Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Meditaciones sobre el liderazgo: Perseverancia.

por Inversiones en esperanza

MEDITACIONES SOBRE EL LIDERAZGO. 1 PERSEVERANCIA. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: ``He comprado un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me excuses. Y otro dijo: ``He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos; te ruego que me excuses. También otro dijo: ``Me he casado, y por eso no puedo ir.… (Lc 14, 18-20). No eran gente corriente. Eran los amigos del Rey. Estaban invitados a las bodas de su hijo. A lo largo del tiempo he conocido personas con un carisma extraordinario para el liderazgo. Gente capaz de inspirar y movilizar a los demás con una simple mirada: lo sé porque yo mismo experimenté de ellos esa gracia. El problema es que ya no están, y tengo que confesar que sigo echándolos de menos. ¿Por qué se fueron? Lo ignoro. Es un misterio que no me atrevo a juzgar: sólo Dios puede hacerlo. A mí lo único que me queda es lamentar la inmensa cantidad de bien que hubiera podido fluir de su don, los cientos de personas a las que, probablemente, dejaron de impactar con tanta bendición como la que pude disfrutar yo. Ayer, por la tarde, pensaba en lo importante que es la perseverancia. Es más importante que el talento. Sí. Todos los líderes que han merecido ser recordados en la historia del Pueblo de Dios fueron personas que pasaron por etapas muy diferentes: en sus vidas hubo tiempos felices, pero también tragedias. Existieron, ciertamente, momentos de una gran claridad, pero en otros, quizá más abundantes o frecuentes, fueron más bien la oscuridad y las dudas lo que predominó en su horizonte. Desde luego no faltaron tentaciones, y sobre todo, mil "buenas razones" para dejar el camino emprendido. Es fácil hartarse de la falta de compromiso de los demás, sentirse solo, preguntarse "¿para qué"?, fijarse en la carrera profesional, en el propio futuro o en la familia, en todas esas cosas, tan razonables y justas, a las que tenemos el mismo derecho que todos. A veces lo más difícil de la vida, en conjunto, no son los períodos duros, sino la rutina y la fatiga de todas las jornadas, la vida cotidiana con sus afanes, que nubla los objetivos importantes y definitivos. Por eso, al final, uno se da cuenta de que los que influyeron, aquellos que impactaron, quienes han merecido ser recordados (Heb 11,4 ss) en la historia de los Benditos de Dios, han sido siempre personas perseverantes. Gente con la mirada puesta en una meta que les fue mostrada un día, y que a pesar de los desastres interiores y exteriores, siguieron su camino, paso a paso, hasta el final. Los problemas familiares, los estudios, las crisis de pareja, las dificultades económicas, los conflictos con los hijos, las enfermedades o las turbulencias personales… de verdad son cosas a las que merece dedicar tiempo. Pero no pueden ser excusas cuando el Señor nos encomendó una misión: Él siempre encuentra la forma de que podamos cumplirla sin descuidar nuestros deberes. Eso sí tenemos que aprender a buscar y vivir en su Orden, que no siempre coincide con el nuestro, ni con lo que nosotros podemos llegar a entender. Cumplir esa misión supone entrar en una dinámica cuya base fundamental es la confianza, y en la que la lógica humana muchas veces no funciona. Las preguntas "¿por qué permites esto, Señor?", o bien "¿por qué no haces lo otro?" son naturales y frecuentes, pero aquí no sirven. Más bien, lo que toca es esperar (a veces con todas las evidencias en contra), pues si uno es fiel, el fruto se dará. Antes o después, pero se dará siempre. Es impresionante la frase de Job: "Aunque me mate, en Él esperaré" (Jb 13,15), y refleja muy bien esa idea de esperanza extrema. Una actitud así, ciertamente, es un don que viene de lo alto, pero se alimenta "aquí abajo": la oración diaria, el compartir con los hermanos y la "guardia del corazón" (el discernimiento continuo de lo que nos une y separa del Señor y su plan para con nosotros) son los instrumentos de los bienaventurados que se esfuerzan por cumplir su voluntad (Sal 27, 8-9) Hasta el día santo en que puedan decir, como Pablo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (2 Tim 4,7).
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