Carta del diablo a Gérard Depardieu
Muy odiado esclavo:
Parece que quieres hacer honor a tu nombre, a esa parte final de tu apellido de tan mal gusto. Has cometido un error imperdonable, y permite que utilice una innecesaria redundancia, porque yo jamás perdono, para subrayar la magnitud de tu equivocación.
¿A quién se le ocurre llamar a las cosas por su nombre? Es gravísimo. Es el primer paso para caer en las manos –amorosas, según Su horrible expresión- del Otro. Y tú y yo no necesitamos ni su amor ni su compasión, ¿lo has olvidado? ¿No estabas suficientemente borracho cuando reconociste públicamente que eres un alcohólico y un capullo? ¡A quién se le ocurre! ¿O estabas quizá demasiado ebrio? Ya sabes que yo soy abstemio y odio el sexo, esa animalada que Él ha elevado a su categoría preferida: la del Amor. Me produce un asco horrible el mero hecho de escribir esta palabreja: amor. ¿No se habrá infiltrado algo parecido al amor en tu pobre alma, Gérard? Si es así, échalo fuera con toda celeridad, porque es muy contagioso. Naturalmente, esto te lo pido ahora por favor, ya sabes que sí puedes confiar siempre en mí, ya sabes que te lo consigo absolutamente todo. ¿O es que ya no quieres confiar en mí?
Oh, bien, en tal caso, Gérard Depar, perderás tu tesoro: esa vida adolescente fácil y muelle, esas juergas, esas rayas, esas señoritas, esos adulterios -¡qué bien suena: adulteriosssss! Si tuviera cuerpo, me producirían un orgassssssmo-. Tu tesoro, Gérard Depar. ¿Conoces a Gollum? Sí, fue el maldito Tolkien, y mil veces maldito, porque es uno de los pocos que me ha descubierto y os lo ha explicado con mucho detalle, pero sois tan imbéciles que pensáis que es MITOLOGÍA, esa palabra que, si supierais de verdad qué significa, no usaríais con tanta ligereza para condenar al Otro y probar su inexistencia, ¡qué torpes sois, gracias a mí!
No, Gérard, tú no eres un alcohólico, un adúltero y un capullo. Disfrutas de la gastronomía, consuelas a pobres señoritas y eres buena persona, sincero y noble. Sobre todo, noble: nada es tan noble como beber hasta enfermar y engañar a tu mujer siempre que lo consideres necesario, que es siempre, como te suelo enseñar.
Y este es tu tesoro, cuya custodia depende solo de que no llames a las cosas por su nombre. Me refiero a Su nombre, a lo que Él –la segunda horrible parte de tu apellido- te dice que es La Verdad, esa palabra tenebrosa que también Él se atribuye. Ahora lo hacéis muy bien cambiando el significado de las palabras, no lo estropees Gérard. Mira a tu presidente Hollande o a Mr. Obama.
Bien, Gérard Depar, podrías perder tu tesoro, o no perderlo… Pero mejor no recuerdes mucho el final de Gollum. Y no lo perderás porque te inoculé una dosis de orgullo suficiente para hacer creer a una hormiga que es un dinosaurio. En cuanto a la dosis de soberbia, te puse la mínima. Hay algunos que necesitan más porque los tengo en la política, en la banca y en el periodismo. Incluso hay algunos, pocos, que se creen que pueden hacerme la competencia. Lo hacen bien para ser espíritus de cuarta categoría, pero cualquier mando subalterno de nuestro departamento les da cien vueltas.
Espero, pues, que no se repita un fallo de este calibre. El Otro os quiere convencer no solo de que hay una Verdad, sino de que es la Suya, y que únicamente podéis defenderla con dolor: esa tontería de que el dolor es redentor. Solo tienes que observar cómo acabo aquel loco de Galilea que se creía el Hijo del Otro. ¿Eso quieres para ti?
Vamos, Gérard Depar: tómate otra copa y olvida esa tontería cultural y coyuntural que llamáis “sinceridad”.
Absolutamente tuyo,
Sauronio.
Post Scriptum: cualquier parecido de este escrito con algunos semejantes de los maestros Frossard y Lewis no es pura coincidencia: es un humilde homenaje.