C.S. Lewis y un peligro siempre amenazante
Me ha llamado la atención un pasaje del libro C. S. Lewis y la Iglesia católica, de Joseph Pearce, que creo que refleja un fenómeno que explica mucho de lo que vivimos en diversos lugares de la vieja Cristiandad.
Pearce nos explica el ambiente puritano de la familia Lewis, la mentalidad propia de una parte importante de los protestantes del Ulster, y para hacerlo se vale de un texto de Warnie, hermano de Lewis:
"Íbamos a la iglesia con regularidad en nuestra juventud, pero incluso entonces parecía que lo hacíamos más como una cuestión política que religiosa, la reafirmación semanal del hecho de no ser unos nacionalistas católicos. El carnicero y el tendero lo hacían a su vez, sospecho, sobre todo para llamar la atención a sus clientes sobre el hecho de que en sus establecimientos se podía comprar comida protestante decente, sin rastro de mancha de las condenables herejías romanas".
Más allá del tono humorístico, encontramos aquí una religión que ha sido reducida a medio para unos fines políticos. El resultado final siempre es el mismo: la religión es dejada de lado cuando se obtiene el fin, la política prevalece, absorbiendo primero y descartando después a la religión, que ya ha salido perdiendo desde el mismo momento en que la consideramos como medio.
Esta dinámica la hemos visto en acción una y otra vez en Cataluña, en lugares y asociaciones que aparentaban ser muy religiosos y tradicionales (desde un esplai parroquial a unas caramelles de Pascua) pero que eran, y algunos aún son, primordialmente políticos, nuestra particular "reafirmación del hecho de no ser", en este caso, charnegos, andaluces, forasteros o lo que se quiera. El resultado final ha sido el previsible: secar la fe de un pueblo a medida que se reafirmaba más su carácter diferencial.
Pero cuidado, no creamos que esto es sólo un problema del puritanismo del Ulster o del nacionalismo catalán. Cristianos por el socialismo es otro modo del mismo problema y en España tampoco hemos estado libres de esta perversión de la religiosidad. En realidad es un peligro permanente y en el que nos jugamos el futuro de nuestra fe, por lo que no viene mal recordarlo a tiempo y destiempo.