¿Tiene sentido evangelizar a quien no te va a escuchar? San Agustín
¿Tiene sentido evangelizar a quien no te va a escuchar? San Agustín
Hace unos días tenía una breve conversación en las redes sociales con un conocido que defendía la necesidad de cambiar el lenguaje y las formas para evangelizar a quienes no desean escuchar. Para esta persona y para muchas otras, el problema del Evangelio es la comprensión por parte de quien escucha el Mensaje Cristiano. Por eso buscan sistemas de adornar, hacer divertido y hasta hacer promociones de marketing, esperando ser escuchados. El Evangelio es tan sencillo de entender que cualquiera lo puede hacer. El problema no es el lenguaje, sino nuestra incapacidad para escuchar el llamado de Cristo. Además ¿Tiene sentido pensar en una Iglesia de multitudes? Yo le comentaba varias cosas:
- El mismo Hijo de Dios sólo consiguió reunir un pequeño rebaño de Apóstoles y discípulos. Cristo les dijo que Él les había elegido, no ellos a Él.
- Cristo nos dejó claro que muchos son los llamados y de entre ellos, pocos los elegidos para gozar el banquete del Reino de Dios.
- Dijo a los Apóstoles que no por mucho decir “Señor, Señor” se salvarían.
- Dejó claro que hay que “perderlo todo” para aceptar el Evangelio y dejarlo todo es como pasar por el ojo de una aguja. Imposible para el ser humano, pero para Dios todo es posible.
- Nos dijo que debemos: negarnos a nosotros mismos, coger la Cruz y seguirlo.
¿Qué ser humano es capaz “comprar” esta oferta donde se pierde todo y lo que se gana está muy mal visto y es despreciado por la sociedad y parte de la Iglesia? ¿Qué esperanzas de resultados exitosos podemos tener evangelizando con el Mensaje verdadero contenido en el Evangelio? Más bien no podemos albergar esperanza alguna. Los evangelizadores sólo podemos ser herramientas dóciles y esperar que Dios nos utilice, pero: la conversión es cosa de dos: Dios y el evangelizado. De nadie más. Los sistemas, dinámicas psico-sociales, eventos multitudinarios, actividades públicas, etc, no evangelizan por sí mismas. Es Dios quien evangeliza a través de nosotros.
Entonces ¿Qué hacemos? Dejamos de evangelizar. No, claro que no. Hay que evangelizar por mandato expreso de Cristo, pero leamos lo que nos dice San Agustín:
Bien claramente lo dice el señor al profeta Ezequiel: Vete, entra en la casa de Israel, y comunícales mis palabras. Pues no se te envía a un pueblo con una lengua desconocida: es a la casa de Israel; no es a pueblos numerosos, que hablan lenguas diferentes y difíciles que tú no podrás entender. Si te hubiese enviado a éstos, quizá te hubiesen escuchado. Pero la casa de Israel no te escuchará, porque no quiere escucharme a mí. Toda la casa de Israel tiene el corazón agitado y endurecido. Pero yo te he dado cara dura para hacer frente a su cara dura, y apoyaré tu combate contra el combate de ellos.
He aquí un siervo de Dios que es enviado con la orden de hablar a quienes no le habían de oír, anunciando el mismo Señor que le enviaba y mandaba hablar a quienes no le escucharían. ¿Por qué causa, con qué fin, con qué fruto, con qué resultado es enviado al combate de predicar la verdad contra los que habían de oponérsele y no habían de obedecer? ¿Habrá alguno que se atreva a decir que los santos profetas de Dios cayeron en el mismo deshonor que dejas caer sobre mí al decir: «Si tú sabes que la cuestión de que se trata no puede ser solucionada por ti, por qué tomas inútilmente este trabajo, por qué emprendes un trabajo ineficaz, por qué peleas vanamente y sin fruto? ¿No es un gran error querer explicar lo que no puedes, si la ley amonesta diciendo: No busques lo que te venga grande para ti; no investigues lo que supera tus fuerzas ", y también: El hombre apasionado enciende querellas y el hombre iracundo agranda el pecado?»
No te atreverías a decir esto a Ezequiel, enviado por la Palabra de Dios a combatir con hombres que no le habían de obedecer, que habían de pensar en contra, hablar en contra, obrar en contra. Si te atrevieras, a buen seguro que te contestaría lo que respondieron los apóstoles a los judíos: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Esto mismo te respondería yo. (San Agustín. Réplica al gramático Cresconio I, 8, 11)
Hay que obedecer a Cristo: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado” (Mt 16, 1516) aunque de la evangelización no se obtenga fruto externo alguno. Aunque nos pasemos la vida hablando a paredes sordas, dispuestas a caer sobre nosotros. Aunque seamos perseguidos, mal vistos y repudiados dentro y fuera de la Iglesia. ¿Por qué?
Porque: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga; y donde yo estoy, allí también estará mi servidor; si alguno me sirve, el Padre lo honrará” (Jn 12, 24-26)
Quien anda el camino de la santidad y deja que la Gracia de Dios le transforme, permite que Cristo se trasparente a los demás por medio de él. Se convierte en una simple, dócil e inútil por sí misma, herramienta de Dios. El sólo hecho de andar el camino de la santidad es suficiente razón para evangelizar sin que nadie nos llegue a hacer el más mínimo caso. No debería hacernos falta ver resultados de nuestra labor. Tampoco es necesario llenar auditorios con miles de clones que desean ser como nosotros, tener los máximos índices de relevancia en las redes sociales y obtener los más valorados premios dentro y fuera de la Iglesia. Nada de esto tiene importancia alguna a los ojos de Dios. Son sólo apariencias socio-culturales que valoramos más que la misma Palabra de Dios.
¿Cómo evangelizar entonces? Lo primero y más importante es lo que nunca nos explican: tenemos que dejar la soberbia y orgullo a un lado. No valemos, nada podemos sin Cristo. Es Dios quien te va a utilizar cuando te dejes transformar, convertir. Entonces tu propia vida será la evangelización que Dios desea que realices. Como dice una frase apócrifa, atribuida a San Francisco de Asís: “Predica el Evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”. Dios quiere nuestra santidad. Él sabe llamar de muchas formas a quienes desea que sean de su rebaño: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 27-28).
Roguemos para ser de las ovejas que escuchan al Señor y se olvidan del marketing socio-cultural al que nos vemos sometidos por la sociedad y parte interesada de la misma Iglesia.
Entonces ¿Qué hacemos? Dejamos de evangelizar. No, claro que no. Hay que evangelizar por mandato expreso de Cristo, pero leamos lo que nos dice San Agustín:
Bien claramente lo dice el señor al profeta Ezequiel: Vete, entra en la casa de Israel, y comunícales mis palabras. Pues no se te envía a un pueblo con una lengua desconocida: es a la casa de Israel; no es a pueblos numerosos, que hablan lenguas diferentes y difíciles que tú no podrás entender. Si te hubiese enviado a éstos, quizá te hubiesen escuchado. Pero la casa de Israel no te escuchará, porque no quiere escucharme a mí. Toda la casa de Israel tiene el corazón agitado y endurecido. Pero yo te he dado cara dura para hacer frente a su cara dura, y apoyaré tu combate contra el combate de ellos.
He aquí un siervo de Dios que es enviado con la orden de hablar a quienes no le habían de oír, anunciando el mismo Señor que le enviaba y mandaba hablar a quienes no le escucharían. ¿Por qué causa, con qué fin, con qué fruto, con qué resultado es enviado al combate de predicar la verdad contra los que habían de oponérsele y no habían de obedecer? ¿Habrá alguno que se atreva a decir que los santos profetas de Dios cayeron en el mismo deshonor que dejas caer sobre mí al decir: «Si tú sabes que la cuestión de que se trata no puede ser solucionada por ti, por qué tomas inútilmente este trabajo, por qué emprendes un trabajo ineficaz, por qué peleas vanamente y sin fruto? ¿No es un gran error querer explicar lo que no puedes, si la ley amonesta diciendo: No busques lo que te venga grande para ti; no investigues lo que supera tus fuerzas ", y también: El hombre apasionado enciende querellas y el hombre iracundo agranda el pecado?»
No te atreverías a decir esto a Ezequiel, enviado por la Palabra de Dios a combatir con hombres que no le habían de obedecer, que habían de pensar en contra, hablar en contra, obrar en contra. Si te atrevieras, a buen seguro que te contestaría lo que respondieron los apóstoles a los judíos: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Esto mismo te respondería yo. (San Agustín. Réplica al gramático Cresconio I, 8, 11)
Hay que obedecer a Cristo: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado” (Mt 16, 1516) aunque de la evangelización no se obtenga fruto externo alguno. Aunque nos pasemos la vida hablando a paredes sordas, dispuestas a caer sobre nosotros. Aunque seamos perseguidos, mal vistos y repudiados dentro y fuera de la Iglesia. ¿Por qué?
Porque: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga; y donde yo estoy, allí también estará mi servidor; si alguno me sirve, el Padre lo honrará” (Jn 12, 24-26)
Quien anda el camino de la santidad y deja que la Gracia de Dios le transforme, permite que Cristo se trasparente a los demás por medio de él. Se convierte en una simple, dócil e inútil por sí misma, herramienta de Dios. El sólo hecho de andar el camino de la santidad es suficiente razón para evangelizar sin que nadie nos llegue a hacer el más mínimo caso. No debería hacernos falta ver resultados de nuestra labor. Tampoco es necesario llenar auditorios con miles de clones que desean ser como nosotros, tener los máximos índices de relevancia en las redes sociales y obtener los más valorados premios dentro y fuera de la Iglesia. Nada de esto tiene importancia alguna a los ojos de Dios. Son sólo apariencias socio-culturales que valoramos más que la misma Palabra de Dios.
¿Cómo evangelizar entonces? Lo primero y más importante es lo que nunca nos explican: tenemos que dejar la soberbia y orgullo a un lado. No valemos, nada podemos sin Cristo. Es Dios quien te va a utilizar cuando te dejes transformar, convertir. Entonces tu propia vida será la evangelización que Dios desea que realices. Como dice una frase apócrifa, atribuida a San Francisco de Asís: “Predica el Evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”. Dios quiere nuestra santidad. Él sabe llamar de muchas formas a quienes desea que sean de su rebaño: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 27-28).
Roguemos para ser de las ovejas que escuchan al Señor y se olvidan del marketing socio-cultural al que nos vemos sometidos por la sociedad y parte interesada de la misma Iglesia.
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