Lunes, 23 de diciembre de 2024

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La borriquilla

La borriquilla

por En Espíritu y Verdad

 

“Id a la aldea de enfrente, y cuando entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: ‘El Señor lo necesita y lo devolverá pronto’.”

Y, efectivamente, encontraron al borrico y lo soltaron, y algunos de los que estaban allí se asombraban de que desataran al borrico. Y como les dijeron que Jesús era quien lo había dicho, se lo permitieron.

Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos y Jesús se montó. Y muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Y los que iban delante y detrás gritaban:“¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre de Señor! Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David”.

Leyendo la Pasión y las lecturas de la entrada de Jesús en Jerusalén, he llegado a la siguiente conclusión: de todo lo que leo, con el único con que me identifico es… ¡con el burro!… Ni con el Señor, ni con los apóstoles, ni con la Virgen, ni con el pueblo, ni con los niños hebreos… ¡Yo me veo claramente en el burro!

¿Por qué? Porque efectivamente el Señor mandó a mi vida a sus discípulos, mandó a mi vida a la Iglesia, porque yo estaba atada.la-borriquita1 (1)“Nadie -como al borrico- me había montado todavía”, permanecía atada en el mundo, en mi mundo, en mi vida anterior.

Y Jesús le dijo a la Iglesia:“Desatadla y traedla. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle que el Señor la necesita”. ¡Y así ha sido mi vida! Cuando me fueron a desatar para traerme al Señor, muchos no lo entendieron y preguntaban, y la contestación era esa: “Pues… efectivamente, no es gran cosa: es una borriquilla. Pero el Señor la necesita.” Y el Señor me tomo para su servicio.

Y, llevándome a Jesús, he tenido la suerte -porque así lo ha queridoÉl– de que muchas personas hayan depositado sobre mí sus mantos y muchos han puesto también sus mantos a mis pies, a mi paso. Y después de llevar los mantos sobre mí y a mi paso, el que da sentido a todo esto, por supuesto, es Jesús, que es quién me ha escogido para que yo le lleve, pero para que yo le lleve a Jerusalén, para que yo le lleve al Padre, a su Voluntad, a la Voluntad del  Padre, a la Cruz… y yo vaya con Él.

Si muchas personas han depositado sobre mí su manto, han descansado y descansan en mí… evidentemente no es por el burro, ¡no es por mí! No voy a ser tan necia de creerme que las palmas, los hosannas, los vítores, el suelo alfombrado es por mí… ¡Todo eso es porque llevo a Jesús! ¡¡Yo sólo soy el burro!!

Y, cuando pienso en que todos se fueron… en ningún sitio dice que el burro estuviera por allí, evidentemente. Es más: después de la entrada en Jerusalén, no se vuelve a hablar del burro, no sabemos qué fue de él. Pero siempre es necesario, siempre tiene que estar ahí.

Ojalá que hoy, estos días, este momento, me haga convencerme más y más de que ese es mi lugar: ¡llevar a Jesús, llevarle! Y llevarle de modo que los demás le reconozcáis, le bendigáis, os rindáis a Él, le aclaméis… y le acojáis en vuestra vida. Él me desató, porque yo estaba atada; ¡y me desató porque me necesitaba.!

Yo creo que todos seguimos siendo necesarios y que es necesario que todos llevemos a Jesús. Que todos, de alguna manera, llevemos los mantos de los demás, el peso de los demás, la vida de los demás… porque tenemos que sostenernos unos a otros. ¡Esto no es fácil! A veces hay mantos muy pesados… Pero si Jesús va, aunque me venga grande, como le venía a la borriquilla… pues iré adelante.

Porque -si lo habéis pensado alguna vez despacio- tuvo que ser un tanto ridículo que Jesús, en esa entrada triunfal, montase una borriquilla que “nadie había montado todavía”, pobre… humilde… La borriquilla era un animal insignificante, de pobres; los ricos tenían caballos o camellos. Pero lo más elegante era un caballo brioso, hermoso… y su entrada hubiera sido mucho más triunfal y mucho más digna sobre un corcel y no sobre una borriquilla. Porque además, dada la estatura de Jesús, la desproporción entre la borriquilla y quien la montaba era grande.

Jesús no quería lucirse, se sirvió de algo muy sencillo, muy humilde, pero… “que nadie había montado todavía”… que era suya del todo, que no había llevado nunca a nadie más. Y así somos, así nos ha llamado, así nos ha escogido.

Y para una borriquilla tan pequeña, llevar a Jesús ya era un gran peso. Llevar los mantos de tantas personas es un peso muy grande… y por sí misma no podría. Si puede, si lo logra… ¡es porque va Jesús!… ¡Jesús sobre la borriquilla no pesa!, al contrario: hace liviana la carga de la borriquilla, hace posible que ella pueda cargar con los mantos y con Él.

¡Qué bonito que Jesús en su entrada triunfal quisiera “necesitar” la borriquilla! Y lo dijera así: “decid que el Señor la necesita”. El Señor nos necesita en su entrada triunfal, en su Pasión, en su Cruz… Nos necesita para ungirle en Betania… Nos necesita para que le llevemos el lebrillo y la jofaina y la jarra, para lavar los pies de nuestros hermanos y ser co-rredentores con Él, ofreciendo la Redención… Nos necesita también en Getsemaní, velando y orando con Él… Nos necesita junto a aquella criada que acusa a Pedro… Nos necesita junto a Pedro, ayudándole a que no niegue a Jesús… Nos necesita camino del Calvario, enjugando el rostro de Jesús como Verónica… ayudándole a cargar el leño como Simón de Cirene. Pero con alegría, no de mala gana como fue él, porque él fue porque le pillaron y le tocó la china. ¡Él no quería ir! Volvía de su trabajo y ahí lo pillaron.

Y nos necesita cuando en el Calvario pronuncia sus siete palabras… cuando pida perdón para todos los hombres, necesita que pidamos perdón con Él, que intercedamos con Él. Necesita que estemos con Él cuando nos entregue a su Madre para que la acojamos… Y es necesario que estemos allí cuando grite que tiene sed: tenemos que ser el agua, el aceite y el bálsamo, aunque solo seamos una borriquilla.

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