Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Lourdes, la debilidad, la humildad, la verdad

por La Columna del #CoronelPakez


 
Acabo de regresar de Lourdes.
 
Nunca había estado.
 
No voy a escribir con método y rigor. Simplemente, dejaré que las ideas y las imágenes fluyan.
 
La letra mata el espíritu, y esto ya lo vió Santo Tomás de Aquino cuando tuvo aquella revelación y quiso quemar toda su obra.
 
Y no volvió a escribir.
 
Lo entiendo.
 
Lourdes es de Dios. Podría remitirles a los libros de Vittori Messori y René Laurentin, que desmontan -con método y rigor, ellos sí- toda objeción racionalista y "científica".
 
Pero lo mejor es que vayan a Lourdes.
 
Y se fijen en la corona de oro que los hombres le han puesto a la estatua de la Virgen en la explanada. ¡Por Dios! Parece un Cristo con boina.
 
La Virgen sufre con paciencia esta muestra de cariño de sus niños, torpes y engreídos: le han hecho una estatua que, según santa Bernardita, parece que tiene paperas y es demasiado alta y demasiado mayor y mira al cielo. La Virgen no miraba al cielo, tenía 16 ó 17 años y era pequeñita. Por supuesto, no tenía cara de diosa griega.
 
Más tarde pueden fijarse en la gruta, con otra estatua de la Virgen -esta vez sin corona-. Sobre esta pequeña gruta y esta pequeña y humilde figura se levanta el imponente edificio del santuario, de la iglesia.
 
Es cierto: la Iglesia universal se levanta sobre la humildad y la pequeñez de quien se llamó "esclava del Señor". Esto es literalmente visible en Lourdes.
 
Los hombres tendemos a la vanidad y la grandilocuencia.
 
Dios, a la humildad y a lo pequeño.
 
"Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" es una frase que hay que tomar en su literalidad: si se hace teología con ella, muere. (Algo así vió santo Tomás de Aquino, no lo duden).
 
Santa Bernardita fue un humilde instrumento de Dios, cumplió su misión y, como Frodo, desapareció del mundo.
 
Todos los santos se saben -y lo son, como usted y como yo- instrumentos de Dios. Lo que sucede es que a algunos santos Dios les mantiene el ego para que no desesperen de su misión. Pero a mayor ego, menor grandeza en la tierra.
 
No se escandalicen: un san Ignacio de Loyola, un san Josemaría, un san Francisco de Asís, una santa Teresa de Jesús, fueron grandes santos.
 
Demasiado grandes. Hicieron demasiadas cosas, demasiado deprisa. Es normal: eran hiperactivos y excéntricos, y Dios respeta estas cosas.
 
Y así, sus seguidores se cuentan por miles.
 
Bernardita no hizo nada más que transmitir fielmente un mensaje de la Virgen. Por eso fue calumniada, tachada de tonta, loca, estafadora, interesada, ladrona -ella, que huía del dinero como del diablo-. Escribió muy poquito. No fundó nada. "Cumplía la regla, ni más ni menos, sin grandes alardes ni grandes penitencias; jugaba a menudo", dijo de ella su priora.
 
Y así, sus seguidores se cuentan por millones cada año. Y ni siquiera los suyos, los de la Santísima Virgen y de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
 
Tengo para mí que los puestos que querían Santiago y Juan, a la derecha y a la izquierda del Padre, serán para santa Bernardita y san Juan Bautista, otro que se empequeñeció.
 
Pero es posible que surjan, o hayan surgido ya, otros santitos más humildes aún, más pequeños, más pobres, desconocidos.
 
Más como el Niño Jesús del pesebre.
 
Solo Dios lo sabe.
 
Post Scriptum 1: Alguien me hablará del Vaticano, de la Iglesia, construida sobre la roca de Pedro. ¡Pedro! Claro, Pedro es tan humilde como Bernardita o más: un tipo exaltado, violento, cobarde, bocazas, traidor, vehemente y poco reflexivo, sabe, lo sabe muy bien, que es un desastre de tío. Por eso es humilde. Mucho. Tan humilde como el abismo de sus pecados.
 
Por eso Pedro, roca frágil e insegura, nos dice a cada momento que la Roca de verdad es Cristo, y no él.
 
Post Scriptum 2: Hay muchos que, con buena fe, quieren salvar el mundo y montan muchas cosas: empresas, fundaciones, colegios... Luego viene Dios y los arruina y les regala algo realmente eficaz para la salvación de las almas: suele ser una enfermedad grave. Conozco muchos casos.
 
Así que traten de discernir bien la llamada y no hagan más que aquello que se les pide hoy y ahora. No somos tan importantes, créanme. O crean a Bernardita.
 
Y todo ello lo escribo el día de San Guido o Guy -otro hiperactivo-, santo agricultor, sacristán, comerciante fracasado y caminante del mundo, que nos enseña que la santidad no es patrimonio exclusivo de conventuales, sabios, teólogos o mártires.
 
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