Comunión y Liberación
por Alejandro Campoy
Comunión y Liberación es otro de los movimientos surgidos en el seno de la Iglesia Católica al que se le puede aplicar con propiedad el calificativo de "profético". Profético en el sentido bíblico de "el que lee en los acontecimientos", y por tanto, es capaz de desentrañar su significado.
La enorme riqueza que han supuesto todos los movimientos eclesiales de la segunda mitad del siglo XX para la Iglesia Católica es incuestionable y ha sido puesta de manifiesto por los últimos pontífices sin ninguna ambigüedad. Y esto ha sido así en buena medida por la capacidad de los mismos para ser "la sal del mundo".
Se trata, en última instancia, de una cuestión primero antropológica y luego sociológica. En cuanto a la dimensión antropológica, en el sentido amplio de la antropología filosófica, la Iglesia no puede desconocer la realidad del hombre de nuestra época. Esa realidad muchas veces es pasada por alto en ciertos ámbitos eclesiales, y por tanto conviene detenerse muy brevemente en ella.
Al contrario que el ciego de Jericó, quién tirado en la cuneta del camino, gritaba al paso de Jesús de Nazaret implorando curación, el hombre de hoy no puede gritar, por la sencilla razón de que no sabe que está ciego. Esta es la actual forma de la alienación, de la enajenación. Y la primera tarea consiste entonces en hacer consciente al hombre de su propia enfermedad. Sin embargo, todavía hoy hay demasiados entornos eclesiales que siguen pensando sobre la sociedad como si ésta estuviera formada por hombres enfermos, pero autoconscientes. ¡Craso error!.
Y así, comienzan la casa por el tejado: piensan en ordenar la sociedad en función de la sana doctrina social de la iglesia y en impregnar la legislación de los principios de la misma, como si las sociedades actuales estuvieran formadas por hombres dotados todavía de un recto juicio y de una capacidad de autocomprensión más o menos intacta.
Y esta pretensión choca una y otra vez con la realidad de una sociedad enferma; los mensajes doctrinales de los que tan de buena fe acuden blandiendo decretos, constituciones, encíclicas, catecismos y cartas apostólicas son análogos al momento en el que Jesús de Nazaret, ante los gritos del ciego Bartimeo, le llama y le dice: ¡vete, tu fe te ha salvado!.
El problema es que hoy el mismo Jesucristo ya no puede decir a través de la Iglesia al mundo de hoy esa frase, y no puede decirla porque el ciego no grita; no sirven las grandes exposiciones doctrinales porque el sordo no pide oír; no sirven las grandes proclamas moralizantes ni los intentos de eliminar legislaciones inicuas porque la sociedad está paralítica pero vive convencida de que es campeona olímpica de los cien metros lisos.
Y la imprescindible tarea de acercarse al hombre ciego e ignorante de hoy para hacerle ver muy en primer lugar que padece una enfermedad, y que en consecuencia debe pedir la curación, la están realizando los movimientos eclesiales, tales como Comunión y Liberación. Son esos movimientos los que se acercan al prepotente ciego actual sin gritarle "¡el aborto es delito!", sino entablando diálogo con él hasta el punto de poder llegar a la pregunta clave: ¿has descubierto ya ese grito que late en tu interior? Si los hombres del nuevo milenio no descubren en primer lugar que están enfermos, de nada sirven todas las demás iniciativas.
Y como la sal, que se disuelve entre los alimentos para darles sabor, las "nuevas" realidades eclesiales como Comunión y Liberación se disuelven en el mundo ciego, estando en él sin ser de ese mundo. Y poco a poco, como el grano de trigo, van dando sus frutos, y paulatinamente legiones de hombres se levantan pidiendo a gritos la curación, ¡que vea!, y entonces, y sólo entonces, pueden empezar a comprender, entre otras muchas cosas más, que el aborto es un delito.