Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Sacerdote o prostituta

por La Columna del #CoronelPakez

 

El bar es pequeño, antiguo, y dejan fumar. El dueño dice que si la Generalidad de Cataluña se pasa la ley por el forro, él se pasa la ley antitabaco por donde ustedes pueden imaginar.

-¿Otro whisky, don Francisco?

-Con agua, haga el favor.

-¿Con agua?

-Sí, Nemesio, como los cantaores, que así dura más. Y un paquete de Camel y cerillas.

En la mesa contigua, en ese pasillo estrecho, está mi amigo calvo y con perilla. El viejo canoso no ha llegado todavía. El calvo habla con un joven.

-Mira chaval, en esta vida hay que elegir entre dos extremos, entre el blanco y el negro, porque si no conoces el blanco y el negro no puedes crear los matices de gris, ¿me sigues?

-Sí.

-El blanco es entregar la vida por amor a los demás, al prójimo según dijo don Jesucristo, que lo tenía muy claro. El negro, ya te lo imaginas, es vivir para uno mismo. En otras palabras: no se puede servir a Dios y al dinero. Así que estás en edad de plantearte estos dos extremos. Porque hay muchos, muchos, que no se lo han planteado nunca y se dedican a un trabajo en el que solo cambian horas por dinero: se venden. Y esto, chaval, tiene un nombre. Se llama prostitución. Para este viaje no hacen falta las alforjas de las apriencias y del fariseísmo: se hace uno prostituta o prostituto y la cosa queda la mar de auténtica. Además, no pasa nada, ya dijo también don Jesucristo que las putas nos precederán en el Reino de los Cielos. Prostituirse con, digamos, un trabajo decente es una estupidez. Si lo que quieres es ganar pasta, y solo ganar pasta, hay métodos más rápidos, fáciles y eficaces para lograrlo que trabajar honradamente. Otro tema, chaval, es tener una vocación, o que te guste lo que haces y lo hagas bien.

-¿Y si no me gusta nada en especial y no quiero ser traficante de drogas?

-Pues entonces intenta hacer muy bien aquello que haces y te acabará gustando, chico. Pero no trabajes nunca solo por dinero. Es corromperse. Y luego está el otro extremo, que consiste en darse por completo, en cuerpo y alma. Ser cura, monje, monja o misionero. Lo que quiere decir consumirse como una vela para alumbrar a los demás. ¿Me entiendes?

-Sí. Pero yo no creo que…

-¿Cómo lo sabes, chaval? ¿Te lo has planteado? ¿Por qué no soy sacerdote? ¿Eh? ¿Por qué no? Dios llama, eso es cierto. Y también es cierto que suele encontrar nuestros teléfonos apagados o fuera de cobertura. Ahora bien, una vez te has planteado los dos extremos, o sea, ser cura o vivir de las tías, por ejemplo, puedes empezar a valorar los grises procurando tirar lo menos posible hacia el lado oscuro, no sé si me explico.

-Sí, creo que sí.

-Es como los que se casan “porque toca” o “porque se les pasa el arroz”. ¡No te cases, truenos! Casarse es una vocación, como la de cura pero de otra manera. Y si no la tienes, mejor te quedas soltero, que no pasa nada. Ahora bien, si lo haces, es para toda la vida. Para siempre. Me hacen gracia los tibios relativistas que dicen que quieren “probar” cuando lo que tienen es pánico al compromiso. Mi amigo Víctor huyó del altar y no se ha casado porque es un mujeriego, ¿y qué? No hace daño a nadie, ni ha roto una familia, ni ha dejado tirada a su santa porque le dio el calentón con la secretaria. Mi amigo Víctor es un tipo consecuente y además gana pasta sin currar mucho y ayuda a todo el que puede y no lo dice porque es un caballero. Y si se lo recuerdas, te envía a hacer puñetas y no te paga la copa. Te vengo a decir que está el personal muy despistado y muy poco coherente. Si eliges el egoísmo, sé egoísta hasta el final. Y si eliges darte, porque todo lo que no se da se pierde, te das también hasta el final. Con todas sus consecuencias.

-Mira, chico –tercia el viejo canoso, que acaba de llegar-, yo me hice guardia civil para poder comer. Luego me fue gustando. Y fui un buen guardia civil. Me contenté con la paga y no me aproveché de los galones. O sea, que fui pobre pero honrado. Y me jugué la vida por cuatro duros.

-Por eso está ahora donde está, chaval –dijo el calvo con perilla.

-¿Y donde está? –pregunta el chico.

-Pues aquí… Y allí, donde el sol no quema las rosas…

-¿Habla solo, don Francisco?

-Eh, no, Nemesio. O sí, qué sé yo. Pon otro whisky, que le he pasado el mío a este muchacho que no tiene un euro, el pobre, y tiene sed. ¿Verdad?

-Muchas gracias, señor –dice el chaval. 

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