Acabar y empezar con San José
por Sólo Dios basta
Este año la providencia divina nos regala algo muy especial, celebrar dos fiestas en un mismo día. Y no son dos fiestas cualesquiera ni tampoco es una fecha corriente. Vamos paso a paso. Hoy es 31 de diciembre y además domingo. Termina un año y comienza otro. Estamos en Navidad. El domingo siguiente al 25 de diciembre, el gran día del Nacimiento de Dios hecho carne en Belén, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Y el primer día del año, el 1 de enero, la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Todo se ha unido en este 31 de diciembre de 2023 para que tengamos la dicha de poder celebrarlo al mismo tiempo. Por la mañana la Sagrada Familia y por la tarde, de víspera, a la Madre de Dios. ¿Y quién queda en medio y une estas dos celebraciones? ¡Pues nuestro querido San José!
¿Qué sería de la Sagrada Familia de Nazaret sin San José? ¿Quién acompaña a María hasta el Templo para presentar a su Hijo? ¿Quién compra y lleva la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones para cumplir con la ley de Moisés? ¿Quién trabaja en el taller de la casa de Nazaret antes y después de ir al Templo? ¿Quién nos ayuda a ver todo con otros ojos?
Si miramos el relato del evangelio de la fiesta de la Sagrada Familia los dos, María y San José, van unidos al Templo con su Hijo, pero San José “desaparece” cuando Simeón habla directamente a María y le anuncia lo que le espera. A San José no le dice nada ¿Por qué? El santo patriarca está también, pero no dice nada ni le dicen nada. Vive todo en silencio. Se da cuenta que el dolor anunciado a su esposa él no lo va a vivir. El corazón de María traspasado por una espada queda en el corazón de San José. No sabe cómo será eso, ni cuándo ni porqué. Asume algo muy doloroso, que esa profecía se cumplirá, como se ha cumplido todo lo que habían anunciado los profetas y lo que le ha dicho el ángel a él en sueños. Todo se cumple… ¿Pero por qué no hay profecía para él? San José calla, mira a su esposa, a su Hijo, a Simeón, a Ana, a los que son también testigos de la escena y reza desde su corazón de padre. Todo esto y mucho más es vivir la fiesta de la Sagrada Familia; no mirar siempre esa profecía de los dolores de María, sino también el callado amor de San José ante lo que viene sobre su virginal esposa. Y al hacerlo, uno intuye que ahí queda claro que San José no va a ser testigo directo de la Pasión de su Hijo. María sí. San José no. María ve morir a su Hijo. San José ha muerto antes. Son vidas distintas. Vocaciones diversas. Corazones de hombre y de mujer. Ahí está la clave. El corazón de San José es muy distinto al de María. Pero en cierto modo son muy parecidos si damos otro paso más en nuestra vida espiritual ¿Cuál? ¡Celebrar la solemnidad de la Madre de Dios unidos a San José!
¡Vamos a ello! El evangelio del día nos traslada a la cueva de Belén donde acuden los pastores a adorar al Niño previa adoración de su Madre y San José. La Madre de Dios nos lleva a Belén, a hacernos pastores, a adorar a su Hijo, a callar, a llevarle todo lo que podamos y más y a pasar por la oscuridad de una cueva para llegar hasta el fondo, donde la luz que mana de un Niño recién nacido nos cambia el modo de vivir. Y después de todo esto ¿qué? Los pastores se van, se quedan María y San José con el Niño. El evangelio anota que María conservaba todas estas cosas en su corazón. ¿Y San José?
¿Quién busca la cueva que le han dicho en la que quizá jugó con sus amigos cuando era un niño? ¿Quién acoge a los pastores cuando oye ruidos y sale a la puerta de la cueva? ¿Quién prepara el lugar del Nacimiento de Dios mientras su Madre se dispone para el parto? ¿Quién contempla y adora por primera vez en la historia de la humanidad a Dios tras salir de las entrañas de su Madre? ¿Quién se desvive por la Madre y el Hijo en un lugar olvidado y desconocido por la humanidad? ¿Quién nos enseña a callar? ¿Quién…?
Completemos ese ¿Quién…? con aquello que más nos ayude a darnos cuenta que San José también conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Sí, San José, el Jefe de la Sagrada Familia y el Esposo de la Madre de Dios es ese Espejo de paciencia que nos enseña a esperar, a descansar en Dios, a acoger los planes de Dios, a servir al Hijo de Dios y así meternos de lleno en la fiesta de la Navidad. ¿Somos conscientes de que no podemos quedarnos en el corazón inmaculado de María que guarda con amor de Madre todo lo que vive su Hijo y en esa profecía que rasga el alma de la Virgen María? Vivir la Navidad es empezar a conservar, orar y hacer vida todo lo que cada uno de nosotros lee en los evangelios de la infancia para entrar en trato directo con San José y rezar de otro modo; unidos no sólo al corazón de la Madre de Dios y del Niño recién nacido, sino también al corazón de un padre que queda siempre en la sombra, escondido, callado,… pero que en este día en que todo nos hace mirar a la Sagrada Familia y a la Madre de Dios, nos advierte que desaprovechamos mucho estos días de Navidad si vamos corriendo, sin pararnos a pensar qué sería cada año de nuestra vida sin San José, o dicho de otra manera, acabar y empezar con San José.