Esta lectura del Éxodo narra la manifestación de Diosen el Monte Sinaí a Moisés y al pueblo, y la entrega a Moisés las tablas de la ley.
Este momento queda perpetuado para el pueblo judío en una fiesta, que tiene lugar cincuenta días después del paso del mar Rojo, cincuenta días después de haber salido de la esclavitud de Egipto, en ese Monte que es el Sinaí, donde Dios se manifiesta con toda su Majestad y con todo su Poder. Esa fiesta se llama Pentecostés.
Pentecostés es una fiesta judía. Pentecostes ya existía cuando el Señor Jesús envió Su Espíritu Santo. De hecho, los Hechos de los Apóstoles nos dicen que los apóstoles estaban juntos orando con María, la Madre del Señor el día de Pentecostés. Era la fiesta de Pentecostes. La fiesta de Pentecostés ya existía.
Y en ese día de la fiesta de Pentecostes, en que el pueblo judío celebraba la fiesta de la Ley, rememoraba la entrega de la Ley en el Sinaí, ese día es el día que Jesús elige para enviar Su Espíritu Santo, para enviar Su Espíritu. Ese es el día en que la Alianza antigua da paso para siempre a la Alianza Nueva, porque Jesús nos ha dado una Ley Nueva con Su Espíritu Santo, “que no viene a abolir la antigua sino a darle plenitud.”
Pentecostés es la fiesta de la Ley para los judíos. Pentecostés es la fiesta de la Ley para los cristianos. Es la fiesta de la manifestación de Dios para los judíos y es la fiesta de la manifestación de Dios para los cristianos, en Su Espíritu, en Sus dones, en Sus carismas, en Sus frutos.
Y el Espíritu Santo viene y hace nuevas todas las cosas: hace nueva la ley, plenifica la ley, consuma la ley. “El Espíritu Santo -nos lo dice Jesús- será quién nos lo enseñe todo.”
El Espíritu Santo nos trae la Ley nueva, la Alianza nueva de la misma manera que Moisés trajo la alianza antigua. Acabamos de leer en el relato del Éxodo que Moisés subió al monte y después volvió con la Ley. Jesús subió al Padre y, desde ahí, nos envió el Espíritu que trae la Ley. Pero Él no trae la Ley en tablas de piedra, como Moisés la traía, escrita con el Dedo de Dios en tablas de piedra. Ahora el Dedo de Dios escribe en las tablas de carne de los corazones de los fieles, de los corazones de los hijos de Dios.
El Espíritu escribe en corazones de hijos, ya no escribe en tablas de piedra, porque la piedra está muerta y la carne de sus hijos, el corazón de Sus hijos que ha sido redimido por el Hijo, ya está vivo para siempre, ya no va a conocer la muerte. Esa Carne es carne redimida, es carne viva, destinada a la vida eterna. Y en esa carne redimida de los hijos de Dios, el Espíritu escribe la ley, porque es una ley de vida, que engendra vida y está destinada a la vida y solo en corazones de carne puede ser escrita. Esa es la fiesta del Espíritu.
Moisés subió hacia Dios, Jesús subió al Padre. Dios llamó a Moisés desde el Monte y a nosotros nos llama desde el Monte, desde el Monte de Dios Vivo que es Cristo. Cristo es el nuevo Monte donde nos citamos con Dios, donde nos encontramos con Él, donde le hablamos cara a cara. La Carne de Cristo es el Monte, el nuevo Sinaí, el nuevo Monte de la Ley, el Monte del Dios Vivo, el Monte Vivo de Dios es la carne glorificada de Cristo.
Nos ha llevado sobre alas de águila. Y dice: “Os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí… Si de si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque es mía toda la tierra, seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.’
‘Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta.’ Al tercer día, al rayar el alba, la Carne de Cristo emergió gloriosa, abandonó resucitada el sepulcro y nos invitó a salir de nuestro campamento, de nuestro sepulcro, de nuestra muerte, de nuestra vida anterior e ir al encuentro con Dios.
El pueblo salió y se detuvo ante el monte como nosotros estamos detenidos ahora ante el Monte del Dios Vivo, contemplando su gloria y su belleza.
Todo el Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre Él en forma de fuego. Toda la Humanidad de Cristo ha venido, porque el Espíritu la hace arder. “He venido a traer fuego a la tierra y ojalá estuviera ya ardiendo!” Jesucristo es el Monte candente de Dios, el Monte ardiente de Dios, el Nuevo Sinaí donde nos encontramos con Dios. Y desde ahí, desde ese Monte, Dios nos llama a encontrarnos con Él y a pactar la nueva ley, a que esa ley quede grabada en nuestros corazones a fuego. Pero la tiene que escribir Él, la tiene que escribir el Dedo de Dios.
Por eso es necesario que venga a nosotros ese Espíritu, que se posesione de nosotros el Espíritu, que nos transforme el Espíritu.