Comentarios a la Carta circular de la CIVCSVA dirigida a los consagrados
Alegraos (6)
Estuvimos viendo que el Documento tiene dos partes: una primera parte que es “alegraos, regocijaos, llenaos de alegría…” y una segunda parte que es “consolad, consolad a mí pueblo”. Y de la primera parte estuvimos viendo “A la escucha” y “Ésta es la belleza”. Empezamos lo que sigue que es “Al llamaros…”
Nos dice el Papa lo siguiente: “Al llamaros Dios os dice: ‘¡Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo!’ Jesús nos dice esto a cada uno de nosotros. ¡De ahí nace la alegría! La alegría del momento en el que Jesús me ha mirado. Comprender y sentir esto es el secreto de nuestra alegría. Sentirse amado por Dios, sentir que para Él no somos números, sino personas; y sentir que es Él quien nos llama.”
“El Papa Francisco orienta nuestra mirada al fundamento espiritual de nuestra humanidad para reconocer lo que hemos recibido como una gracia de Dios y libre respuesta humana…” Y nos recuerda ese momento del Evangelio en que Jesús le dice (Lc 18, 22) al joven rico: ‘aún te falta una cosa: vende todo cuanto tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme”.
El párrafo anterior es precioso: el Papa dice que la llamada de Dios es concreta, auténtica, directa, personal... La llamada de Dios no es algo que se caza al vuelo por una onda, como quien sintoniza una antena; sino que la llamada de Dios es algo personal que Dios me dirige a mí directamente, entablando un diálogo conmigo. Y dice el Papa que Jesús se dirige a nosotros diciendo: “¡Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo!”
Ese es el fundamento de la vocación. Luego, habrá más matices, pormenores, detalles... pero la vocación es esa: “¡Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo!”
Esto es algo personalísimo, quiero decir, solamente se puede dirigir así a mí un hombre. Un ente abstracto no me dice “¡Tú eres importante para mí, cuento contigo! ¡Te quiero!” Se dirige así a mí alguien que mantiene una relación interpersonal conmigo, alguien que -como yo- es hombre y se relaciona conmigo, y ese es Jesucristo.
La fuente de mi alegría es que en un momento dado de mi vida he sido consciente de que Dios se ha dirigido a mí, me ha hablado a mí, me ha dicho que soy importante para Él, que cuenta conmigo y que me quiere. Esa es la fuente y la raíz inalterable -que nunca caduca- de mi alegría, porque esa iniciativa de Dios, esa llamada de Dios, ese dirigirse a mí, no cambia: la vocación es eterna.
- Es que tuvo vocación y después no tuvo vocación.
- ¡No!... ¡¡Tuvo vocación, tiene vocación y siempre habrá sido vocacionado!! Otra cosa es que se haya olvidado de la vocación, que no le haya cuidado, que no haya respondido, que la haya maltratado, que le haya sido infiel, que haya mandado al Señor hacer gárgaras… Pero tuvo vocación, la vocación es presente y la vocación es eterna.
- Fue vocacionado… ¡es que no respondió!
- ¡Ese es otro tema! Pero fue llamado.
Y dice: -Es que fulanito, dado su proceder, es que no tenía vocación.
- ¡No! ¡Sí que la tuvo! ¿Quién te ha dicho que no la tuvo? La tuvo y, en un momento dado se fue enfriando, la fue aparcando, le fue diciendo al Señor que no… Porque la vocación no es una cosa impuesta, es una invitación.
Y si yo os hablo de vuestra vocación, como si hablo de la mía, todos solemos cometer un error de bulto: “Cuéntanos tu vocación, cuéntanos tu testimonio”, esto es muy típico. Y entonces empezamos: “Sí, pues yo nací en una familia no sé qué…, cuando tenía 15 años me pasó no sé cual… después conocí a no sé quien… luego hice una experiencia en no sé donde…” Y hacemos un ejercicio de memoria, como si la vocación fuese un hecho de la historia. Y lo hacemos mal, yo la primera.
“¡Cuéntanos tu vocación!” Mi vocación no es algo en el tiempo y de lo que tengo que hacer un recuerdo de memoria. ¡Mi vocación es Jesucristo aquí, hoy y ahora, en este instante! “¡Cuéntanos tu vocación!” ¡Mi vocación es Jesús, es Cristo! ¡Es vivir con Él ahora, aquí! Luego la cosa empezó… Y entonces hacemos el recuerdo histórico, pero normalmente lo hacemos mal: mi vocación es ahora, es actual... Jesús me está llamando cada momento, cada día, cada instante. Si dejara de llamarme un solo momento, yo dejaría de seguirle. Él me está llamado continuamente y yo respondo continuamente. Esa es mi vocación. Y hasta el último aliento de mi vida me seguirá llamando y yo tendré que seguir respondiendo.
- Es que hay que responder a la vocación. Y entonces luego ya uno llega a la profesión y ya se relaja…
- Pues ¡muy mal! Porque cuando llega la profesión es cuando de verdad tiene que ponerse las pilas, porque es que ya es en serio y ya hay un compromiso formal. No es tiempo de descansar, sino tiempo de ser más coherente todavía y más testigo todavía.
- No, es que ya cuando llegas a la profesión…
- Cuando llegas a la profesión, como descanses... sales por la puerta danzando, porque la profesión es un compromiso, no es un seguro de vida que le autoriza a uno hacer el vago. ¡No es eso!
La profesión significa un compromiso ya público -y que la Iglesia ha recogido- de que tú entregas tu vida a Jesucristo todos los días de tu vida hasta el último, y que tú has dejado de tener vida propia y has pasado a ser propiedad de Jesucristo y de la Iglesia. Sin la Iglesia no somos religiosas, no somos consagradas... no somos lo que somos. Sin la Iglesia nuestra vocación, como la vivimos, no es y no puede ser y no existe. Yo no puedo vivir la vocación al margen de la Iglesia.
- Yo es que creo en Dios y me entrego a Él sin la Iglesia.
- ¡¡¡Mentira burda!!! ¡Sin la Iglesia no somos! ¡Es imposible!
- ¡Es que en la Iglesia son todos un panda de impresentables!
- Mira, yo no sé lo que son... Son el Cuerpo Místico de Cristo y sin la Iglesia no hay consagración real, válida, y mucho menos pública. Y la consagración por medio de la profesión religiosa, hace que dejemos de ser posesión propia para ser posesión de la Iglesia, pertenencia de la Iglesia, disponibles para que Dios nos use en la Iglesia como Él quiera. ¡Eso es muy importante!
Y de ahí nace nuestra alegría. Mi fuerza, mi alegría, mi serenidad... ¿de dónde viene? De que Jesucristo me llama, -no me ha llamado- ¡me llama, me está llamando! Él no va a dejar de llamarme, porque Él es fiel, y ahí tengo mi fortaleza y mi estabilidad: en su llamada continua y en mi respuesta, dentro de las limitaciones que tengo y de mis pobrezas. ¡Ahí tengo mi fuerza, ahí tengo mi estabilidad, y ahí tengo mi alegría: en esa llamada que Él me dirige y en esa respuesta que poco a poco, como puedo, voy dando!
Y el Papa nos invita a recordar ese primer momento en que me he sentido mirada y llamada por Jesús. Y “comprender y sentir esto –que Él me llama, que Él me mira- es el secreto de nuestra alegría. Sentirse amada por Dios, sentir que para Él no somos un número -porque no es algo impersonal, sino personalísimo-, sentir que no somos un número, sino personas y sentir que es Él quien nos llama.”
“El Papa hace memoria: ‘Jesús, en la última Cena, se dirige a los Apóstoles con estas palabras: ‘No sois vosotros quienes me habéis elegido, soy yo quien os he elegido (Jn 15, 16), que nos recuerdan… que la vocación es siempre una iniciativa de Dios. Es Cristo que os ha llamado –dice el Papa Francisco en la Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales- Es Cristo quien os ha llamado a seguirlo en la vida consagrada y esto significa realizar continuamente un ‘éxodo’ de vosotras mismas para centrar vuestra existencia en Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojándoos de vuestros proyectos, para poder decir con San Pablo: ‘No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20)”
¡Qué bonito es esto! Responder a la vocación significa seguir a Jesucristo, y seguirlo significa movimiento. O sea, todo lo contrario de instalarse, acomodarse, apoltronarse y decir: “aquí me las den todas”.
Seguir a Jesucristo significa movimiento, significa nunca instalarse en la pasividad, no acomodarse, vivir continuamente en un éxodo, en un camino hacia nuestra tierra prometida que es Cristo. Él es mi Tierra Prometida, Él es mi Patria, Él es mi Hogar y tengo que estar continuamente saliendo de mi Egipto y caminando a mi Tierra Prometida. Hay que vivir en un continuo éxodo.
Y el éxodo no fue por valles frondosos, sino por el desierto. Y la vivencia de los consejos evangélicos siempre implica desierto, despojo, salir de Egipto despojadas, caminar, peregrinar… Confiarás en la Palabra de Dios, muchas veces sin saber bien adónde vamos; a la Tierra Prometida sí, pero no sabemos cómo es y seguir caminando siempre. ¡Seguirle!
“El Papa nos invita a una continua peregrinatio hacia atrás para encontrarnos en un momento dado en las calles de Palestina o junto a la barca de Pedro en el mar de Galilea… nos invita a detenernos con paz, como una peregrinación interior, en el horizonte” -aunque la llamada de Dios es siempre presente y eso lo tenemos que tener claro- “nos invita a detenernos en el horizonte de aquella primera hora”, en que comprendimos que éramos llamados, “donde los espacios están caldeados de relación amistosa”, cercana, íntima con Jesús y “donde la inteligencia”, nuestra capacidad de comprender, “se abre al misterio… El Papa nos invita a hacer de toda la existencia una peregrinación interior de transformación en el amor.”
Esto es muy bonito, porque el Papa nos está diciendo que subamos al Monte, como dice nuestro Santo Padre; que vayamos adentrándonos en el Castillo, como dice nuestra Santa Madre… todo eso son peregrinaciones al interior para ser transformados en el amor, para llegar a la unión. Y el Papa nos invita a esa peregrinación interior.
También “nos invita el Papa Francisco a detenernos en la alegría del momento en que Jesús nos ha mirado. Es como el fotograma inicial”: recordar aquella mirada primera de Jesús, mediante la cual tomamos conciencia -o en la cual tomamos conciencia- de ese encuentro personal, de esa llamada, ¿no?, de ese “tú eres importante para mí”.
Y nos dice el Papa que “intentemos buscar significados y exigencias” a tantos detalles de nuestra vida, “que están relacionados con nuestra vocación”, a tantos momentos -algunos gratos y otros difíciles- relacionados con nuestra vocación. Y nos dice que “es una respuesta a una llamada y la llamada es una llamada de amor.”