Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Participamos todos en la liturgia: de pie

por Corazón Eucarístico de Jesús

En la liturgia participamos todos cuando, a la vez, estamos de pie. Tiene su sentido, su valor. Las posturas corporales manifiestan la unidad de todos los fieles en la misma acción santa, la liturgia, y una de estas posturas es estar de pie.
 
Es la postura clásica de la oración cristiana, de hijos rescatados que pueden estar de pie ante Dios orando, sin temor servil ni esclavitud humillante. Así se representan en las catacumbas la imagen del orante y de la orante: de pie, manos extendidas en forma de cruz. Orar de pie es un signo o memoria del Señor resucitado que no yace en el sepulcro, sino que vence y está levantado, de pie, sobre la muerte y el pecado.
 
            De pie, asimismo, se recibe a quien va a entrar, como signo de honor, respeto y veneración, y de pie se escucha el saludo de quien es superior o su breve discurso y quedarse sentado sería una descortesía, gesto de poca educación. De pie se está como servidores del Señor, atentos a lo que Él, sentado, pueda indicar: Abraham sirve a los tres ángeles en la encina de Mambré y mientras están sentado comiendo, permanece en pie (cf. Gn 18,8).
 
            Elías debe esperar de pie, ante la gruta, el paso del Señor (cf. 1R 19,1113). Ante el Señor, los reyes y príncipes de la tierra se pondrán en pie (cf. Is 49,7) como homenaje y reconocimiento. De pie debe ponerse Ezequiel para escuchar las órdenes del Señor y recibir la visión (cf. Ez 2,2); de pie están miles y miles, mientras el Señor se sienta en su trono (cf. Dn 7,910; 16); el ejército celestial rodea el trono de Dios permaneciendo de pie a derecha e izquierda (cf. 2Cron 18,18).
 
 

            Ester habla de pie ante el rey para interceder por su pueblo (cf. Est 5,2; 8,4) como elocuente tipo de la oración cristiana. Salomón ora de pie ante el altar del Señor (2Cron 6,12ss). En la asamblea litúrgica de Israel, “todos los de Judá, con sus pequeños, mujeres e hijos, permanecían en pie ante el Señor” (2Cron 20,13). El rey, de pie ante el Señor, ratifica y se compromete a seguir la Alianza (cf. 2Cron 34,31). La muchedumbre, en aquel día solemne del retorno del exilio, se pone en pie para recibir el libro de la Ley que Esdras abre sobre un estrado de madera (cf. Neh 8,5).
 
            Ante el trono y el Cordero hay una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de pie, cantando (cf. Ap 7,9) y ante el trono estarán de pie los muertos, pequeños y grandes, cuando se abra e libro de la vida (cf. Ap 20,12).
 
            El Señor estará en pie, dominando, gobernando y pastoreando a Israel (cf. Mq 5,3). Cristo resucitado se aparece de pie a María Magdalena (Jn 20,14) como vencedor que se ha acostado, dormido y que se puede levantar sobre la muerte, y de pie, en medio de los apóstoles, se presenta Jesús en medio del Cenáculo (cf. Jn 20, 19). Esteban ve a Jesús, de pie, a la derecha de Dios (cf. Hch 7,55-56), reconociendo su señorío y divinidad. Es Cristo el Cordero que está de pie delante del trono (Ap 5,6), el Cordero “que estaba de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabados en la frente su nombre y el nombre de su Padre” (Ap 14,1).
 
            La Iglesia celebró de pie la liturgia: de pie el sacerdote eleva las oraciones a Dios y así pronuncia la gran plegaria eucarística, sacrificial, porque de pie se ofrece el Sacrificio; y de pie asisten y oran los fieles[1].
 
            En razón del tiempo pascual y los domingos, los fieles nunca se arrodillarán ni para las oraciones ni para las letanías de los santos sino que permanecen en pie sin ningún signo penitencial: orar de pie es lo propio del tiempo pascual (y de los domingos). El Concilio de Nicea determinó:
 
“Sobre el rezar de rodillas.
Ya que hay algunos que se arrodillan en los días domingo y en el tiempo de pentecostés [hoy diríamos "en tiempo pascual"] para que en todos los lugares haya un perfecta uniformidad, le parece bien a este santo concilio que las oraciones a Dios se hagan de pie” (cn. 20).
 
            Por eso los cristianos no deben ayunar durante este tiempo pascual ni orar de rodillas (Tertuliano, De corona, 3). O san Basilio Magno: “No sólo porque hemos resucitado con Cristo y debemos buscar las cosas de arriba traemos a nuestra memoria, estando de pie mientras oramos en el día consagrado a la resurrección, la gracia que nos ha sido dada sino porque ese día parece ser en cierto modo la imagen del siglo venidero” (De Spir. Sanc., 27,66). En el Occidente cristiano, será san Ireneo de Lyon el que enseñe que “la costumbre de no arrodillarnos durante el día del Señor es un símbolo de la resurrección por la que, gracias a Cristo, hemos sido liberados de los pecados y de la muerte, que por él fue destruida”[2].
 
            Durante la celebración eucarística, se participa estando de pie en los siguientes momentos, a tenor del Misal:
 
“Los fieles están de pie
 
-desde el principio del canto de entrada, o bien, desde cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive;
 
-al canto del Aleluya antes del Evangelio;
 
-durante la proclamación del Evangelio;
 
-mientras se hacen la profesión de fe y la oración universal;
 
-además desde la invitación Orad, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa” (IGMR 43), excepto durante la consagración y después de la
Comunión, como veremos en su momento.
 
            Si atendemos a la Liturgia de las Horas, Todos los participantes estarán de pie:

a) durante la introducción del Oficio (Invitatorio) y la invocación inicial de cada Hora (Dios mío, ven en mi auxilio);
b) mientras se dice el himno;
c) durante el cántico evangélico (Benedictus, Magnificat, Nunc dimittis);
d) mientras se dicen las preces, el Padrenuestro y la oración conclusiva
e) también estarán de pie al canto del Te Deum[3] y, en el oficio de Vigilias, a la lectura del Evangelio dominical[4].
 
            En las celebraciones sacramentales, todos estarán de pie en el rito sacramental (consentimiento matrimonial, imposición de manos, unción del altar, etc.) y durante la plegaria solemne (plegaria de ordenación, dedicación de iglesias, etc.).
 
            Vigilantes y orantes, de pie recibimos al Señor, le escuchamos, oramos y asistimos a la Gracia del Misterio que se hace presente en el Sacramento, en cada Sacramento.
 
 


[1] El mismo Canon romano dice “et omnium circumstantium”, es decir, y “de todos los que están de pie alrededor”, aunque la traducción oficial mutila el sentido: “y de todos los aquí reunidos, cuya fe y entrega…”. El antiguo testimonio del apologeta san Justino lo avala: “Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»” (I Apol., 67).
[2] S. Ireneo, Fragm. 7 de un tratado sobre la Pascua (PG 6,13641365).
[3] Cf. Caeremoniale episcoporum, 216.
[4] Cf. IGLH 263-264.
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