Sudor, lágrimas y lluvia
por Sólo Dios basta
Cuando Dios entra en una corazón lo transforma, lo hace suyo y lo une a su Sagrado Corazón y al de su Madre. Es un hecho real, patente y auténtico. Todo nos lleva a Dios, pero en unión a su Madre. Acudir a los pies de María y poner todo lo que llevamos en nuestro corazón de hijos es algo que siempre está esperando. Más aún si es una de sus singulares casas y acompañado por más hijos.
Esto es lo que hemos vivido más de 1000 peregrinos el pasado fin de semana en Covadonga. Es el tercer año de la peregrinación tradicional de Nuestra Señora de la Cristiandad desde Oviedo hasta Covadonga. Hay que vivirla para saber de lo que se habla. El año pasado no pude ir, pero sí algunos jóvenes que vinieron totalmente nuevos después de unos días de tanta gracia de Dios y de María. Este año no he faltado a la cita. Lo que me habían contado se queda corto. ¡Hay que ir a Covadonga andando y dejarse llenar del amor de Dios y de la Virgen María! No es lo mismo ir en coche o en autobús con tu familia o parroquia que andando casi 100 km en tres días y acompañado por un millar largo de peregrinos, de los cuales la mayoría no llega a los 30 años. Es la juventud de España que se levanta, que se pone en camino, que ama a Cristo, a María y a San José. Todo hay que decirlo, esta obra de renovación espiritual comienza el año 2021, el año de San José. Callado y trabajando en su taller nos hace ver que sin esfuerzo no hay fruto verdadero.
La mañana del sábado 22 de julio la catedral de Oviedo se llena de peregrinos. Cada uno con su capítulo y capellán para recibir la bendición del obispo de la diócesis. Comienza la peregrinación con una solemne procesión que abre la cruz procesional y todos los sacerdotes y religiosos que acompañan a los peregrinos. Cado uno con su traje de coro. Sigue la Santina llevada en andas y luego los capítulos con su cruz, estandarte titular y banderas diversas. La gente mira, se para, se sorprende, se pregunta qué es esto… Todo es obra de Dios. Salimos con la compañía oculta de San José que se hace presente con el nombre de la calle que da inicio a la procesión al dar la vuelta a la catedral. Al llegar a las afueras de la ciudad, el clero secular y regular se quita la ropa de coro y se une a su capítulo.
¡Empezamos! ¡Cantamos! ¡Rezamos! ¡Meditamos! ¡Hacemos silencio orante! ¡Caminamos! ¡Pasamos por pueblos y campos! ¡Recibimos ánimos de las gentes! ¡Saludamos y damos las gracias! ¡Seguimos! ¡Subimos cuestas! ¡Sudamos! ¡Nos refrescamos en las fuentes! ¡Ondeamos banderas! ¡Caminamos unidos! ¡Gozamos! ¡Abrimos el corazón a Dios!
Llegamos al lugar de la comida. Descansamos un poco y seguimos. ¡Hay que llegar al final de etapa donde nos espera lo mejor del día! ¡La Santa Misa celebrada según la forma extraordinaria del rito romano! Es la misma misa que se ha celebrado durante tantos siglos, la que ha servido de encuentro con Dios para tantos santos de todos los tiempos y también a nuestros abuelos. ¡La misa! ¡La puerta del cielo! ¡La ventana abierta a la eternidad! Los sacerdotes nos repartimos entre la celebración y la confesión. El primer día acojo a los peregrinos que quieren tener su alma limpia para comulgar en gracia y seguir llenándose de Dios. Hacía tiempo que no escuchaba confesiones como éstas. Y no una ni dos, ¡sino todas! En algunas el arrepentimiento de los pecados, la alegría de quedarse limpios y el agradecimiento a Dios queda sellado con abundantes lágrimas. Sí, esas lágrimas que lavan los rostros sudados de un día entero de subir y bajar collados asturianos muestra que esas almas buscan a Dios y quieren ser santas. Y al sentirse abrazados por el amor de Dios no se resisten y lloran. Lloran llenos de sentimiento interior, sincero y profundo. A tanto llega el amor de Dios que en alguna ocasión tengo que aguantarme las lágrimas al ver más de un penitente llorar mientras se confiesa y la gracia de Dios actúa en su alma.
Llega la noche, no se ve nada, estamos en unos campos junto a una iglesia donde está presente Jesús Sacramentado, la Santina que ha sido llevada a hombros todo el día, y San José en el altar mayor. Una vez que hemos cenado tenemos un rato de adoración en la iglesia. Tras la bendición cada uno acude a sus tiendas de campaña donde pasamos la noche. No se atreve a llover pero casi, cae ese orvallo sobre la hierba y las tiendas de esos más de 1000 peregrinos que estamos de camino a Covadonga. Llega el momento de descansar. Mañana hay que levantarse de madrugada y seguir andando. El joven con el que voy de camino y que me ha llevado tras estar él en la anterior peregrinación, me pregunta si dejamos abierta la puerta de la tienda para refrescarnos un poco. Le digo que sí. Hablamos un poco sobre lo vivido durante el día mientras, tumbados en el suelo al refugio de la tienda, contemplamos el cielo nocturno que nos regala esa fina lluvia que nos lava la cara al terminar el primer día. Cerramos la puerta y a dormir. Termina un día y comienza otro…
El domingo amanece cubierto de nubes. Ideal para ponerse en camino por un bosque que da un encanto mayor aún a la marcha de los peregrinos. Pequeños riachuelos de montaña se abren ante nosotros. Esto hace que el camino se estreche hasta llegar al puente. Tener que esquivar árboles caídos o zonas embarradas nos hace pisar de otro modo. El cansancio empieza a hacerse presente, pero seguimos, tenemos kilómetros por delante. El sol empieza a tomar fuerza hasta que domina a las nubes. El sudor vuelve a llenar los rostros y espaldas de los peregrinos a Covadonga. Los huecos entre capítulos se hacen más largos por el peso del día, del calor, del cansancio, y también del inicio de algunas lesiones. El fraile que esto escribe camina junto a ese joven que es todo alegría, ilusión, fuerza y ánimo. Se da cuenta que me cuesta andar. Me empieza a fallar el tobillo izquierdo. No me ha pasado nunca en mis largas caminatas de montaña. No sé por qué ahora sí. Tengo que ir a ritmo más lento.
Nos quedamos rezagados y hablamos de nuestras cosas como tantas veces. Siempre está Dios por medio, y San José y la Virgen también. Me dan ganas de llorar. Lloro por dentro para que no se dé cuenta de lo que vivo y él siga tranquilo. Lloro internamente porque quiero seguir andando con él y con nuestro capítulo de San Andrés pero no puedo. En el descanso en que se recoge a las familias que van con los niños y los llevan al lugar de la comida me despido del joven y me monto en el autobús. El llanto interno sigue unido al sudor del camino al sol. Los veo marchar y rezo por ellos. Ofrezco el no poder seguir en camino físico, pero no por ello dejo de caminar en oración con ellos. Al llegar al lugar de la comida junto a la ermita de la Virgen de la Cueva, buscamos el frescor del agua del río donde comemos en compañía de algunos jóvenes de nuestro capítulo de San Andrés. Tras la comida los peregrinos siguen el camino y las familias y los que tenemos algún problema físico para andar nos llevan en coche hasta otro lugar idílico en Sevares.
Al llegar los peregrinos todo es fiesta en torno al río que refresca el sudor del día y nos deja renovados para la celebración misa en la que participo dentro del coro de sacerdotes. Al terminar tenemos un momento de adoración al Santísimo y la consagración de los peregrinos a la Virgen María. Terminado el acto litúrgico se sube en procesión hasta una ermita donde queda reservado el Santísimo Sacramento y donde San José espera a todos encima de la puerta de la sacristía. Otra vez la noche se cierne sobre los peregrinos que cada vez tenemos más ganas de llegar a Covadonga para estar con nuestra Madre. Bien entrada la noche nos despierta la lluvia, no es orvallo, sino lluvia algo fuerte que muestra que el cielo se abre para derramar su gracia al día siguiente. Dios tiene todo preparado…
El último día de la peregrinación parece tranquilo. Una vez todo preparado comienza la marcha. Decido no hacer la etapa que más quería y soñaba por el problema del tobillo. Al poco de andar vuelven las molestias y no quiero forzar. Lo ofrezco por los que se ponen en camino. Me suben a Covadonga y me quedo en oración, en retiro, en silencio, en intimidad, como hijo de Santa Teresa. No sudo, no ando, pero sudo por dentro porque no puedo caminar con los peregrinos. Lo ofrezco todo. Al poco de llegar voy a la cueva de la Virgen y rezo con toda paz el rosario por los que están de camino. Todo para ellos. Antes de empezar recibo un audio de ese joven que camina a mi lado y me dice que llevan más de una hora caminando bajo la lluvia. Lo están pasando mal, pero lo ofrece. Él y todos, como buenos peregrinos que caminan al estilo tradicional, es decir, con sufrimiento ofrecido, oración intensa y amor a Dios y a su Madre. Teniendo de fondo ese audio de wasap comienzo el rosario. Hago silencio después y dejo a la Virgen mirar. La miro y me mira. Le hablo de lo vivido, le presento nombres, rostros, historias, anécdotas, confidencias…. Todo lo que una Madre ya sabe pero se alegra al escucharlo en oración con uno de sus hijos. Pasa el tiempo… no tengo prisa.
Una vez terminada la conversación con nuestra Madre voy a estar con su Hijo en la basílica. Busco a San José. Al encontrarlo me doy cuenta que me ha guiado silenciosamente hasta su Hijo. Siempre callado, pero presente en la peregrinación. Me arrodillo largo rato ante el sagrario. Vuelvo a hacer silencio. A vivir esos momentos de oración intima como cada día en mi convento, esa oración que estos días no he podido tener, pero he vivido de otro modo de camino entre bosques, ríos y prados unido a tantos jóvenes con ideales de santidad.
Y ahora sí, cuando estoy a solas con el mismo Dios que me ha llamado a ser carmelita descalzo y sacerdote para, entre otras cosas, acompañar a jóvenes a su encuentro me rindo ante Él y lloro. Nadie me ve, sólo Dios, ahora que ese joven está empapado de agua de lluvia y de sudor y no me ve; ahora lloro por no poder caminar con él y con todos los que suben hasta Covadonga calados de lluvia y sudor. Me desahogo a fondo con el que ha entregado su Cuerpo en la Cruz para salvarnos. Las lágrimas de impotencia de no poder andar por el monte, de repasar lo vivido con estos jóvenes, de estar en la casa de la Madre de un modo que no me esperaba van llenando el rostro que no hace falta lavar porque no hay sudor en la frente. Todo queda ahí, entre los dos, entre Dios vivo escondido en el sagrario y ese fraile que ofrece todo por el bien de las almas que están a punto de llegar a la basílica donde se celebra la misa final.
Salgo a la explanada para esperar a los peregrinos y buscar a ese joven. No lo encuentro en medio del río de jóvenes que avanzan con ganas hacia la meta añorada. Me emociono ante tantos jóvenes, familias, estandartes, cruces, banderas,… y todos cantando, llenos de alegría y jubilosos, al encuentro con la Madre. Entro en la basílica y entre la multitud de los presentes encuentro enseguida al joven que antes no había visto. San José ha hecho el “milagro” de ponernos a la vista y poder vivir esta eucaristía final unidos, los dos como peregrinos que participamos de una misa muy especial donde damos gracias, presentamos intenciones unidos a todos los presentes… Buscamos la santidad, la vida, la restauración de una España que para salvarse lo que necesita es un puñado de santos. ¿Y dónde se van a fraguar esos santos sino en una peregrinación como ésta?
Terminada la misa salimos y nos hacemos la foto de grupo. Luego cada capítulo se reúne para ponerse junto a Don Pelayo y tener la foto de recuerdo. Nuestro capítulo, San Andrés, canta con alegría ese himno precioso que comienza así y resume a la perfección el ideal de los peregrinos a Covadonga: “Un grito de guerra se escucha en la faz de la tierra y en todo lugar. Los prestos guerreros empuñan su espada y se enlistan para pelear. Para eso han sido entrenados, defenderán la verdad. Y no les será arrebatado el fuego que en su sangre está. Viva Cristo Rey, viva Cristo Rey. El grito de guerra que enciende la tierra. Viva Cristo rey, nuestro soberano Señor, nuestro capitán y campeón. Pelear por Él es todo un honor…”.
Con este canto nos despedimos. Vamos a la Cueva de la Santina a decirle adiós; a darle gracias por tanto regalo, por la presencia escondida de su Esposo San José, por ser siempre Madre y Reina; a ofrecer todo lo vivido estos días; y a pedirle de corazón que el año que viene volvamos con más jóvenes para vivir unos días tan especiales como éstos que nos han dejado a todos cubiertos de sudor, lágrimas y lluvia.