De la hermosa lección que nos viene de Alemania
por Luis Antequera
Lo que empezó como un anecdótico robo en la soleada ciudad española de Denia, ha terminado generando el escándalo político del verano en Alemania. Me refiero al hurto del coche oficial de la ministra alemana Ulla Schmidt, de vacaciones en España. Y es que el robo en cuestión, al desenmascarar un mal uso de los medios oficiales puestos a disposición de los cargos públicos, ha obligado a la ministra a volver precipitadamente a su país para explicar porqué el coche del que disponía para llevar a cabo las funciones inherentes a su cargo aparece repentinamente en la soleada ciudad española, coincidiendo ¡oh casualidad! con el momento en el que la ministra se torraba la piel al cálido sol mediterráneo.
Las consecuencias no se han hecho esperar y la señora Schmidt ha sido separada por su partido, el Partido Socialdemócrata, en la campaña de las cruciales elecciones alemanas a celebrar el próximo 27 de septiembre. Su propio partido, el primero en actuar, bonito ejemplo ¿verdad? Pero es que además, buena parte de la opinión pública alemana demanda ya su dimisión.
En el escenario nacional, el caso asemeja alarmantemente a las muchas visitas que, no en coche, sino en un Falcon de las Fuerzas Armadas Españolas, viene realizando con tanta frescura como asiduidad para sus fines estrictamente privados nuestro presidente de gobierno. Así, aquélla que le llevó a las rebajas londinenses en compañía de su esposa y de su suegra; así, aquélla que realizó para ver cantar a su mujer en un teatro de Berlín; así, aquélla que le llevó a Lanzarote acompañado de quince cocineros ¡ahí es nada!; o así, las muchas que realizó para acudir a los mítines de su partido durante las últimas elecciones europeas. Viajes que, aún a pesar de su carácter privado, fueron todos a cargo del erario público español, vale decir, del bolsillo de todos los españoles. De aquéllos que no le votaron, sí. Pero también, y no menos, de aquéllos que sí lo hicieron, los cuales, contrariamente a lo que muchos de ellos presumen, no tienen motivo alguno para ufanarse y sí, por el contrario, doble razón para sentirse defraudados, pues defraudada ha sido su cartera, pero también y no menos su confianza.