Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Haití y el vudú, la conexión prohibida

por Mientras el mundo gira

Haití ha vuelto a asomarse a los titulares por su desesperada situación. Esta vez no se trata de ninguna catástrofe natural, sino de la situación de caos y desgobierno, de violencia abierta entre los señores de la guerra que campan a sus anchas por ese país sin orden ni gobierno. Y nuevamente, aunque sea por unos pocos días, nos preguntamos: ¿cómo es posible que Haití haya llegado a estos extremos?

Rod Dreher aborda la cuestión en su columna en The European Conservative y señala toda una serie de posibles causas, todas ellas reales pero que difícilmente dan respuesta a la debacle total en la que está sumido el país:

“La más popular es que Haití fue terriblemente explotado por su antiguo amo colonial, Francia, que le impuso reparaciones que no se pagaron hasta 1947. Es cierto, y moralmente obsceno. Pero la República Dominicana, con la que Haití comparte la isla de La Española, era tan pobre como Haití en 1947, y hoy es de seis a siete veces más rica.

Hace casi cien años, Haití fue invadido y ocupado durante un tiempo por Estados Unidos. Sí, pero también lo fue la República Dominicana.

Haití sufre huracanes y terremotos... pero, lo siento, también la República Dominicana. En 1950, la mitad de Haití estaba cubierta de bosques, pero ahora los haitianos han deforestado su parte de la isla, lo que ha provocado un desastre económico. En agudo contraste con la verde República Dominicana, hoy menos del 2% de Haití está cubierto de bosques. Esto es sin duda un factor de la miseria de Haití, pero no es una explicación completa.

Tanto Haití como la República Dominicana fueron dirigidos por dictadores en el siglo XX. Se ha argumentado que la familia Duvalier de Haití utilizó su monopolio del poder para explotar el país, mientras que Rafael Trujillo, aunque era un hombre fuerte, modernizó su país. Esto parece plausible, pero, una vez más, sólo como factor coadyuvante”.

Y así llegamos al elemento en el que está prohibido pensar; sí, lo han adivinado, la religión. Cosa del pasado, arguyen algunos, pero lo cierto es que, como Dreher recuerda, “la religión es importante para la prosperidad y la estabilidad de cualquier sociedad. No sólo la "religión", sino el contenido y la forma de la religión, porque proporciona a sus adeptos un modelo de cómo funciona el mundo y les da un modelo de cómo comportarse en él”. Puro sentido común.

Y aquí la situación de Haití es radicalmente diferente no sólo de la de la República Dominicna, sino, me atrevería a decir, a cualquier lugar del mundo. En palabras de Dreher:

“En Haití hay un famoso dicho: "Haití es 90% católico, 10% protestante y 100% vudú". El vudú es la forma criollizada de la religión indígena de África Occidental que conservaron los esclavos haitianos. Es una religión politeísta en la que los fieles hacen sacrificios a varias deidades, llamadas lwa, para propiciarlas, servirlas y conseguir que los lwa cumplan sus órdenes.

El vudú es una religión popular derivada del animismo tradicional de África Occidental. No tiene autoridad central ni estructura institucional. No existe una enseñanza ética formal, lo que no quiere decir que no haya ética en la religión. Sus seguidores suelen consagrarse a un lwa concreto, un espíritu con características particulares, y se juzgan a sí mismos buenos o malos en función de la fidelidad con que imitan el carácter del lwa. El bien y el mal dependen del contexto.

En los rituales vudú, los fieles intentan ser poseídos por un lwa. Esta relación íntima entre espíritus y personas es una parte fundamental de la fe vudú. Así, quienes practican el vudú creen que su destino está determinado por estas interacciones con estos espíritus y que el destino de las comunidades humanas está ligado a las pasiones de los cientos de lwa, que son el modo de mediación entre los seres humanos y el lejano dios creador”.

Luego explica Dreher que quienes no son adeptos del vudú consideran que éste es el culpable de los males del país: “creen que los fundadores del país echaron una maldición sobre Haití al consagrarlo a los demonios en la revuelta de esclavos que desencadenó la Revolución haitiana”.

Aquello sucedió en agosto de 1791, cuando un grupo de adeptos al vudú se reunieron en Bwa Kayiman, una zona boscosa, y celebraron una ceremonia en la que invocaban a los lwa para que les ayudaran a levantarse contra sus esclavizadores europeos. Un sacerdote vudú llamado Dutty Boukman, tras sacrificar a un animal, dio la señal para un levantamiento de esclavos que masacró a todos los hombres, mujeres y niños blancos de la plantación Turpin. La revolución había comenzado y aquello terminó con Haití bajo el control de los africanos que habían sido esclavizados y maltratados por los franceses.

Pero si el impacto negativo del vudú es tan obvio, ¿por qué no se señala más a menudo?

Dreher lo tiene claro:

“Sin embargo, nuestros guardianes culturales no nos permiten considerar el papel que desempeñan las creencias animistas del vudú en la configuración de la forma en que los haitianos ven el mundo y su lugar en él. Sólo podemos considerar el vudú como sacrosanto porque es una religión africana nativa y porque jugó un importante papel en el éxito de la rebelión de los esclavos. Los haitianos negros que rechazan esta narrativa son ignorados o considerados fanáticos que se odian a sí mismos.

Hay una palabra para esto: paternalismo. Hay una palabra aún más fea para ello: racismo. Es el tipo de paternalismo racista que condena a los haitianos a más sufrimiento, mientras que los extranjeros que no tienen que vivir dentro del caos de la cultura vudú admiran desde lejos sus pintorescas cualidades folclóricas y lo mucho que está en consonancia con sus propios prejuicios políticos”.

Y así, los antropólogos de las universidades occidentales escriben eruditos ensayos mientras que a los haitianos se les niega un futuro digno.  

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