Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Las perlas y los cerdos

Las perlas y los cerdos

por Los Tres Mosqueteros

 No se me olvidará nunca la regañina que me echó un sacerdote ─siendo estudiante─ cuando le conté muy orgulloso que por fin había quedado con un amigo para hablar de cristianismo (el cual me había dado ya plantón en dos ocasiones). Cuando terminé, muy satisfecho, mi narración me preguntó:

– ¿Quién pagó los cafés?
– Yo, le respondí.
– Pues muy mal. Te planta dos veces, le insistes, le invitas a merendar… ¡sólo te faltó suplicarle!

Esa fue la primera vez que escuché que hay que evangelizar con dignidad.

Y el caso es que eso es justo lo que Cristo dice en el Evangelio: que evangelicemos con dignidad. Y si no, ¿qué quiere decir esta frase?:

"Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies(San Mateo 10, 14).

Que esto no es una metáfora lo demostraron San Pablo y San Bernabé:

“Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio.” (Hechos de los apóstoles 13,52)

Esto por un lado, pero la cosa no acaba aquí, porque a veces hay que llegar hasta el extremo de ni siquiera intentar hablarles de Dios o, en su caso, dejar de hacerlo. Y si no, ¿qué significa la siguiente frase?:

«No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen» (San Mateo 7, 6).

Sólo falta comprobar con dos casos cómo el mismo Cristo evangelizó con dignidad:

 

-          El Viernes Santo, el cínico Pilatos le pregunta: “¿Quién eres tú?”. Y Cristo responde: “Yo soy la Verdad”. Ante la oportunidad de convertirse, el procurador prefiere escurrirse diciendo: “¿Qué es la verdad?”. Y ante esa actitud Cristo calla, no dirigiendo en adelante la palabra al hombre que podía salvarle la vida.

 

-          Luego al vicioso de Herodes y al hipócrita del Sumo Sacerdote no les dice ni una palabra. Sabía del retorcimiento de los dos y que era inútil nada con ellos y, así, guardó silencio dignamente incluso cuando se dirigieron a Él.

Los Tres Mosqueteros

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