Alegraos (11)
“Estamos invitadas en cada edad –y he subrayado el “en cada edad”, porque parece que llegando a los 40, ya hemos cumplido: “estas que están en el noviciado y juniorado que espabilen… porque yo ya tengo cierta edad y yo ya… ¡No! A los 40, a los 50, a los 60, a los 80, a los 90, a los 120 (espero que no lleguemos), a la edad que sea, “estamos llamadas siempre a volver al centro profundo de la vida personal, donde se encuentran el sentido y la verdad última de las motivaciones que nos han traído aquí, de nuestro vivir con el Maestro, con los discípulos y las discípulas del Maestro.”
Gracias a Dios el discipulado es un aprendizaje continuo de seguir al Maestro y al Maestro se le aprende a seguir... siguiéndole. Y gracias a Dios que el Maestro es tan bueno, tan bueno, que tiene predilección por los mendrugos y las mendrugas y así yo puedo estar aquí, y así yo puedo ser consagrada, y así yo puedo ser discípula de mi Señor y seguirle, y aprender del Maestro.
Los consagrados somos los más pobres entre los pobres, somos los más enchufados, los más privilegiados, los que hemos recibido la parte mejor que no nos será quitada, pero nos lo han dado gratis y por desgraciados, y no por estupendos, ¿eh? Es que hay gente que dice:
- “¡Yo soy un alma consagrada!”, como si dijera… "mira los galones que llevo”.
- Oiga: gracias a Dios, que eres un alma consagrada y así tienes algo valioso, porque si no… ¿qué seríamos, no?
Y luego hay otro tema que es la fidelidad. Palabra masticada y machacada hasta la saciedad: la fidelidad, la fidelidad... porque hay que ser fiel, porque yo quiero ser fiel… Y hay veces que te encuentras con monjas torturadas, machacadas, angustiadas, “porque tengo que ser fiel”, “porque tengo que ser fiel”… Y yo las veo con una sensación de angustia vital en su vida, que digo: ¿qué será ser fiel? Si ser fiel es así, ¡quita! ¡Yo infiel, porque qué angustia! ¡Qué agobio! “¡Yo tengo que ser fiel! ¡Tengo que ser fiel!” Pero ¿ser fiel a quién? ¡Ni saben!, pero repiten como papagayos que tienen que ser fieles. Pero la fidelidad ¿qué es? ¿En qué consiste? ¿Fiel a qué?
Yo diría primeramente -desde mi experiencia- que hay que ser coherente y fiel a mi conciencia clara de que no puedo nada, fiel a no perder de vista eso que es la única realidad en mi vida: que sin Jesús no puedo nada. Ser fiel a permanecer en el punto exacto desde el cual tengo esa perspectiva, que es la verdad: que yo no puedo nada, no moverme ni a derecha ni a izquierda para sentirme más o mejor. Ser fiel a permanecer pequeña, a permanecer pobre; ser fiel a reconocerme con amor una pobrecita nada y no más, ser fiel a eso. No ser fiel a hacer cosas, a cumplir cosas -que no estoy diciendo que no haya que hacerlo- sino ante todo permanecer fiel a mi propia conciencia de pequeñez, ser fiel a permanecer pequeña, “a consentir en permanecer siempre pobre y sin fuerzas” (cf. Santa Teresita), a no querer crecer, a no querer promocionarme, a no querer medrar.
Eso era mi rollo personal. Ahora voy con lo que dice el Documento que es mejor: “La fidelidad es conciencia del amor que nos orienta hacia el Tú de Dios y hacia cada persona, de modo constante y dinámico -¡atención las marmotas! ¡no dormirse!- de modo constante y dinámico, mientras experimentamos en nosotros la vida del Resucitado.” Porque solamente la vida del Resucitado nos puede dar dinamismo y fuerza y constancia; si no nos repantingamos y a dormir. Por eso digo: ¡Atención las marmotas, que siguen en el sepulcro y no han resucitado!
Dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium en el número 1: “Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento”. ¡Cómo insiste el Papa en todos sus documentos, en todas sus exhortaciones, en todo su magisterio que huyamos del aislamiento como de la peor peste, de la solitariedad, del aislamiento, del encerrarnos de nosotros mismos! Continuamente lo repite el Papa que salgamos de ahí, que eso es un agujero que solo nos puede conducir a la muerte.
“El discipulado fiel es gracia y es ejercicio de amor, ejercicio de caridad oblativa.” ¡Adios! Se quita el romanticismo del amor. ¡Ay, el amor! … ¡Qué romántico!... ¡De romántico nada! ¡¡Caridad oblativa!! O sea, de chincharse -que decía la Niña Mari Carmen, ¿no?- que hay que chincharse… ¡Eso es caridad oblativa!
- Que para ser santo, para vivir la caridad verdadera, hay que chincharse.
- ¿Cómo? ¿Qué me tengo que chinchar todo el rato?
- ¡Hombre, todo el rato no! Pero bastante rato sí. Sobre todo: chincharme yo para no chinchar a los otros.
-Hombreeeeee….
- Sí, la ley de Dios tiene Diez Mandamientos y el undécimo es: ¡no molestar! ¡Molestarme yo y no molestar!
- ¿Es un mandamiento de la ley de Dios?
- Yo, con el permiso de Dios, lo colocaría como el undécimo. ¿El undécimo mandamiento? ¡No molestar! Lo cual equivale a molestarme yo, antes que molestar a los demás, ¿no?
Eso no lo dice el Papa en Alegraos pero, a lo mejor, si les escribo una carta y se lo sugiero, se lo añade: el undécimo mandamiento es no molestar. Eso es caridad oblativa.
El undécimo mandamiento es que si hay quince bollos y somos dieciséis, voy a dejar que pasen todas delante. No hay bollo para mí, pero bueno: yo me quedo la última de la cola. El undécimo mandamiento es no correr a toda mecha para coger el ascensor la primera, por ejemplo. El undécimo mandamiento es coger la fruta más pocha y dejar la que es la más bonita para las demás.
El undécimo mandamiento es no molestar y molestarme yo. Y eso que parecen tonterías, ¡es caridad oblativa! Y de estar atenta a esos pequeños detalles, ¿eh?, ¡no os podéis imaginar lo que una persona crece y cambia cuando vive pendiente de eso!
No como lo que me gusta, ¡como lo que corre más prisa comer! Es que hay un yogur y una paraguaya: la paraguaya está tiesa y el yogur está caducado. Voy a comer el yogur. “No, es que la paraguaya me gusta más.” ¡Ya! Pero, ahora mismo, creo que es…, ¡y no te vas a morir!, es más importante que te comas ese yogur, porque corre más prisa, por ejemplo. ¡Son cosas muy pequeñas! ¡Pero el día a día está lleno de pequeñas cosas de estas!
Son tonterías, pero el amor oblativo va por ahí. Y esas pequeñas cosas construyen la comunidad. Y esas pequeñas cosas y el darnos ejemplo unas a otras, ¡qué importante es! ¡¡Qué importante es!!
“El discipulado fiel es gracia y ejercicio de amor, ejercicio de caridad oblativa: ‘cuando caminamos sin la cruz –estos son palabras del Papa a los cardenales en la misa que se celebró en la Capilla Sixtina al día siguiente de su elección, el 14 de marzo de 2013. Y les dice el Papa a los cardenales- cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor’.” ¡Sin comentarios!