Comentarios a la Carta circular de la CIVCSVA dirigida a los consagrados
Alegraos (7)
Estar con Cristo es la esencia de toda vocación. Los llamó porque Él quiso -dice el Evangelio- y los llamó para que estuvieran con Él. Lo principal es estar con Él, no hacer nada, no decir nada… sino ¡estar con Jesús! Y la alegría viene de ahí: de ese estar con Jesús. No importa lo que hacemos, importa lo que somos, importa estar con Jesús.
“Estar con Cristo”, estar con Jesús, “supone compartir su vida” –la vida de Él- “y sus opciones.” Y entre sus opciones está incluida su muerte, y entre sus opciones está incluido cargar con el pecado del mundo y tomarlo sobre sí y presentarnos así al Padre e interceder ante al Padre. Y entre sus opciones están la obediencia de fe –la obediencia-, la bienaventuranza de los pobres –de la pobreza-; y la radicalidad del amor, que eso es la castidad.
“Se trata de renacer”, de volver a nacer, como le dice Jesús a Nicodemo: “¿Es que puede un hombre volver al seno de su madre y volver a nacer?” (cf. Jn 3, 4-5) Pues es la invitación que Jesús le hace a Nicodemo. Y nos dice el Papa en Evangelii Gaudium, en esa preciosa Exhortación Apostólica: “invito a cada cristiano a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”. Esto es muy importante: “intentarlo cada día sin descanso”. ¡No cansarse nunca! Es una de las tentaciones más comunes.
- ¡Si es que estoy harta!
- ¿Harta de qué o de quién?
- Más que de nadie, ¡de mí misma!... Porque siempre estoy igual, porque siempre cometo los mismos errores, porque siempre me encuentro en la misma situación y vuelvo siempre al mismo punto de partida… Y ¡ya estoy cansada! ¡Estoy harta!
¡Cuántas veces hemos oído esto o lo hemos pensado de nosotros mismos! Bueno, pues... ¡no vale! Estar harto y estar cansado no vale para nada, además no es evangélico, no es de Dios, no es de Jesús. Hay que estar continuamente intentándolo cada día.
Mira: a ti no te preguntan si vale o no vale, sino que sigas intentándolo cada día sin descanso. Y de ese intento y de ese esfuerzo, brota la alegría. Del vago redomado, indolente, pancho y caradura que no se molesta… ¡no penséis encontrar ni una gota de alegría! Porque el vago, caradura, fresco, indolente, que nos se molesta... es un comodón y un egoísta y es imposible que un egoísta tenga alegría.
-¡Hombre!, Alguna alegría tendrá…
- ¡¡Ninguna!! ¡Ninguna! Al final lo que hace el egoísta es acumular frustración y malestar. Es imposible tener alegría cuando se es egoísta. El egoísmo y la alegría son totalmente incompatibles.
El término vocación implica gratuidad.
- Es que yo quiero tener vocación…
- ¡Te da igual!
-Es que yo no quiero tener vocación…
- ¡Te da igual! Entonces nada, chica, esto es así. ¿Tienes vocación?
- ¡Sí!
-Tienes dos opciones: responder sí o responder no, pero tenerla o no tenerla, no depende de uno. Ser llamado o no ser llamado no depende de mí, porque la iniciativa es de Dios. De mí depende responder si o no. Y como me empeñe en responder sí si Dios no me está llamando, ¡mal va el asunto!
- ¿Mal va?
- ¡Es que no va! ¿A quién vas a responder si no te llaman?
Y al revés: como te esté llamando y tú te empeñas en decir que no, será que no, será que no. Pero no sueñes con tener alegría y ser feliz, porque el que dice que no a la vocación es un egoísta. Y hemos acabado de decir que egoísmo y alegría no casan. ¡Imposible! ¿Que usted no quiere responder a la vocación…? ¡allá usted! Ahora, eso sí: ¡olvídese de volver a ser feliz!
-¡Hombreee…! Hay muchas cosas en la vida... una cervecita fresca, un bocadillo de calamares, hacer surf… ¡todo eso me encanta!
-Mira todo eso te puede producir un ratito de bienestar, no alegría. Pero después te va a producir la resaca, que es un vacíoo inmenso y un malestar mayor que intentarás llenar haciendo otra cosa. Entonces te vas a pasar la vida poniendo parches, porque se te inunda la cosa… Entonces tapas por un lado, hace aguas por el otro; tapas por el otro y así, y así y así y así… y ¡toda la vida poniendo parches! ¡Agotado! ¿Feliz? ¡¡Jamás!! Y haciendo aguas siempre.
Esta es una realidad que he observado, desgraciadamente, muchas veces y sigo observando en muchas personas.
- ¡Es que no quiero tener vocación!
- Pues mira… Esto es lo de: “Es que no quiero morirme”, pues te vas a morir, quieras o no. Así que vete enfocando la cuestión y tomándotelo con calma, porque aquí no se va a quedar nadie, o sea, antes o después todo el mundo se muere: unos a los 25 años, otros a los 50, otros a los 90… pero aquí no se va a quedar nadie. Entonces aceptar la muerte es un signo de madurez cristiana. Pero también madurez humana, porque la vida temporal se nos acaba, creas en Dios o no creas en Él, se acaba.
¿Tener vocación? ¿Que no quieres tenerla? Pues si es que no es que quieras o no quieras: es que si la tienes, ¡la tienes!, y conviene que lo asumas. Y después digas que no quieres, ahí ya tú. Pero es lo mismo: no querer asumir la propia vocación… es un suicidio, es opositar al manicomio, a acabar uno chalado, porque por mucho que no quieras... está ahí y no se puede negar que la tienes. Luego tú te puedes negar a responder. Pero negar que la llamada de Dios está ahí, es bastante absurdo cuando de verdad está. Y es gratis…
Y dices: -¡Uy! pues ya podría Dios cobrar algo, y así no pagaba y ya me lo quitaba.
- ¡Pues no!
- O sea: la luz, si no la pagas, te la cortan…
-¡Sí!
- El agua, si no pagas, te lo cortan; y la hipoteca, si no pagas... pues te embargan.
-Pero no, ¡aquí no! O sea: la vocación, si no respondes, te fastidias, porque la sigues teniendo puesta. ¡No hay más!
- Oiga, ¿y es obligatorio?...
- Que no es… ¡Es que es gratis! Y como te han dado gratis, pues la llevas toda la vida gratis. Para una cosa que te dan gratis… ¡Es así!
- Pero si es que yo no tenía interés…
-¡Ya!... Yo tampoco quise tener los ojos marrones, me hubiera gustado tenerlos verdes como mi hermano, pero no me preguntaron. Salí con los ojos marrones y así voy a estar el resto de mi vida. Pues esto es igual: la vocación te ha tocado en el lote y, te guste o no, la vas a llevar puesta. Otra cosa es la respuesta que tú le des a la vocación, pero la vas a llevar puesta sí o sí, y te vas a morir con el signo de: ES – CO – GI – DA.
-¡No fastidies!
-¡Sí! ¡ES – CO – GI – DA! Esto sí que está tatuado y no se borra. Luego “escogida que se escaqueó”, la segunda parte ya es tuya: “se escaqueó”. “Escogida que respondió”. Bueno… La segunda parte del tatuaje sí, pero la primera te ha tocado y te la cargas. Es que…
-¡¡¡Que no quiero tener vocación!!!
Hay gente que se pone así y al final se agarran de los pelos y…
-¡Agárrate los pelos, sácate los ojos y córtate las orejas, que la vas a seguir teniendo igual!
-¡¡Es que no quiero!!
- Pues… ¡eh!... ¡lo siento! es que es rebelarse contra lo que Dios ha dispuesto. Bastante necio. La postura esa es bastante necia.
Digo que “el término vocación indica un hecho gratuito y es como una cisterna de vida –dice el Documento- que no cesa de renovar la humanidad y la Iglesia en lo más profundo de su ser.”
El Papa Francisco se dirige a los capitulares agustinos el 30 de agosto de 2013. Dice: “Quisiera decir a quien se siente indiferente hacia Dios, hacia la fe, a quien está lejano de Dios o lo ha abandonado, también a nosotros, con nuestros ‘alejamientos’ y con nuestros ‘abandonos’ de Dios, quizás pequeños, pero ¡hay tantos en la vida cristiana!: mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo y pregúntate: ¿hay un corazón que desea cosas grandes o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o la has dejado sofocar por las cosas, que terminan por atrofiarlo?”
Nos dice el Papa que “la relación con Jesucristo necesita ser alimentada por la inquietud de la búsqueda.” Tenemos que buscarle: “Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas Tu rostro. Oigo en mi corazón: ‘Buscad mi rostro.’” Es una llamada continua a buscar el Rostro de Dios. Ese rostro desconocido y amado hay que ir buscándolo ya ahora. Llegará el día que le veremos tal cual es, pero en esta vida tenemos algo dentro del corazón como dice el Salmo: “Oigo en mi corazón: ‘Buscad mi rostro’. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas Tu rostro” (Sl 27, 8).
“La relación con Jesucristo necesita ser alimentada por la inquietud de la búsqueda. Ella nos hace conscientes de la gratuidad del don de la vocación y nos ayuda a dar razón de las motivaciones que nos han llevado a la opción inicial y que sostiene nuestra perseverancia.”
Estar constantemente a la escucha de Dios requiere que estas preguntas marquen siempre nuestro tiempo cotidiano. Este misterio que llevamos dentro… se puede leer únicamente a la luz de la fe.” Nos dice el Papa Francisco en la Carta Encíclica Lumen Fidei: “la fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” –eso es la fe- y “en cuanto respuesta a una Palabra que la precede, la fe será siempre un acto de memoria. Sin embargo, esta memoria no se queda en el pasado –lo que os decía antes: “Es que aquella vez, cuando yo entendí que le Señor me llamaba…”- sino que siendo memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro y de iluminar los pasos a lo largo del camino”, de toda la vida.
El amor primero, aquello de lo que yo hago memoria, es presente ahora y es luz para abrir mi futuro. Aquello de lo que yo hago memoria -porque en un momento dado del tiempo tomé conciencia de esa llamada- es nuevo cada día, es presente hoy, será presente siempre en el futuro y me abrirá el futuro. Mi futuro es desde ese momento, desde esa llamada. No concibo mi futuro, ni mi vida, ni mi existencia, fuera de esa llamada.
“La fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros -el recuerdo de lo que Dios ha hecho conmigo- la memoria del encuentro con Dios, que siempre es el primero en moverse, el que crea y el que salva. Y quien lleva consigo esta memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros”, ese encuentra la alegría.
Y esto es muy importante, porque tenemos que tener presente esa memoria de Dios, dejar que esta memoria de Dios, el recuerdo de lo que Dios ha hecho conmigo, de su amor primero, de su llamada primera, ilumine toda mi vida y teniéndolo presente siempre sabré despertar eso en el corazón de los que están cerca de mí. Sabré transmitir la fe.