Comentarios a la Carta circular de la CIVCSVA dirigida a los consagrados
Alegraos (5)
Esta es la belleza
“La alegría no es un adorno superfluo, es exigencia y fundamento de la vida humana.” Acabamos de decir hace un momento que la alegría es Jesús y Él es exigencia y fundamento de mi vida y ahí está mi alegría. “En el mundo -dice el Documento- con frecuencia viene a faltar la alegría. No estamos llamados a realizar gestos épicos ni a proclamar palabras altisonantes, sino a testimoniar la alegría que proviene de la certeza de sabernos amados y de la confianza de ser salvados.” ¡Qué bonito es para nosotros oír esto en el magisterio ordinario de la Iglesia! Estamos llamados a testimoniar la alegría que proviene de la certeza de sabernos amados y de la confianza de ser salvados. Justamente eso es la esencia, la raíz de nuestro carisma, gritar al mundo eso: ¡que somos amados! Y en esa certeza, descansamos; y en esa certeza se apoya nuestra alegría; de esa certeza, mejor dicho, emana nuestra alegría: de sabernos amados por Dios con un Corazón de Hombre y de la confianza de que ese amor nos trae la salvación, me posibilita la salvación. Y la Iglesia nos está diciendo que los religiosos estamos llamados a dar ese testimonio, ¡todos! ¡Las Samaritanas de manera específica! Sigo con el Documento: “nuestra memoria breve y nuestra experiencia frágil nos impiden a menudo alcanzar la ‘tierra de la alegría’ donde poder gustar el reflejo de Dios. Tenemos mil motivos para permanecer en la alegría, la cual se nutre en la escucha creyente y perseverante de la Palabra de Jesús: ‘para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn 15, 11-20)…” La tristeza y el miedo deben dejar paso a la alegría: ‘festejad… gozad… alegraos’, dice el profeta (Is 66, 10). Es una invitación a la alegría. Todo cristiano –dice el Papa Francisco- sobre todo nosotros, estamos llamados a ser portadores de este mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos. Pero sólo podemos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consolados por Él…” Sigue el Papa Francisco: “Yo he encontrado algunas veces a personas consagradas que tienen miedo de consolación de Dios -¡y yo también las he encontrado!- y pobres, se atormentan, porque tienen miedo de la ternura de Dios. Pero no tengáis miedo. No tengáis miedo, el Señor es el Señor de la consolación, el Señor de la ternura. El Señor es Padre y Él dice que hará con nosotros como una mamá con su niño, con su ternura. ¡No tengáis miedo de la consolación del Señor!” (El Papa Francisco - “La evangelización se hace de rodillas”, es un discurso que pronunció en un encuentro de catequistas). ¡No tener miedo de la ternura de Dios! Hay religiosos –el Papa dice que los ha encontrado y yo también- y religiosas y no digamos eclesiásticos que tienen más miedo de la ternura de Dios, de la condescendencia de Dios, que de la justicia o la cólera de Dios. ¿Por qué? Porque la ternura de Dios nos desarma, nos deja al descubierto, deja patente nuestra fragilidad y eso nos da mucho miedo. Preferimos permanecer en nuestra armadura, con todo perfectamente controlado, a quedarnos a la intemperie. Y la ternura de Dios nos deja totalmente vulnerables y a la intemperie, como un niño en brazos de su madre. Y nos cuesta mucho: queremos ser adultos en la fe, razonables, tener todo controlado... y, en definitiva, ahí subyace el deseo de decir: “yo controlo, yo hago la cosas... ¡yo!” En el fondo está mi yo, mi voluntad. Mientras que el niño desvalido, el que queda a la intemperie y al descubierto por la ternura de Dios, ese no decide, no controla, se fía de Dios... vive en el regazo de Dios, en la consolación de Dios, en la ternura de Dios. Pero el precio que tiene que pagar es el de no controlar su propia vida, no decidir, no tener voluntad propia, vivir abandonado en ese regazo, confiado, sabiéndose amado y dejándose amar, renunciando a su propia voluntad y a sus propias decisiones. ¡Y eso nos da un miedo que nos morimos!
“Ésta es la belleza de la consagración: es la alegría, la alegría…”, dice el Papa Francisco el 8 de julio de 2013 en un encuentro con seminaristas, novicios y novicias. Y les dice el Papa: “¡No hay santidad en la tristeza!” ¡Así de claro y así de categórico! La tristeza es absolutamente incompatible con la santidad. “No estéis tristes como quienes no tienen esperanza, decía San Pablo (1 Ts 4, 13).”