Adviento. ¿Ser evangelizador o segundo salvador? Eusebio de Cesárea
Adviento. ¿Ser evangelizador o segundo salvador? Eusebio de Cesárea
La gloria de Dios aparece en el desierto, allí donde aparentemente no hay nadie dispuesto a escuchar ni a atender a quien transmite el Mensaje Cristiano. En medio del desierto, sobreviviendo con los escasos recursos disponibles, es donde Dios toca el corazón de las personas. En la pobreza de sí mismo, en la necesidad absoluta de Dios, es cuando encontramos la mano de Cristo. Juan el Bautista no buscó las plazas más pobladas de las principales ciudades de Judea. Tampoco buscó aparecer públicamente con líderes judíos y romanos. No realizó discursos que le dieran relevancia social. Tampoco se plegó al discurso de la ideología del momento. Los líderes y poderosos le temían, porque era libre. Tampoco utilizó métodos materiales para atraer la atención. No le hacía falta nada de esto. Sabía que su mensaje llegaría a quienes lo ansiaban encontrar, justo en el lugar donde nada les iba a distraer de su objetivo.
“Voz del que clama en el desierto: Preparad una ruta al Señor, allanad los caminos de nuestro Dios” (Is 40,3). Esta palabra muestra claramente que los acontecimientos profetizados no se cumplieron en Jerusalén sino en el desierto. La gloria del Señor aparecerá en el desierto. Allí todo el mundo conocerá la salvación de Dios (cf Is 40,5). Esto es lo que aconteció realmente, literalmente cuando Juan Bautista proclamó en el desierto del Jordán que la salvación de Dios se iba a manifestar. Ahí apareció la salvación de Dios...
El profeta hablaba de esta manera porque Dios tenía que residir en el desierto, este desierto que es inaccesible al mundo. Todas las naciones paganas eran desiertos del conocimiento de Dios, inaccesibles a los justos y a los profetas de Dios. Por esto, la voz clama para preparar el camino a la Palabra de Dios, de allanar la ruta inaccesible y pedregosa para que nuestro Dios que viene a habitar entre nosotros pueda avanzar por ella... (Eusebio de Cesárea. Comentario sobre Isaías 40)
Es comprensible que hoy en día, en pleno y postmoderno siglo XXI, intentemos entender la evangelización desde las categorías del mundo que nos rodea. Pensamos y hasta deseamos que llegue ese “líder” que nos conduzca a Cristo. Queremos encontrar ese enviado, ese segundo salvador que nos traslade, sin peligro, por medio del Mar Rojo hasta la Tierra Prometida. ¿Moisés? ¿Qué tipo de líder fue Moisés? Desde nuestro punto de vista postmoderno lo vemos llevando en línea recta a su Pueblo sin contratiempos, pero no fue así. Moisés no llevó a nadie hasta la Tierra Prometida, quien les guio en todo momento fue Dios. Moisés acompañó al Pueblo en un larguísimo éxodo que no fue nada sencillo. ¿Reclamamos a Moisés como líder? Yo no lo haría, sería un desastre. Nos llevaría por caminos inciertos durante años. Terminaríamos en el monte Nebo donde esperaríamos a que Dios lo resucitara para seguir detrás de él y entonces entrar en la Tierra Prometida. ¿Seguimos a líderes humanos o mejor a Cristo?
Cuando se habla de estos temas a personas que ven a la Iglesia desde el punto de vista de liderazgo y marketing, es normal que te digan que eres de los que producen que la Iglesia se marchite. Indudablemente cualquiera que se oponga a que los líderes humanos tomen el rol de segundos salvadores y se lleven a los rebaños por donde se les ocurre, es un estorbo. Les quitas la confianza en el ser humano, en las dinámicas sociales y eso duele. Soy consciente que ser aguafiestas es un papel feo y desagradable. Creo que la labor del evangelizador es principalmente profética, señalando los peligros que se escapan de la vista de las personas que confían demasiado en sí mismos y en los medios humanos. El evangelizador señala siempre a Cristo y se coloca detrás del rebaño. Es un servidor, una herramienta inútil por sí misma. No busca resplandecer, sino ayudar. Un elemento que produce sinergias sin ser él mismo parte de la reacción. El evangelizador muestra, a quien quiera ver, que Cristo es Camino, Verdad y Vida, no se propone a sí mismo como instancia intermedia de nada.
Es imprescindible recordar y recordar, que todos somos inútiles sin Cristo. Recordar que quien quiera ser el primero, que se coloque detrás de todos y les sirva sin ser visto. De esa forma el protagonista será el Espíritu, que posibilitara que quien tenga oídos, pueda oír la Palabra (Logos) antes que nuestras palabras (lexis).
¿Qué hacer? Lo que dice Eusebio de Juan el Bautista: “Por esto, la voz clama para preparar el camino a la Palabra de Dios, de allanar la ruta inaccesible y pedregosa para que nuestro Dios que viene a habitar entre nosotros pueda avanzar por ella”. El protagonista es Cristo, el Logos. Nosotros, en el mejor de los casos, dóciles herramientas en sus manos. El Logos nos utilizará para allanar la ruta, para que Él sea quien transforme el corazón que le permita entrar. Personalmente veo que ser herramienta dócil en manos de Dios nos permite encontrar sentido a cada momento de nuestra existencia y además, nos llena de esperanza, fe y caridad. Pensar en nosotros como los salvadores delegados que debemos llevar a los demás a… ¿Dónde? ¿Dónde les vamos a llevar si somos ciegos que necesitan de la mano de Cristo para ver la Luz?
Alguno de los lectores pensará que llevo una temporada pesado con este tema. Siento si lo soy, pero algo me dice que tengo que ser pesado con el tema. “El profeta hablaba de esta manera porque Dios tenía que residir en el desierto, este desierto que es inaccesible al mundo” Toca ser pesado y con toda la esperanza en Cristo. La Iglesia actual necesita santos, no líderes.
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