Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Comentarios a la Carta circular de la CIVCSVA dirigida a los consagrados

Alegraos (3)

por En Espíritu y Verdad

El consagrado nunca camina solo. ¡Esto lo tenemos que tener súper claro! Esto no lo dice el Documento, os lo digo yo desde mi experiencia: ¡el consagrado nunca camina solo!

La solitariedad y el aislamiento no son de Dios, porque una cosa es la soledad, que sí es de Dios, estar a solas con "el Solo"; y otra cosa es la solitariedad, que es lo mismo que el aislamiento.

En la soledad hay vida y vida abundante, porque es soledad llena de Dios, soledad en compañía; y la solitariedad indica muerte, aislamiento, vacío... porque el solitario no ama a nadie. Luego, quiere decir que se está muriendo, si no está muerto ya. Mientras que el que está a solas con "el Solo", está amando al mundo entero: desde las Entrañas de Dios abarca al mundo entero. Esa soledad es fecunda y es soledad en compañía. Es una soledad física, material, pero llena de Dios y llena de la Iglesia y llena de la humanidad entera.

img-20160103-wa0108.jpgEn la soledad fue engendrado el Verbo en el seno de su Madre y esa soledad Ella la mantuvo siempre. Y todos los grandes místicos han mantenido ese espacio íntimo de soledad para "el Solo", y es fecundo. La solitariedad, el aislamiento, eso... es muerte, porque el solo –el que vive en soledad- vive en comunión fraterna profunda con los miembros de su comunidad y con la humanidad entera. Mientras que el solitario, el aislado, puede estar siempre rodeado de gente, pero no vive la comunión. Y si no vives la comunión... ¡estás muerto! ¡No hay vida fuera de la comunión, la comunión en Cristo y la comunión con los hermanos!

El solitario y el aislado –que, como os digo, no es de Dios- suele tender a segregarse de la comunidad, a separarse físicamente de la comunidad, a ir a contrapelo siempre. Si unos suben, yo bajo; si unos bajan, yo subo. Y frase que le define sería: “¿de qué se habla?, que yo me opongo… ¿que cantamos? pues yo hablo… ¿que hablamos? pues yo canto… ¿Que dormimos? pues yo me levanto… ¿Que nos levantamos?, pues yo duermo…”

Quizás os esteis riendo, pero os puedo asegurar que hay personas que viven así. Y esas personas son las personas más estériles del mundo, aunque hagan exteriormente todo perfecto y fenomenal y sean modelos de “observancia regular”… ¡no sirve de nada!, porque no tienen vida, porque “si el sarmiento no está unido a la vid, nunca va a dar fruto” (Jn 15, 2).

La segregación de la comunidad es algo farisaico y viene siempre del espíritu del mal. Nunca del Espíritu de Dios va a venir la división, la separación. Del Espíritu de Dios siempre viene la comunión, la unidad perfecta: “Que sean completamente uno para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Y ¿por qué digo que es farisaico? Porque muchas veces los que se segregan de la comunidad, lo hacen –eso dicen ellos- en virtud de una perfección mayor, porque en la comunidad hay imperfecciones y yo me separo de la comunidad para vivir más perfectamente. ¡Es un engaño sutil!

En la comunidad puede haber imperfecciones -y las hay, seguro, porque la comunidad está formada por miembros humanos-, pero en la comunidad está Cristo y en la comunidad hay vida. Y en tu aislamiento, en tu solitariedad, aunque todo sea “más perfecto” no hay vida, ¡es estéril! está muerto, porque no está Cristo. Y porque, el que desprecia la comunidad y se separa de la comunidad, desprecia a Cristo: “El que a vosotros oye, a Mí me oye. El que vosotros desprecia, a Mí me desprecia” (Lc 10, 16).

Y es farisaico porque, generalmente, la persona que se segrega buscando una mayor perfección, en el fondo está diciendo: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como esos” (Lc 18, 11). Y eso no es de Dios.

Jesús formó una comunidad apostólica con doce "mendrugos", no buscó unos perfectos, ¡eran unos tarugos de preocupar! Él no pretendió cambiarles, ni se aisló de ellos buscando una perfección mayor. No dijo: “no voy a estar con ellos, porque son un hato de berzas, no se enteran de nada, pierdo el tiempo... Y dado mi nivel de santidad… ¿voy a perder el tiempo con ellos?” ¡En ningún momento hizo eso!

Es más: con paciencia les enseñaba; con sentido del humor les reprendía: “¿Qué conversación es esa que traíais por el camino? ¿De qué hablabais?...” Y ellos todos se pusieron a silbar, porque nadie dijo de qué estaban hablando (cf. Mc 9, 33-34): “quién va a ser el primero, quien va a ser el…, porque tú me dijiste, porque tú qué te has creído…, porque…” Y Jesús, que sabe de que van, en vez de echarles una bronca y decir: “Pero ¿cómo os  tengo que decir que el que quiera ser el primero que…?” ¡No! se vuelve y en plan de guasa les dice: “¿Qué? ¿Qué? ¿De qué habláis? ¡Contadme! ¡Contadme!...” ¡Nadie contó! Y Jesús no se enfada, ni se aísla en aras de una perfección mayor.

Necesitamos la comunidad: sin la comunidad, no se puede hacer vida el Evangelio. El Evangelio y las bienaventuranzas precisan de una comunidad de fe. No se puede vivir el Evangelio solo y en régimen de aislamiento. por lo tanto  se colige que es imposible ser santo solo y en régimen de aislamiento.

 davCuando se vive del Espíritu de Dios y se acepta la comunidad como algo recibido de Dios, con todas las limitaciones que pueda tener, la comunidad es un regalo de Dios, ¡el mejor regalo que hemos recibido de Dios!

 Yo no lo he vivido nunca -¡gracias a Dios!- nunca he vivido eso, no he pasado esa experiencia. Creo que tal y como soy me hubiera muerto si Dios me hubiera puesto en esa disyuntiva. Pero debe de ser terrible -personas que me lo han contado, que sí lo han vivido así lo refieren- verse en un momento dado sola y sin comunidad. Hemos de valorar lo que tenemos: no siempre se tiene una comunidad, no siempre se tiene un hogar -porque la comunidad es hogar- no siempre se tiene. 

Os lo he dicho muchas veces, lo repito y lo repetiré mientras me quede un aliento de vida: ¡lo más grande que yo tengo, después de Dios, es la comunidad! Después de Dios -cuando digo Diosme refiero a  su Gracia y mi llamamiento, mi vocación-, lo más grande, más que todo, es la comunidad.

Y después de Dios, lo que más tengo que amar en esta vida es la comunidad, porque Dios no me va a dar nada -puesto que me ha traído a la comunidad- fuera de la comunidad, ni al margen de la comunidad. Si hubiera querido dármelo por otros medios, me hubiera puesto en otra situación de vida, pero cuando a mí me ha llamado aquí, me ha traído aquí y me ha consagrado aquí, es porque todo lo que tiene que darme me lo va a dar aquí.img_4381.jpg

Y es tontería y necedad buscar por otra parte. ¡Es un error mayúsculo! Es una tentación que a todos nos asalta en un momento dado. Y, si no os ha asaltado todavía, no os preocupéis, que ya os asaltará. Esa tentación todos los consagrados la padecemos antes o después. Pero sabed que es una tentación y hay que luchar para no caer en ella: ¡nada se nos va a dar fuera de la comunidad! Dios nos lo va a dar todo en el seno de la comunidad, en la comunión con las que Él me ha dado, ¡que yo no las he escogido, me las ha dado Él!, y me las he dado Él en su designio de amor eterno.

Es un misterio, pero es un misterio que va ligado a mi vocación, al plan que Él tiene para mí. Después de Dios, la comunidad y luego ya... el resto: familiares, amigos, conocidos… ¡Dios y mis monjas! ¿Mi prioridad? ¡Dios! ¿Después de Dios?, ¡mis hermanas!, y después el resto.

 

 

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