[21.10] 03. Vic, julio de 1936
21 de octubre de 2017, 10h. Sagrada Familia de Barcelona · beatificación de 109 mártires claretianos · 1815 santos y beatos mártires de la persecución religiosa en España
Agradecemos a Hispania Martyr la elaboración de estos artículos como preparación espiritual para la beatificación de este sábado.
LA REVOLUCIÓN DE JULIO DE 1936 EN VIC
Comité Antifascista de Vic, constituido en autoridad por Decreto de la Generalitat de Cataluña aparecido en el D.O.G. de 23 de julio de 1936.
Los sucesos revolucionarios en Barcelona durante la Semana Trágica de 1909, los de 1931 y los de 1934 tuvieron su réplica en Vic, y en julio de 1936 también le seguirían. El 20 de julio se constituía como única autoridad responsable del orden público en la ciudad y su entorno el Comité de Milicias Antifascistas, formado por todos los partidos del Frente Popular, presidido por el representante de la F.A.I. Francisco Freixenet. Al día siguiente llegaron a la Plaza Mayor camiones con milicianos de Barcelona provistos de material incendiario, a los que su jefe les ordena: “Antes de dos horas, Vic ha de arder por los cuatro costados”.
La orden de retirada de la Guardia Civil de sus cuarteles en villas y pueblos de toda la provincia, para ser concentrada en Barcelona, dio carta blanca a los incendiarios de iglesias y conventos, y a la detención y asesinato de sacerdotes y religiosos, cristianos destacados y personas de ideas políticas contrarias a la revolución.
El 21 de julio era profanada e incendiada la Catedral con sus incomparables pinturas de Sert; el Palacio Episcopal fue saqueado por los patrulleros; la iglesia del Remei y el convento de las Devalladas fueron incendiados y destruidos. La de la Merced de los Claretianos y el convento de Santa Clara serían arrasadas hasta los cimientos, y el restante centenar de templos y edificios religiosos de la ciudad fue convertido en cuarteles, centros de comités y sindicatos, talleres o almacenes.
Arden los restos del Obispo Torras y Bages
En un sarcófago de bronce de la Catedral reposaban los restos del obispo Torras y Bages, insigne prelado de la ciudad desde 1899 a 1916 y padre espiritual de la renaixensa catalana, a la que pretendió orientar por cauces católicos, por lo que fue declarado enemigo de la masonería, que la llevaría hacia otros Orientes.
El 3 de agosto una patrulla anarquista forastera cumplimentaba la orden emanada de las logias de hacer desaparecer el cuerpo del Dr. Torras y Bages. Sacaron su ataúd del sepulcro y lo llevaron al entonces coro del centro de la Catedral.
Mientras unos juegan al futbol en la plaza con el cráneo, otros riegan con gasolina sus restos y les prenden fuego, no dejando las llamas más que un pósito de cenizas con fragmentos de huesos no completamente calcinados. Así permanecieron varios días hasta que el Dr. Bayés, que fue médico de cabecera del Prelado, recogió a hurtadillas algunos restos de los huesos y sus cenizas, guardándolos devotamente.
[http://www.raco.cat/index.php/ausa/article/viewFile/39311/39185 ]
En la capilla del Santísimo de la Catedral se hallaba la urna con los restos de San Bernardo Calbó, obispo de Vic en el siglo XIII. Dice un informe: “En los primeros días de la revolución marxista de 1936, los restos gloriosos de San Bernardo fueron vilmente profanados, arrancados de su sarcófago y echados por el suelo. Recogidos los santos huesos días más tarde, fueron llevados al cementerio, donde se recuperaron en 1939”.
Pero si los restos del Obispo Torras y Bages, muerto veinte años antes, eran objeto de singular odio por la masonería catalana y para destruirlos enviaron a anarquistas barceloneses, los libertarios Vic concentraban su aversión en los misioneros claretianos, Congregación nacida en la ciudad, y que en ella tenía su Casa Madre en el antiguo convento de la Merced, en cuya capilla se guardaban los restos de su fundador.
El 21 de julio de 1936, al grito de ¡Guerra a Dios!, las turbas irrumpieron en la casa de los claretianos, y tras destrozar el convento y la contigua casa de ejercicios, procedieron a incendiar la iglesia y luego a demolerla. Buscaban afanosamente el sepulcro del Padre Claret que allí se veneraba, pero no lo hallaron, pues la Providencia había dispuesto que su cuerpo no fuera profanado, logrando sólo apoderarse de la reliquia de su corazón, de la que nunca más se supo.
El 13 de julio, tras conocerse el asesinato de Calvo Sotelo, los superiores de la casa de Vic tuvieron a la revolución por inminente, y sacaran los documentos más importantes del archivo y las principales reliquias del entonces Beato Claret, pero para extraer su cuerpo había que pedir permiso al Obispo, quien, no creyendo tan urgente la medida, dio largas.
El cuerpo del P. Claret en casa del carpintero
El 20 de julio por la mañana el superior P. Mascaró telefoneó a la Comandancia de la Guardia Civil, y el propio comandante le dijo: -Padres, estén tranquilos. Mientras la Guardia Civil esté aquí, habrá orden. Pero por la tarde llegaban a la ciudad camiones llenos de gente fusil en mano y puño en alto.
El P. Bertrams, vicepostulador de la causa y custodio del sepulcro del fundador (sobre estas líneas la urna que sustituyó a la primera que guardaba los restos del Beato Antonio Mª Claret) que en previsión había encargado construir un gran cajón al carpintero Miguel Bantulá, pensó llegado el momento de salvar su cuerpo. Mandó al P. Brossa a por la autorización del Prelado.
Milicianos armados merodeaban frente a la puerta de la iglesia, y el P. Brossa no volvía, por lo que el P. Bertrans, consciente de que romper los sellos episcopales lacrados sin autorización del obispo acarreaba excomunión, dijo a los presentes: Las normas jurídicas no rigen en situaciones de necesidad; no hay tiempo que perder, me hago cargo de todas las excomuniones, y cuenta que corté los sellos, y con la ayuda de otros dos Padres, sacamos el cuerpo del Beato, lo doblamos, y envuelto con el mantel del altar, lo llevamos a la sacristía donde esperaba el Sr. Bantulá, y lo depositamos con sus vestidos episcopales en la gran caja de madera.
Por fin llegó el P. Brossa con la autorización del Obispo, acompañado del Provicario General. Identificado el cuerpo se cerró el cajón y se lacraron de nuevo los sellos. Juraron todos guardar secreto sobre su paradero, y hacia las seis de la tarde el carpintero Bantulá, cargando al hombro la caja envuelta en una manta, salió pausadamente por la puerta principal del convento sin que ningún miliciano se percatase. Llevó la caja a su casa, y la enterró en el huerto.
La noche del lunes día 20 fue tranquila, pero la radio de la Generalitat hasta la madrugada estuvo excitando a la revolución con una virulencia que hacía presagiar un día siguiente siniestro. Su mañana seguía tranquila cuando una llamada telefónica del comandante del puesto de la Guardia Civil, decía al P. Mascaró: “Padre, nos obligan a ir a Barcelona… Vic queda a merced de los revolucionarios… No podremos ya defenderles ni defender el orden ni la seguridad… Como amigo, les aconsejo que se pongan a salvo… ¡Que Dios salve a España!… Rueguen ustedes”.
Estando comiendo la comunidad, un disparo rebotó junto a la ventana, y el P. Superior dispuso rezar el rosario y que comenzara la dispersión a casas de familias que habían ofrecido protección. Del viacrucis y martirio de trece de sus miembros trataremos en próximo artículo.
Agradecemos a Hispania Martyr la elaboración de estos artículos como preparación espiritual para la beatificación de este sábado.
LA REVOLUCIÓN DE JULIO DE 1936 EN VIC
Comité Antifascista de Vic, constituido en autoridad por Decreto de la Generalitat de Cataluña aparecido en el D.O.G. de 23 de julio de 1936.
Los sucesos revolucionarios en Barcelona durante la Semana Trágica de 1909, los de 1931 y los de 1934 tuvieron su réplica en Vic, y en julio de 1936 también le seguirían. El 20 de julio se constituía como única autoridad responsable del orden público en la ciudad y su entorno el Comité de Milicias Antifascistas, formado por todos los partidos del Frente Popular, presidido por el representante de la F.A.I. Francisco Freixenet. Al día siguiente llegaron a la Plaza Mayor camiones con milicianos de Barcelona provistos de material incendiario, a los que su jefe les ordena: “Antes de dos horas, Vic ha de arder por los cuatro costados”.
La orden de retirada de la Guardia Civil de sus cuarteles en villas y pueblos de toda la provincia, para ser concentrada en Barcelona, dio carta blanca a los incendiarios de iglesias y conventos, y a la detención y asesinato de sacerdotes y religiosos, cristianos destacados y personas de ideas políticas contrarias a la revolución.
El 21 de julio era profanada e incendiada la Catedral con sus incomparables pinturas de Sert; el Palacio Episcopal fue saqueado por los patrulleros; la iglesia del Remei y el convento de las Devalladas fueron incendiados y destruidos. La de la Merced de los Claretianos y el convento de Santa Clara serían arrasadas hasta los cimientos, y el restante centenar de templos y edificios religiosos de la ciudad fue convertido en cuarteles, centros de comités y sindicatos, talleres o almacenes.
Arden los restos del Obispo Torras y Bages
En un sarcófago de bronce de la Catedral reposaban los restos del obispo Torras y Bages, insigne prelado de la ciudad desde 1899 a 1916 y padre espiritual de la renaixensa catalana, a la que pretendió orientar por cauces católicos, por lo que fue declarado enemigo de la masonería, que la llevaría hacia otros Orientes.
El 3 de agosto una patrulla anarquista forastera cumplimentaba la orden emanada de las logias de hacer desaparecer el cuerpo del Dr. Torras y Bages. Sacaron su ataúd del sepulcro y lo llevaron al entonces coro del centro de la Catedral.
Mientras unos juegan al futbol en la plaza con el cráneo, otros riegan con gasolina sus restos y les prenden fuego, no dejando las llamas más que un pósito de cenizas con fragmentos de huesos no completamente calcinados. Así permanecieron varios días hasta que el Dr. Bayés, que fue médico de cabecera del Prelado, recogió a hurtadillas algunos restos de los huesos y sus cenizas, guardándolos devotamente.
[http://www.raco.cat/index.php/ausa/article/viewFile/39311/39185 ]
En la capilla del Santísimo de la Catedral se hallaba la urna con los restos de San Bernardo Calbó, obispo de Vic en el siglo XIII. Dice un informe: “En los primeros días de la revolución marxista de 1936, los restos gloriosos de San Bernardo fueron vilmente profanados, arrancados de su sarcófago y echados por el suelo. Recogidos los santos huesos días más tarde, fueron llevados al cementerio, donde se recuperaron en 1939”.
Pero si los restos del Obispo Torras y Bages, muerto veinte años antes, eran objeto de singular odio por la masonería catalana y para destruirlos enviaron a anarquistas barceloneses, los libertarios Vic concentraban su aversión en los misioneros claretianos, Congregación nacida en la ciudad, y que en ella tenía su Casa Madre en el antiguo convento de la Merced, en cuya capilla se guardaban los restos de su fundador.
El 21 de julio de 1936, al grito de ¡Guerra a Dios!, las turbas irrumpieron en la casa de los claretianos, y tras destrozar el convento y la contigua casa de ejercicios, procedieron a incendiar la iglesia y luego a demolerla. Buscaban afanosamente el sepulcro del Padre Claret que allí se veneraba, pero no lo hallaron, pues la Providencia había dispuesto que su cuerpo no fuera profanado, logrando sólo apoderarse de la reliquia de su corazón, de la que nunca más se supo.
El 13 de julio, tras conocerse el asesinato de Calvo Sotelo, los superiores de la casa de Vic tuvieron a la revolución por inminente, y sacaran los documentos más importantes del archivo y las principales reliquias del entonces Beato Claret, pero para extraer su cuerpo había que pedir permiso al Obispo, quien, no creyendo tan urgente la medida, dio largas.
El cuerpo del P. Claret en casa del carpintero
El 20 de julio por la mañana el superior P. Mascaró telefoneó a la Comandancia de la Guardia Civil, y el propio comandante le dijo: -Padres, estén tranquilos. Mientras la Guardia Civil esté aquí, habrá orden. Pero por la tarde llegaban a la ciudad camiones llenos de gente fusil en mano y puño en alto.
El P. Bertrams, vicepostulador de la causa y custodio del sepulcro del fundador (sobre estas líneas la urna que sustituyó a la primera que guardaba los restos del Beato Antonio Mª Claret) que en previsión había encargado construir un gran cajón al carpintero Miguel Bantulá, pensó llegado el momento de salvar su cuerpo. Mandó al P. Brossa a por la autorización del Prelado.
Milicianos armados merodeaban frente a la puerta de la iglesia, y el P. Brossa no volvía, por lo que el P. Bertrans, consciente de que romper los sellos episcopales lacrados sin autorización del obispo acarreaba excomunión, dijo a los presentes: Las normas jurídicas no rigen en situaciones de necesidad; no hay tiempo que perder, me hago cargo de todas las excomuniones, y cuenta que corté los sellos, y con la ayuda de otros dos Padres, sacamos el cuerpo del Beato, lo doblamos, y envuelto con el mantel del altar, lo llevamos a la sacristía donde esperaba el Sr. Bantulá, y lo depositamos con sus vestidos episcopales en la gran caja de madera.
Por fin llegó el P. Brossa con la autorización del Obispo, acompañado del Provicario General. Identificado el cuerpo se cerró el cajón y se lacraron de nuevo los sellos. Juraron todos guardar secreto sobre su paradero, y hacia las seis de la tarde el carpintero Bantulá, cargando al hombro la caja envuelta en una manta, salió pausadamente por la puerta principal del convento sin que ningún miliciano se percatase. Llevó la caja a su casa, y la enterró en el huerto.
La noche del lunes día 20 fue tranquila, pero la radio de la Generalitat hasta la madrugada estuvo excitando a la revolución con una virulencia que hacía presagiar un día siguiente siniestro. Su mañana seguía tranquila cuando una llamada telefónica del comandante del puesto de la Guardia Civil, decía al P. Mascaró: “Padre, nos obligan a ir a Barcelona… Vic queda a merced de los revolucionarios… No podremos ya defenderles ni defender el orden ni la seguridad… Como amigo, les aconsejo que se pongan a salvo… ¡Que Dios salve a España!… Rueguen ustedes”.
Estando comiendo la comunidad, un disparo rebotó junto a la ventana, y el P. Superior dispuso rezar el rosario y que comenzara la dispersión a casas de familias que habían ofrecido protección. Del viacrucis y martirio de trece de sus miembros trataremos en próximo artículo.