Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Cómo quemar líderes jóvenes

por Una iglesia provocativa

 

Creo que a la hora de abordar la Nueva Evangelización, una de las cosas que más nos debería preocupar es la falta de una sana cultura de liderazgo que arrastramos en la Iglesia.


Cuando aparece una persona con cualidades de líder, nos preocupa más ponerlo a trabajar que discipularlo...y por eso, con los años, si esas personas perseveran, lo hacen como chivos sin ley por la sencilla razón de que no han podido madurar como cristianos porque cuando les tocaba hacerlo estaban ocupados en trabajar a destajo.


Nos llenamos la boca de discursos tipo “salgamos a hacer misión” y queremos responder a la llamada de la Iglesia aquí y ahora, mostrando estadísticas de encuentros, eventos, misiones y vigilias...pero poca gente se preocupa de poner verdadero fundamento y cultivar un fruto que con los años será maduro y precioso.


Por eso lo que pasa es que la mayoría de los líderes o bien se meten al seminario o a la orden religiosa masculina o femenina -donde sí que se les cultivará para una vocación consagrada pasando por un tiempo de formación en el que se limita la acción- o acaban por perder el fuelle y dedicarse a ser una piedra más en el engranaje del statu quo de una sociedad en la que es del todo obvio que el cristianismo no está cumpliendo su misión de redimir comunidades y personas.


Y si nuestro cristianismo no impacta nuestra sociedad, ni nuestra parroquia cambia el barrio en que vivimos, ni nuestra familia redime el vecindario...entonces me pregunto de qué sirve que nos pongamos a hacer misiones de Nueva Evangelización o como las queramos titular y en qué consistirán estas.


Sin darnos cuenta trabajamos para la autopreservación y para la autorreferencialidad y nos preocupa más que nada que venga mucha gente a nuestras cosas en una palmaria demostración de inseguridad y cortedad de miras.


Y por eso quemamos a la gente, los jóvenes los primeros...y por eso parece que hacemos pastorales de tierra quemada tipo Atila, donde no crece la hierba después de que pasemos.


Pasa con los laicos, pero pasa también con el clero, pues en una época en la que los efectivos son menos, la respuesta es sobrecargar a los pocos que están para mantener unas estructuras que se van a derrumbar se haga lo que se haga, en vez de concentrar la potencia de fuego para hacer una labor realmente efectiva que nos lleve a algún escenario distinto de aquel en el que estamos en los próximos cinco o diez años.


Al final, todo es un círculo vicioso donde la falta de un liderazgo sano y una demografía equilibrada, engendran actitudes y actuaciones que aceleran la extinción de lo poco que queda.


Y claro, la gente se quema al final, porque no es sano que siempre sean los mismos los que carguen con todo. Y lo peor es que no saben por qué, ya que tienen vocación de santos y el problema no son las ganas de trabajar, sino la sostenibilidad- espiritual, comunitaria y personal- de lo que hacen.


Por eso, especialmente en un momento como el actual, debería preocuparnos el no quemar a los pocos que están y para eso habría que cambiar muchas cosas.


Lo primero entender que no porque alguien sea joven, de pura intención y venga a la Iglesia tenemos ante nosotros a un discípulo completo, por la sencilla razón de que los procesos de maduración llevan tiempo.


Lo segundo es que nos vendría bien renunciar un poco a lo propio y empezar a pensar en multiplicar en vez de en sumar y restar. La parroquia media no se puede permitir no emplear a todos los que se ofrecen en la catequesis, en cáritas, en grupos...por lo que nunca piensa en invertir a futuro, ni en sembrar para otros. Pues precisamente, cuando sólo tenemos cinco panes y dos peces, hay que dárselos a Dios para que multiplique...en vez de pensar cuántos pueden comer con ellos.


Lo tercero es que tenemos que aprender a bendecir a los demás hasta la última consecuencia, no puede ser que tanto si me va mal y tengo poca gente, como si me va bien y me sobra por todos lados, no dediquemos al menos un 10% de nuestros efectivos (recursos, personas) a bendecir la obra de Dios en otras personas, comunidades y realidades. Así no es como funciona el Reino de Dios.


Parece todo un discurso muy teórico ¿verdad? Podría ser uno de esos artículos en los que se dice: las 7 claves según el evangelizador fulanito para tener una iglesia llena…


Les aseguro que nada más lejos, estos son los bueyes con los que aramos todos los días. Una nueva evangelización más preocupada en estadísticas y eventos que en la persona de sus líderes, una realidad local que sólo suma y no acierta a multiplicar y un ambiente general en el que la Iglesia es irrelevante porque sólo mantiene estructuras…


Y eso es una crisis de liderazgo y de visión...no una crisis de ateísmo y desinterés por Dios, por lo que el problema empieza por nosotros mismos.


La pregunta acerca de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino más bien un evento comunitario, eclesial, no debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces y ni siquiera debe centrar la atención analíticamente en los destinatarios, por ejemplo los jóvenes, sino que debe ser formulada como una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite encuadrar el problema de manera no extrínseca, sino correctamente, porque cuestiona a toda la Iglesia en su ser y en su vivir. Tal vez así se pueda comprender también que el problema de la infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa. (Lineamenta para el Sínodo sobre la Nueva Evangelización)


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