Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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El intransigente tradicionalismo del Oratorio de Brompton

por José Alberto Barrera

El título no es mío, sino de un sacerdote católico muy conocido que viene de tanto en tanto por Londres, al cual no citaré por aquello de que se dice el pecado pero no el pecador. Este martes estuve en misa de 12:30, única diaria en inglés que se dice en la Iglesia del Inmaculado Corazón de María, más conocida como el Oratorio de de Brompton, que fue acabado de construir en 1895 y luce espléndido en pleno corazón del Londres más selecto, a escasa distancia de los conocidos almacenes Harrods. Además de por su imponente belleza arquitectónica y por sus acabadas esculturas y marmóreos interiores, esta colosal basílica de estilo neorrenacentista italiano, se ha hecho famosa por ser un bastión del más genuino tradicionalismo londinense. En el Brompton Oratory podemos encontrar misas en latín y de espaldas, tanto de rito tridentino del misal de 1962, misa de San Pio V, como misas “contemporáneas” bajo el ritual instaurado por Pablo VI en 1970, ya sea en latín o en inglés, pero siempre de espaldas y con las vestimentas litúrgicas antiguas. Después de varias semanas contando mis aventuras en la anglicana Holy Trinity Brompton, la cual curiosamente fue quien vendió los terrenos al Oratorio, y como se puede ver en la foto linda, casi pared con pared, con la majestuosa iglesia de los oratonianos, he de hacer una confesión que para algunos será chocante. Cuando trabajo para Alpha en Londres, aprovecho para ir a misa “tradicionalista” al Oratorio, ya sea a diario o incluso algunos domingos a pesar de vivir lejos. Así que eso de “un español católico en la iglesia de Inglaterra” tiene truco, pues, por si algún aguerrido comentarista de este blog pensara que me he vuelto medio hereje con esto de andar entre anglicanos, uno no deja de tener su corazoncito de buen católico y acercarse a recibir el Santísimo Sacramento siempre que puede. Aunque mi única experiencia previa con tradicionalistas la había tenido en un funeral al que asistí en Versalles años ha, y pese a que mi predisposición teológico-pastoral no era de las mejores hacia semejantes expresiones, he de reconocer que, tras el impacto inicial, eso del roce hace el cariño, y me he sentido a gusto en las misas del oratorio. Así que me siento dividido. Por un lado pienso que no es precisamente una iglesia obsesionada con las formas y las liturgias lo que va a convertir al mundo. Una iglesia así, es rígida por necesidad y parece cerrada a toda posibilidad de aggiornamento, y en muchos casos, ha acabado por negar, de corazón o de obra, la posibilidad de cambiar y adaptarse a la mismísima Madre Iglesia, estigmatizando el Concilio Vaticano II y los usos litúrgicos posteriores. Por otro lado el Brompton Oratory me fascina en un cierto sentido; me encanta ir a misa en latín quizás porque lo entiendo y lo aprecio, y me gusta la unción que tiene rezar en él; me gusta la historia y sumergirme en esa máquina del tiempo que parece ser el Oratorio. Y, más profundamente, he descubierto la belleza plástica de la celebración de la misa cara al altar, a los pies de la de la cruz, como si estuviéramos en el Gólgota. Pero aún así, y con todo, al Oratorio llevaría a muy poquita gente, porque sé que es muy difícil de entender, por más que yo haya llegado a amarlo. Es difícil entender la afectada lejanía del celebrante, la excesiva parsimonia y el boato litúrgico, la exaltación de toda música decimonónica o anterior, la sacralización de formas y maneras que, al fin y al cabo, son cultura y religiosidad, pero no la esencia de las cosas. Sacerdotes que se descubren la cabeza quitándose el bonete en ademán salutatorio cada vez que se nombra a Nuestro Señor Jesucristo; novenas, décimas y undécimas que se rezan a diestro y siniestro; señoras con velo en la misa (lo cual dicho de paso es recomendación de San Pablo) y misas dichas de tal manera que sólo el sacerdote responde y el pueblo contempla de lejos en oración, son, entre otras, algunas de las curiosidades que algunos encontrarán fascinantes, otros aberrantes y los menos, indispensables al acudir a esta iglesia de Brompton. Si esa es la Iglesia que vivieron nuestros abuelos, el Concilio Vaticano II no fue ni la mitad de espectacular de lo que nos podemos imaginar quienes sólo hemos vivido en el “nuevo régimen” No me extraña que el Concilio supusiera una sacudida tan grande en la Iglesia, ni que haya hecho falta todo un pontificado de Juan Pablo II para explicarlo y desarrollarlo teológicamente, y lo que todavía nos falta para asimilarlo pastoralmente. Estoy convencido que va a hacer falta una tercera generación para llevar a su culmen el Concilio, pues las dos anteriores seguirán en pugna por los modelos que vivieron (el preconcilio y el postconcilio, carcas y progres) sin darse cuenta de que los tiempos y la música han cambiado, y más nos vale espabilarnos si queremos llegar al mundo de hoy. Echando la vista atrás, el beato Juan XXIII, cuyo nombre creo que muchas veces se ha utilizado en vano como señera de movimientos, corrientes y asociaciones, que han demostrado no quedarle ni a la altura de la suela de los zapatos en lo que se refiere a amor a la Iglesia y apertura a la obra del Espíritu Santo, fue un auténtico milagro para la Iglesia Católica. El Oratorio me recuerda muchas cosas de nuestra historia, algunas buenas, otras mejorables, y otras que es mejor olvidar en el baúl de los recuerdos. La polémica entre lo nuevo y lo viejo está servida; y mucho me temo que la tensión que se produce entre los dos, no es sino un reflejo de esa belleza de Dios, que como decía San Agustín: es “siempre antigua, y siempre nueva”, sin que nosotros, pobres y limitados humanos, podamos abstraernos de tomar partido por una cosa o por la otra.

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