenticidad y probablemente de verdad.
En los primeros compases de la vida de un hijo, o un niño al que se le cuida, la mirada compartida es base para el apego, la seguridad del niño, y entre otros aspectos, base del inicial e importante desarrollo del lenguaje.
Una mirada que también es necesaria en el aula: en el tacto pedagógico. El profesor que mira a los ojos, y conecta amigablemente con los alumnos, enseña de verdad pues establece una relación de reconocimiento y afecto utilísimos en el aprendizaje. ¿Dónde están estos profesores? Hoy es más necesario que nunca el liderazgo de estos profesores que saben mirar, dicho con énfasis, mirar a los ojos de sus alumnos.
Es más, creo que la mirada atenta es uno de los ejes de la vida familiar y escolar y está presente en otras vidas que no abordaremos (en el mundo sanitario, en el mundo del voluntariado, y laboral en general, etc.). Centrémonos en la familia y en la escuela pues esa mirada hoy camina a tientas, desatenta, distorsionada, distraída.
Interferencia digital distractora (technoference)
Uno de los muchísimos elementos del cambio que estamos viviendo en Occidente radica en que esta íntima y humanizante mirada atenta a los ojos del otro ha quedado muy mermada por la tecnología, por las redes sociales, por los móviles. Lo sabemos: las pantallas distancian, no acercan. No es una apreciación mía: es un auténtico objeto de estudio. La interrupción, por razones digitales, de una conversación es un tema serio y tiene efectos negativos cuando se estudia metódicamente en el contexto familiar o laboral. Menos estudiada está la tecnoferencia (proponemos esta traducción) en la escuela.
La conversación digital no es propiamente una conversación sustantiva aunque las caras se vean una a otra. Se pierden innumerables matices que llenan de ambigüedad la comunicación. No es la mirada cercana del cara a cara. No tiene su poder, ni su capacidad de lograr confianza, apego, confidencialidad. Siguiendo a Emmanuel Lévinas, a Simone Weil, a Max Van Manen, la presencia de la mirada de un padre, de una esposa, de un hijo, de un amigo, de un maestro, de un ser sufriente va mucho más lejos de lo que en principio se podría esperar: es un encuentro intenso ante el rostro del otro que supone un reto ético y educativo. Permite descubrir por ejemplo, tras esa mirada presencial, el sufrimiento indecible que expresa el otro ante el cual desaparecen los juicios y emerge la compasión. El alumno al que se le mira a los ojos se sabe invitado personalizadamente a pensar, a realizar preguntas y se siente más seguro en las respuestas. En el contacto visual (eye contact) se inicia el diálogo franco, cargado de saber y contenidos nuevos. Existe abundantísima bibliografía que señala que la ausencia de esa mirada nos hurta innumerables matices en esas conexiones tan significativas que establecemos con el otro. Entonces, en este mundo plagado de relaciones digitales, ya debemos hablar de una mirada a los ojos presencial y no presencial. No son comparables, la segunda puede ser muy banal.
La mirada infunde confianza y crea expectativas
La mirada sincera abre puertas, responsabiliza ante el carácter singular e irrepetible del otro. A partir de ahí la conversación puede ser más fluida, amable, y también sanadora si el contacto visual evoluciona sin distracciones que puedan desairar al otro. La conversación con estrecho contacto visual tranquiliza, desestresa, serena. Y todo lo contrario: ni los amigos, ni los hijos, ni los alumnos ni los menesterosos entenderán el desvío injustificado de la mirada.
Cuando el maestro responde a las preguntas receptivamente, con tacto, con cuidado, empieza a desplegarse el saber, el conocimiento. Se crea un clima en el aula (al igual que en el hogar) que genera réditos. No porque se busquen explícitamente sino porque llegan por añadidura. Es la voluntad de hacer bien las cosas. Pienso en una comida familiar donde la mirada directa al otro busca de suyo una respuesta y dicha conversación además está coronada por el respeto escrupuloso del turno de palabra. Y subrayo este concepto que también es objeto de estudio en el plano de la mejor conversación. No es fácil este clima conversacional familiar y a la vez es muy valioso. Todos hablan y todos se escuchan. En un aula puede suceder ordenadamente lo mismo. El profesor que escucha y que habla, explica y alecciona mirando a sus alumnos es capaz de llenarles de reconocimiento y conocimiento a la vez. Imagino a un profesor que baja de su tarima y pasea por la clase dado que mirada requiere cercanía.
Un profesor que pasea por la clase
Y en su deambular por el aula este profesor recita, dicta, enumera y, también, se detiene y escucha. Entonces mira a los ojos de los alumnos para calibrar la recepción de su disertación e invita a la pregunta. Entonces el estudiante desarrolla sus ideas con más paz. Y le responde el maestro aquilatando las preguntas abiertas por él y abriendo más turnos de intervención pues entonces más alumnos confiadamente se animarán a intervenir. Pero hoy el profesor pasea por clase sin mirar a sus alumnos a los ojos. Profesor y alumnos se encuentran pero únicamente solo para mirar hacia la pantalla. Y la pantalla toma el protagonismo en una relación poco interpersonal para lo que debe ser un aula viva. Y eso cuando el profesor pasea por clase. Es posible que durante gran parte de la clase la palabra haya dado paso al silencio de unas mentes dispersas ante la tableta, algunos jugando, otros cortando y copiando. Y el maestro a lo suyo. Las escuelas siguen las modas pedagógicas y las leyes de ese mercado digital que desnaturaliza la enseñanza se meten por la rendija.
Un padre, una madre que escucha a sus hijos
El lenguaje, la mirada, el contacto visual, la pregunta-respuesta en los primeros meses y años de vida es vital. Tan vital que la pediatría hoy está subrayando las graves carencias de lenguaje de muchos niños que pasan muchas horas ante las pantallas antes de los cuatro años. La conversación entre padres e hijos no ha existido y el aprendizaje del lenguaje ha quedado, cuando menos, aplazado. Lo dicen los pediatras una y otra vez.
En la adolescencia puede pasar algo semejante. En época de tormentas (hormonales también) y cambios traumáticos muchos adolescentes solo tienen las pantallas para aprender a vivir y a relacionarse. Y aprenden mal, se hacen muy vulnerables, delicados, carentes de empatía cuando no apáticos. Son adolescentes huérfanos de miradas a los ojos. Primero por parte de sus padres, también quizá por parte de sus maestros y finalmente por parte de sus amigos. La responsabilidad ética ante el rostro o la mirada del otro parecen una quimera. Están desaprendiendo a mirarse a los ojos, a conversar, a crear lazos de amistad, de responsabilidad. Estamos implícitamente ante el fenómeno phubbing. Y, a ese ritmo, se pueden convertir en átomos en un vacío sin vínculos, pandillas fragmentadas donde el otro es un admirador (un "envidiador") más que un conversador.
De esta situación en la comunicación digital tan crítica solo pueden llegar un cambio a mejor en el futuro pues la contradicción es altísima. ¿Tal como sucedió con el tabaco? No sé. Y quizá se creará una nueva urbanidad familiar, escolar, laboral, sanitaria, etc., que nos enseñará a mirarnos a los ojos porque mirar, observar, contemplar al otro es comenzar a cuidarlo.