El cine como síntoma
El cine nos interroga estos días con su inagotable misterio. Lo ha hecho esta semana, en forma de reflexión, con las aportaciones de doscientos expertos reunidos en Valladolid en el Congreso ¿Qué es el cine? Y lo hará en los próximos días con cientos de proyecciones en la 62 edición de la Seminci. No hay una única respuesta a la célebre pregunta que planteó André Bazin en un libro mítico que el próximo año celebrará su 60 aniversario. No hay una única respuesta para la pregunta sobre el cine, ni es necesario que la haya. Algunas interrogaciones necesitan una solución, pero a otras les basta con servir de estímulo para la evaluación y el conocimiento en un proceso que de antemano sabemos que nunca llegará a una Estación Termini definitiva.
La realidad poliédrica del cine incluye hoy problemas específicos como la crisis de los sistemas tradicionales de distribución, los nuevos formatos de consumo de las películas (las plataformas en internet; las minúsculas pantallas de los teléfonos móviles), o la desconcertante amenaza que supone la posibilidad de sustituir a los actores de carne y hueso por réplicas digitales sin cuerpo.
Pero todo esto no deja de ser periférico. Lo verdaderamente importante es que los relatos cinematográficos siguen siendo la materia prima que usamos preferentemente para pensarnos, y su materialidad nos devuelve, con notable frecuencia, una imagen de nosotros mismos inquietante.
El encuentro entre los dos sexos siempre ha sido difícil, pero lo que algunos cineastas nos cuentan es que aumentan la impotencia y la desesperanza: lo que siempre fue difícil, hoy quizás está dejando de intentarse. No es sólo teoría: hoy cada vez menos personas forman familias.
Otros relatos, como explicó Jesús González Requena, nos muestran la emergencia desbocada de un mundo pulsional que no encuentra en los textos mecanismos de contención. No es un asunto menor cuando la violencia incomprensible aumenta en nuestras sociedades opulentas. Existe una hipertrofia del deseo y una legitimación de lo peor de nosotros mismos que empieza a tener consecuencias sobre la realidad. La falta de referencias, la convicción de que todo vale lo mismo y la sospecha, cuando no la demolición, de cualquier marco de referencia que aspire a una validez general, nos conduce a un proceso de centrifugado cultural que nos aboca a la descomposición y quizás a algo peor.
De todo esto nos habla también el cine. A veces de forma directa y otras veces mediante recursos oblicuos. En ocasiones, a través de autores que ni siquiera son del todo conscientes de lo que nos están contando. El cine como síntoma; de lo peor, pero también de lo mejor de nosotros mismos. Porque de vez en cuando también el cine, que no es uno, sino muchos, y con muy variados rostros, nos ofrece caminos de salida, espacios de luz y argumentos para la esperanza. Porque incluso en los peores momentos el ser humano se esfuerza por encontrar una salida.
Publicado en El Norte de Castilla