Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Por Cristo, con Él y en Él (meditación teológica - I)

por Corazón Eucarístico de Jesús

La doxología de la plegaria eucarística es perfecta, redonda, completa: 
 
"Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos"
 
Y, entusiasmado, el pueblo ratifica cantando: "AMÉN".
 
 
Esta doxología -"palabra de alabanza", o "confesión de fe recta"- expresa el papel, la función, del mismo Cristo, Mediador y Señor de todo.
 
Una buena meditación sobre los tres términos referidos a Cristo la hallamos en Jean Danielou. Servirá para hacernos descubrir cómo cada palabra en la liturgia evoca mucho más de lo que su breve expresión nos permite ver a primera vista; y, segundo, nos permitirá profundizar en la belleza de esta doxología que condensa lo que Dios es en sí y lo que Dios realiza.
 
"Por Cristo".
 
"Ante todo la creación procede del Padre por el Hijo, el Verbo creador. Por él se consuma ese gran destino de salud, que nos descubre el sentido último del mundo y de la existencia humana. Como dice san Juan al comienzo del prólogo: "Todo fue hecho por él, y sin él nada se hizo" (1,2). El Verbo es, pues, ante todo el Verbo creador, del que procede absolutamente toda existencia. Cuando contemplamos ese misterio del Verbo, debemos siempre encuadrarlo en su amplitud cósmica. Abraza en su acción la totalidad de la creación. Es lo que se afirma en la epístola a los colosenses 1,16: "Porque por él mismo fueron creadas todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra... todo fue creado por él y para él; y él mismo existe antes que todas las cosas y todas en él subsisten". Esto quiere decir, en primer lugar, que todas las cosas tienen en él su subsistencia y consiguientemente toda realidad es una participación del ser mismo del Verbo, pues de su fuerza creadora procede toda existencia. Ese es el significado profundo de la palabra de san Pablo: "Todo subsiste en él".
 
Todo, de alguna manera, se apoya en el poder creador del Verbo, particularmente nuestros seres. En él subsistimos; no nos hallamos en existencia sino en cuanto que él nos lleva y nos conserva con su poder creador. En ese sentido, toda creación es, pues, una forma de participación en el ser del Verbo.
 
Pero, igualmente, y esto es una cosa admirable, él nos hace a su imagen. En efecto, las primeras páginas de la Biblia nos aseguran que el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Pero el Verbo es la imagen eterna del Padre, es decir, la sola imagen auténtica del Padre y del Hijo; y por tanto no somos sino la imagen de la imagen, como dice san Ireneo, eikón eikonos, el icono del icono. No somos sino una imagen de la imagen, puesto que el Verbo es la imagen perfecta. Y, configurándonos con el Verbo, nos convertimos en imagen del Padre. El Verbo hace al hombre a su imagen. Y por ello, cuando esta imagen se deforme con el pecado, vendrá el Verbo a reformarla para configurarla de nuevo con él. De él adquiere su ser la creación y precisamente por ello es suya, en un sentido muy profundo. Le pertenece totalmente puesto que de él tiene ella todo lo que tiene. Por eso san Juan dirá que "vino a los suyos", es decir, a aquellos que le pertenecen por derecho de creación, e incluso antes de que él los haya adquirido de nuevo con su sangre. Él no vendrá a rescatar sino lo que ya le pertenecía por el hecho mismo de esa primera pertenencia que constituye la creación misma.
 
Desde los mismos orígenes profundos de todas las cosas aparece esa relación íntima de toda la creación al Verbo. Se puede afirmar que en ese sentido la creación no es sino una irradiación de la generación eterna. El Padre engendra eternamente al Hijo que es su imagen perfecta y esa generación eterna de algún modo repercute en la creación entera, que es como una libre prolongación de la generación eterna y que está como escondida en ella. Por tanto, en la medida en que la creación encuentra esa fundamentación en el Verbo, ella se encuentra verdaderamente a sí misma en su significado y en su valor profundo. Y así "por él... todo honor y toda gloria" se le dan al Padre"
 
(DANIELOU, J., La Trinidad y el misterio de la existencia, Madrid 1969, pp. 90-92).
 
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