Haz que tu Cruz me enamore
Haz que tu Cruz me enamore
“Haz que tu Cruz me enamore…” Estas palabras que forman parte de una canción que aprendí ya hace muchos años siempre me han llamado la atención y me han cuestionado mucho porque son un poco “escandalosas”: ¿es posible enamorarse de la Cruz de Cristo?
Desde que estoy en Asturias he descubierto que esta tierra está profundamente marcada por la Cruz. La Cruz de la Victoria es el símbolo de Asturias y la bandera de la comunidad autónoma es solamente esta cruz sobre un fondo celeste. El simbolo cristiano por antonomasia es el emblema bellísimo de Asturias en estos tiempos recios: el Cielo como fondo y meta y la Cruz como única vía válida. El amor a la Cruz en esta tierra es grande, se puede decir que Asturias está enamorada de la Cruz y la enarbola sin pudor.
Aquí en Valdediós, en nuestro entrañable “Conventín”, también aparece la cruz de Asturias cincelada en piedra en su fachada principal, y lleva ahí inalterable e inamovible, más de 1.100 años ya… Nuestro pequeño y silencioso Conventín lleva más de once siglos gritando al mundo que Jesucristo ha vencido al mal y a la muerte y ha permanecido. Nada ni nadie le ha hecho vacilar ni moverse de su posición, ni cesar en su grito silencioso: JESUCRISTO VIVE, ES REY, HA VENCIDO y El es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fín, suyos son el tiempo y la eternidad… Valdediós es un monumento a la fidelidad, pero no a la fidelidad de los creyentes, sino al Dios Fiel que permanece amando y esperándonos, inalterable e inamovible en su determinación de amarnos hasta el extremo y posibilitarnos una felicidad eterna con EL.
Es muy bonito destacar que en estos tiempos y en este lugar de España haya personas que no se avergüencen de la Cruz de Cristo, como dice el apóstol San Pablo. Esto es precioso -al menos para mí lo es- porque siempre mi gran pelea ha sido y es gritar y defender que no nos podemos avergonzar de Jesucristo, ni del Evangelio, ni de la Cruz… no nos podemos escandalizar de Jesús, no nos podemos escandalizar de su Cruz… de hecho nosotras, las Carmelitas Samaritanas, el Crucifijo de nuestra primera profesión lo llevamos ya -de por vida- encima del escapulario, sobre el pecho y bien visible. Nosotras, las Samaritanas, enamoradas del Señor y de su Cruz, debemos ser como el Conventín: pequeños templos vivos del Dios Vivo, que llevan cincelada sobre el pecho y en la propia carne la Cruz (por eso la llevamos sobre el escapulario bien visible) y que permanecen firmes en su grito silencioso en este Valle de Dios, en el Valle de Olid, y en el mundo entero, sin avergonzarse ni rendirse nunca.
La Cruz, de la que pedimos la gracia de enamorarnos hasta los tuétanos, es la única garantía de vida eterna, de redención y de salvación. No se puede ser cristiano sin Cruz y hay que amarla y besarla y adorarla. Jesucristo Crucificado es el Libro vivo en el que leemos el amor ilimitado del Padre, que “habiendo entregado a la muerte por nosotros a su propio unigénito Hijo” nada nos negará ya… Sólo al pie de la Cruz, en el Calvario de cada día, se puede contemplar el mayor Tesoro: a través de la herida del Costado, junto con María, el Corazón de Cristo.