Católicos en el mundo
Católicos en el mundo: no en la sacristía.
Católicos en el mundo: no encerrados en el despacho charlando, parloteando.
Católicos en el mundo: ajenos a "dimes y diretes", chismorreos parroquiales.
Católicos en el mundo: lugar de santificación, materia prima que modelar cristianamente.
Católicos en el mundo: ámbito de trabajo y santificación en lo público.
Ese es el lugar de los católicos. Les corresponde y es un derecho estar en la vida pública sin relegar la fe al sentimiento (unas devociones religiosas puntuales) y a la esfera privada. La fe nos sitúa como testigos y, por tanto, el lugar del testimonio es público, social, comunitario.
¿Para imponer algo? ¡No! Para ofrecer y buscar el Bien, construyendo la sociedad civil atentos al Bien y a la Verdad, a la defensa de la vida, a la protección de los necesitados, a la creación de leyes justas y equitativas... Ahí es donde debe estar el laico católico, particular o asociadamente. El reto es fascinante a pesar de que la secularización de la post-modernidad niega el derecho a estar y a hablar a los católicos.
"Abriéndose a su acción, María engendra al Hijo, presencia del Dios que viene a habitar la historia y la abre a un inicio nuevo y definitivo, que es posibilidad para cada hombre de renacer de lo alto, de vivir en la voluntad de Dios y por tanto de realizarse plenamente.
¡La fe, de hecho, no es alienación: son otras las experiencias que contaminan la dignidad del hombre y la calidad de la convivencia social! En cada época histórica el encuentro con la palabra siempre nueva del Evangelio fue manantial de civilización, construyó puentes entre los pueblos y enriqueció el tejido de nuestras ciudades, expresándose en la cultura, en las artes y, no en último lugar, en las mil formas de la caridad. Con razón Italia, celebrando los ciento cincuenta años de su unidad política, puede estar orgullosa de la presencia y de la acción de la Iglesia. Ésta no persigue privilegios ni pretende sustituir las responsabilidades de las instituciones políticas; respetuosa de la legítima laicidad del Estado, está atenta en apoyar los derechos fundamentales del hombre. Entre estos están ante todo las instancias éticas y por tanto la apertura a la trascendencia, que constituyen los valores previos a cualquier jurisdicción estatal, en cuanto que están inscritos en la naturaleza misma de la persona humana. En esta perspectiva, la Iglesia – fuerte por una reflexión colegial y por la experiencia directa sobre el terreno – sigue ofreciendo su propia contribución a la construcción del bien común, recordando a cada uno su deber de promover y tutelar la vida humana en todas sus fases y de sostener con los hechos la familia; esta sigue siendo, de hecho, la primera realidad en la que pueden crecer personas libres y responsabless, formadas en esos valores profundos que abren a la fraternidad y que permiten afrontar también las adversidades de la vida. No en último lugar, existe hoy dificultad en acceder a un empleo pleno y digno: me uno, por ello, a cuantos piden a la política y al mundo empresarial realizar todos los esfuerzos para superar la difundida precariedad laboral, que en los jóvenes compromete la serenidad de un proyecto de vida familiar, con grave daño para un desarrollo auténtico y armonioso de la sociedad" (Benedicto XVI, Rezo del Rosario con la Conferencia episcopal italiana, 26-mayo-2011).
En la vida pública, en la construcción de la sociedad, los católicos tienen mucho que ver por su propia naturaleza y vocación. Es un derecho, un deber y una misión, siempre que estén alentados por un espíritu verdaderamente católico y una integridad de vida, coherencia, clara profesión de fe. Sin diluirse en la masa ni acomodarse a los principios políticamente correctos, aceptados por todos, grandilocuentes a la par que demagógicos.
Católicos así serán testigos de una experiencia, la experiencia cristiana, que ilumina, cuestiona, interpela y muestra otros horizontes, más humanos y, a la par, más divinos, para la humanidad.
"Queridos hermanos, el aniversario del acontecimiento fundacional del Estado unitario os ha encontrado puntuales al recordar los fragmentos de una memoria compartida, y sensibles en señalar los elementos de una perspectiva futura. No dudéis en estimular a los fieles laicos a vencer todo espíritu de cerrazón, distracción e indiferencia, y a participar en primera persona en la vida pública. Animad las iniciativas de formación inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, para que quien está llamado a responsabilidades políticas y administrativas no sea víctima de la tentación de explotar su posición por intereses personales o por sed de poder. Apoyar la vasta red de agregaciones y de asociaciones que promueven obras de carácter cultural, social y caritativo. Renovad las ocasiones de encuentro, en el signo de la reciprocidad, entre el Norte y el Sur. Ayudad al Norte a recuperar las motivaciones originarias de ese vasto movimiento cooperativista de inspiración cristiana que fue animador de una cultura de la solidaridad y del desarrollo económico. Igualmente, invitad al Sur a poner en circulación, en beneficio de todos, los recursos y las cualidades de que dispone y esos rasgos de acogida y hospitalidad que le caracterizan. Seguid cultivando un espíritu de colaboración sincera y leal con el Estado, sabiendo que esta relación es beneficiosa tanto para la Iglesia como para todo el país. Que vuestra palabra y vuestra acción sean de ánimo y de empuje para cuantos son llamados a gestionar la complejidad que caracteriza el tiempo presente. En una época en la que surge cada vez con más fuerza la petición de sólidas referencias espirituales, sabed plantear a todos lo que es peculiar de la experiencia cristiana: la victoria de Dios sobre el mal y sobre la muerte, como horizonte que arroja una luz de esperanza sobre el presente. Asumiendo la educación como hilo conductor del compromiso pastoral de esta década, habéis querido expresar la certeza de que la existencia cristiana – la vida buena del Evangelio – es precisamente la demostración de una vida realizada. Sobre este camino aseguráis un servicio no solo religioso o eclesial, sino también social, contribuyendo a construir la ciudad del hombre. ¡Por tanto, ánimo! A pesar de todas las dificultades, “nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37), para Aquel que sigue haciendo "grandes cosas" (Lc 1,49) a través de cuantos, como María, saben entregarse a él con disponibilidad incondicional" (ibíd.).
Cualquier comunidad católica, cualquier asociación, movimiento, comunidad parroquial, sensible a estas líneas y directrices, deberá alentar el crecimiento de sus miembros para enviarlos y lanzarlos a este mundo y esta sociedad.
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